Una paradoja enriquecedoraToya tiene 52 años y una discapacidad intelectual del 85 % y, sin embargo, una profunda vida de fe. Suele decir que su misión en este mundo es la de hacer felices a muchas personas y que vayan al cielo.
El día de su Confirmación, al volver a su sitio tras la unción, dijo a quienes la acompañaban: “Ahora lo que procede es que me arrodille para dar gracias por recibir el Espíritu Santo”.
Su hermana, Miriam, de 40 años, también tiene discapacidad; en su caso, del 65 %. Tiene síndrome de Down. Tras la muerte de su abuelo y al ver a su madre llorar, dice: “¿Por qué lloras? El abuelo vive. Está en el cielo”.
En un congreso en México, ante más de 1.000 personas, contestó a unas 50 preguntas. Sobre Dios, dijo que para es “una maravilla, porque me ha dado la vida“, y añadió que “es un Ser que no vemos, pero que está; cuando muera y resucite veré a Dios cara a cara y sabré cómo es”.
Toya y Miriam son un ejemplo de la importancia de la fe y la trascendencia para las personas con discapacidad intelectual, siempre y cuando se les acompañe en sus procesos de iniciación cristiana y se haga de una manera adecuada a sus capacidades.
En el caso de estas dos hermanas, los padres –María Victoria Troncoso y Jesús Flórez– han tenido mucho que ver; ellos se dieron cuenta de que necesitaban una formación específica y lucharon por que la tuvieran. Hoy, de esta experiencia se benefician los jóvenes y adultos de la Fundación Síndrome de Down de Cantabria, fundada y dirigida por la propia María Victoria, pionera en la adaptación de la catequesis a personas con estas características.
“Este año se han inscrito en la catequesis 24, con edades que van de 16 a 48 años. La respuesta es increíble por varias razones: porque no hay faltas de asistencia, salvo por enfermedad o consulta médica; porque varias familias no tienen fe o no practican, pero no ponen obstáculos para que sus hijos asistan; porque su atención e interés son muy grandes, porque se esfuerzan de un modo notable por aprender y se ofrecen voluntarios a cuanto se les pide”.
Los chicos que acompaña María Victoria son unos pocos de las 235.000 personas con discapacidad intelectual que viven en España, según Plena Inclusión, organización que representa a este colectivo. 40.000 tienen entre 0 y 18 años; 68.500 entre 18 y 34; y 108.700, entre 35 y 64 años.
Aunque su realidad no es fácil –todavía existen muchas barreras, no todas físicas–, es cierto que a nivel social estas personas van encontrando su lugar. En la Iglesia, sin embargo, queda mucho por hacer.
Como María Victoria, María de la Peña Madrid es una de las pocas personas que en la Iglesia se dedican a la discapacidad en todo su conjunto. En su caso, en Sevilla. Comenzó con la pastoral del sordo y pronto la amplió a todas las discapacidades.
Ahora, todos los años organiza seminarios con catequistas para sensibilizarles: les expone todas las discapacidades, cómo es cada persona, cómo tratarlos, cómo reaccionar ante un problema médico; también se les enseña a preparar e impartir una sesión de catequesis y a adaptar cada tema a la situación concreta.
“Todos somos catequistas, pero no todos somos válidos para este tipo de catequesis. Se necesita mucha paciencia, creatividad, flexibilidad…”, explica.
María de la Peña impartió la semana pasada una ponencia sobre esta cuestión en la reunión de los delegados de Catequesis de todas las diócesis españolas. Con el encuentro “se quiere dar un impulso” a la atención a la discapacidad en la iniciación cristiana, tanto de niños como de adultos, tal y como reconoció el director del Secretariado de la Subcomisión Episcopal de Catequesis, Juan Luis Martín Barrios, a Alfa y Omega.
“Les animé a ponerse en marcha –apunta María de la Peña–, porque la catequesis para personas con discapacidad intelectual funciona en muy pocas diócesis. Antes, estas personas no llegaban a nuestras iglesias porque estaban marginadas, pero ahora se puede hacer. Les di, además, pautas que seguir en este campo. Si consigo que una cuarta parte de los delegados dé el paso, me sentiría más que satisfecha, pues esta es una tarea pendiente en la Iglesia”.
Atención individualizada
La propuesta de María de la Peña pasa por que en cada parroquia haya un catequista de apoyo para recibir y acompañar a los niños con discapacidad y por que se les integre en la comunidad en función de sus capacidades.
“Por ejemplo, habrá niños que necesiten una preparación antes de unirse a la sesión con todo el grupo; otros tendrán que recibir la catequesis de manera individualizada y luego unirse al grupo para la oración y los cantos”, explica.
En la diócesis de Jaén, donde es delegado de Infancia y Adolescencia Javier Valsera, existe desde 2010 un itinerario de catequesis para personas con discapacidad intelectual. Se trata de una propuesta individualizada para la que se han elaborado materiales específicos y que tiene un equipo integrado por el delegado, una psicóloga y una profesora de educación especial, además del familiar del niño.
