Se acerca a la cuestión de la fe desde la experiencia elemental: lo que sucede son signos que no se imponen sino que se proponenPaco Arango (Maktub) vuelve a beber de sus experiencias personales con las asociaciones filantrópicas dedicadas a los niños enfermos. Pero en este caso no se centra exclusivamente en la historia de un personaje enfermo, sino también en un joven de mala vida que tiene el don sobrenatural de curar… aunque lo ignora.
Es el caso de Alec (Oliver Jackson-Cohen), mujeriego y jugador, que a su presente aciago y lleno de deudas, se añade el dolor de la reciente muerte de su hermano. Un buen día aparece un pariente suyo desconocido, Richard (Jonathan Pryce), que le ofrece ayuda económica a cambio de un misterioso acuerdo.
El film de Arango armoniza la ligereza de la comedia con el espesor del melodrama en una perfecta simbiosis. De esta forma consigue tratar temas densos e intensos de forma fresca, agradable, sin petulancia ni pedantería.
No hay nada presuntuoso ni intelectualista en el film a pesar de meterse en la harina del sufrimiento, de la cuestión fe-increencia, de la autoconciencia, del amor, de la existencia de Dios,… y de un largo etcétera de cuestiones en las que naufragaría un guionista sin talento ni suficiente experiencia de la vida.
Esta es la clave: Paco Arango suma a su indudable talento artístico un elemento fundamental, su experiencia constante e inseparable de infancia y dolor, dos palabras que deberían excluirse. Su trabajo con niños con cáncer le permite generar una mirada sobre la enfermedad y la muerte, inseparable de la alegría y la esperanza. En ese difícil maridaje, la cuestión de la trascendencia se despoja de toda herrumbre racionalista, y aparece con la sencillez de una certeza elemental, de una experiencia cotidiana.
Y para eso es necesario contar con un elenco de actores que sepan transmitir con inmediatez y realismo “lo que de verdad importa”. En este sentido, el gran activo de esta película es Kaitlyn Bernard, una joven actriz canadiense, luminosa y expansiva, que recuerda a la Natalie Portman de Beautiful girls o A cualquier otro lugar. Aquí interpreta a Abigail, un personaje inspirado en la realidad, que catapulta la película hacia arriba desde el primer momento de su aparición.
También destaca la británica Camilla Luddington –conocida por su trabajo en Anatomía de Grey– en su papel de Cecilia, que va a acompañar al protagonista en todo su recorrido y Jorge Garcia (Padre Malloy) al que ya conocimos en su intervención cómica en Maktub.
La película, por un lado profundiza en la relación entre fe y libertad, dando a esta un valor infinito. No hay bien que valga si no aferra libremente. Este es el drama del protagonista, al que continuamente se le pone delante la posibilidad de decir sí o no. Pero también está la cuestión de la gracia: siempre hay una segunda oportunidad para volver a elegir, y una tercera…
Por otro lado, el film se acerca a la cuestión de la fe desde la experiencia elemental: lo que sucede son signos que no se imponen sino que se proponen. Esto lo explica magníficamente un sacerdote que aparece ocasionalmente al principio de film a través de una historia imaginaria que le cuenta a Alec.
Desde un punto de vista técnico, Lo que de verdad importa tiene buen ritmo, con un montón de subtramas y personajes secundarios que enriquecen la historia. No en vano la montadora es la premiada Teresa Font. La fotografía, espléndida es de Javier Aguirresarobe, que cuenta con seis Goyas en su haber y otras tantas nominaciones.