Los personajes nos parecen los restos de un naufragio que se enfrentan a una vida estancada en un mundo cínicoHan pasado veinte años y Renton (Ewan McGregor) regresa a Escocia. Al hacerlo deberá enfrentarse con sus amigos, a quienes, como se recordará al final de Trainspotting, robó una buena cantidad de dinero.
En realidad, al volver, deberá enfrentarse a su pasado así como a su presente, dado que la primera imagen que tenemos de él al comienzo de T2: Trainspotting pronto comprobaremos que no obedece a la realidad: durante estas dos décadas su vida ha transcurrido dentro de una normalidad que en verdad no es más que una máscara.
Danny Boyle, en la dirección y John Hodge, adaptando la novela de Irwin Welsh, han puesto en marcha esta secuela que en vez de intentar recuperar los elementos que hicieron de ella un fenómeno a mediados de los noventa y todo un hito generacional, han buscado ahondar en los personajes, en observarlo veinte años después; pero también para reflexionar sobre la sociedad actual a través de ellos y en comparación a la de entonces.
Han evitado todo intento de crear un marco nostálgico para los espectadores actuales que tuviesen en mente aquella; pero no han pretendido, a su vez, crear una nueva mitología. Porque no hay lugar para ella ni, diríamos, necesidad.
Porque T2: Trainspotting es una película sumamente crítica con el momento actual mediante un trabajo que crea un diálogo constante con la primera película a base de negarla la posibilidad de manifestarse en el presente, ahogando en todo momento su presencia en pantalla, tanto a través de las imágenes como de su música.
Ahora los personajes sobrepasan los cuarenta años y cada uno se encuentra en el lugar que más o menos podríamos presagiar tras el final de Trainspotting. Son lo que quedan de una forma de vida cuyo fin, ellos mismos, ya representaban en la primera entrega.
Trainspotting supuso a mediados de los noventa la representación de una época a través de unos personajes que sin esperanza se sumían en una vida de drogas alentada por un nihilismo que contrastaba con la sociedad de bienestar que el laborismo de Tony Blaiy extendiendo por las islas, incluida Escocia.
Sus personajes eran la cara oculta de aquella construcción social cuyos logros, ahora, han quedado en entredicho, lo cual no niega, ni mucho menos, lo logrado. Pero veinte años después, en T2: Trainspotting, los personajes nos parecen los restos de un naufragio que se enfrentan a una vida estancada en un mundo, el actual, en el que aquel nihilismo se ha convertido en el cinismo actual.
Y sin embargo, la película de Boyle todavía presenta una cierta esperanza: la recuperación del lema ‘elige la vida’ toma una fuerza mucho mayor a pesar de la desolación y melancolía que presentan las imágenes de T2: Trainspotting. Porque, pasados los cuarenta, perciben que no es tarde para tomar las riendas de su vida, para mirar a su futuro, aunque Boyle siga indagando en las miserias de nuestra sociedad, en su vacuidad.
El egoísmo latente en aquellos jóvenes sigue presente en ellos dos décadas después; han aprendido algunas cosas, otras no tantas, pero, al final de T2: Trainspotting, la sensación es la de posibilidad de, en efecto, elegir la vida, o, mejor dicho, elegir la vida que uno quiere vivir. Siempre hay tiempo para hacerlo.