“Cuando llega un caso a una parroquia, la solicitud se remite al equipo que se reúne con la familia, su maestro y se hace una evaluación inicial. Luego se va orientando al catequista sobre qué hacer o qué apoyo necesita ese niño en concreto. Al final de cada trimestre se hace una revisión de todos los aspectos”, explica.
Javier lo conoce, además, porque lo vive en casa. Su hijo Marcos tiene síndrome de Down y, aunque no ha empezado la catequesis, ve en él muchas posibilidades.
Una Iglesia acogedora
Javier cree que hoy, en el ámbito de la discapacidad intelectual, la Iglesia “tiene que ser acogedora con estos niños y sus familias, pues más que una discapacidad, tienen capacidades especiales”. Lo ve en su propio hijo: “Es increíble la alegría que tiene. Se encuentra contigo después de cinco minutos y parece que lleva tres días sin verte. Es capaz de percibir cosas que nosotros no podemos y, en este sentido, somos también discapacitados. Las limitaciones son posibilidades; a lo mejor no es capaz de leer con cinco años, pero hace otras cosas… Para la Iglesia, estos niños son una riqueza”.
María Victoria Troncoso va más allá y dice que la discapacidad intelectual es “una ventaja para acceder a lo sobrenatural”.
Y lo explica: “No se trata de razonar lo que es un misterio y un don, aunque obviamente es muy razonable tener fe. Me da la impresión de que las personas a las que atiendo acceden a Dios y a las verdades de fe de un modo directo, sin poner los obstáculos que ponemos cuando queremos demostrar y tener pruebas directas de lo que creemos. Es una gran ventaja para ellas la bondad de su corazón, la incapacidad natural, recibida, de hacer daño al otro. Con una conciencia así, es mucho más fácil estar preparado para aceptar verdades reveladas”.
“Nuevos evangelizadores”
Por eso, Javier Valsera cree que acercarse a la realidad de la discapacidad y acompañarla desde la catequesis tiene muchos beneficios para la propia Iglesia. Por ejemplo, dejar a un lado las prisas.
“Estos niños nos ayudan a poner en práctica una pastoral de la persona, de fuego lento, de saborear el catecumenado. Además, tenemos que darnos cuenta de que no somos los únicos que intervenimos en los procesos; Dios actúa, la gracia actúa y para eso tenemos que tener paciencia y poner de nuestra parte. Los catequistas pueden pensar que atender a personas con discapacidad es una carga, pero es una oportunidad que Dios nos da para experimentar lo que es ser pastor, catequista en toda su expresión”, asegura.
Otra de las iniciativas pioneras en este campo tiene lugar a poco más de 25 kilómetros de Madrid, en Tres Cantos. Allí, Isabel Cano imparte catequesis a adultos con discapacidad intelectual en la parroquia Santa María Madre de Dios con un sencillo método que recorre el padrenuestro y que, el pasado año, se plasmó en un libro titulado Orar con sencillez de corazón, que ha escrito con uno de sus grupos.
Al recorrer esa oración universal, Isabel se dio cuenta de la “gran profundidad espiritual” de estas personas y de lo “mucho que tienen que decir” en la Iglesia. De hecho, afirma que su “mirada sencilla tiene mucho que enseñar” y que son “nuevos evangelizadores”.
La propia Isabel nos hace llegar algunas de las aportaciones que estos catecúmenos comparten sobre el amor. “El amor es seguir el camino de Jesús. Es creer en los más necesitados y en los que más sufren” o “Dios nos enseñó lo que es el amor. Por eso, mandó a su hijo Jesús al mundo para salvarnos. Nosotros tenemos que ver a los demás como si fuéramos nosotros mismos, queriéndoles y dando todo por ellos”.
La visita del cardenal Osoro
Precisamente, en este mismo sentido, se manifestó el cardenal arzobispo de Madrid, la mañana del viernes 10 de febrero, que dedicó en su integridad a la discapacidad con la Fundación Ande y el Servicio Bibliográfico de la ONCE. Habló de las “capacidades diferentes” que tienen estas personas y afirmó que está seguro de no tener “las mismas capacidades que ellos”. “Han cambiado mi corazón, lo han afectado, cosa que, a lo mejor, yo no puedo hacer con los demás y ellos sí”, añadió.
María Victoria Troncoso lo ha experimentado con sus hijas al escucharles reflexiones de gran profundidad, con gran sentido común, en cuestiones que ella no les había explicado.
“Para mí es una manifestación de los dones del Espíritu Santo. Mis hijas son muy diferentes y cada una tiene su propia vida de piedad. Miriam vive cada día varias prácticas piadosas: el ángelus, la visita a la capilla, la lectura del Evangelio… Toya encuentra todos los días motivos para dar gracias a Dios: desde una comida normal hasta una puesta de sol o un programa de televisión. Cuando salimos de paseo solemos rezar juntas el rosario”.
Concluye diciendo que sus hijas, como otras personas en su situación, ya son cristianas desde el bautismo y, por ello, “tienen el derecho y nosotros el deber de hacerles crecer en ese aspecto fundamental de la vida”.
Por Fran Otero
Artículo publicado originalmente por Alfa y Omega