El error, desvela el misterio demasiado pronto…Desde el año 2011 Álex de la Iglesia no ha parado de trabajar. De hecho, desde sus inicios, se puede decir que es uno de los cineastas que han rodado de manera más constante.
Casi a título por año, ha mostrado una más que evidente creatividad a la hora de poner en marcha proyectos muy diversos, siempre con su más que particular forma de entender el cine. Sin embargo, todas sus películas, desde Balada triste de trompeta, pasando por La chispa de la vida y Las brujas de Zugarramurdi, hasta Mi gran noche, sin olvidar, claro está, producciones anteriores a esa fecha como Crimen ferpecto, La comunidad o 800 balas, muestran un punto en común: la capacidad de Álex de la Iglesia para concebir un buen punto de partida para sus películas, las cuales, según avanzan, van perdiendo fuerza hasta convertir su último acto en un eclosión de caos y sinsentido que tiran por la borda gran parte de los logros que han mostrado durante el resto de metraje.
Por supuesto, ha habido mejores y peores propuestas, pero en ocasiones se tiene la sensación de que De la Iglesia se mueve entre la convicción de tener buenas ideas y la funcionabilidad de ponerlas en marcha con un sello visual personal que hará que sus películas sean fácilmente reconocibles.
El bar presenta todo lo anterior de una manera, quizá, muy enfatizada. Es una de las películas de De la Iglesia, en apariencia, más manejables: pocos personajes y escenarios, El bar parece emular a un episodio de cualquier serie de ciencia ficción que, a su vez, presentaba un aspecto de cine de serie B, casi barato.
No es el caso de El bar, seguramente, pero el director intenta transmitir esa sensación para, así, poder desarrollar una historia que avanza con un ritmo muy preciso, con ciertas detenciones de la acción bien medidas y recapacitadas, pero que tiene el problema, desde el inicio, de dejar claro el misterio acerca de por qué no pueden salir los personajes del bar.
Desvelado demasiado pronto, queda una película basada en los actores y las explosiones de acción desenfrenada marca de la casa, que tiene, en su clímax final, además, una resolución visualmente convencional y francamente fea.
Pero lo realmente interesante es el intento por parte de De la Iglesia de llevar a cabo un retrato de la sociedad española actual –que suponemos puede extrapolarse- medianamente complejo y crítico, partiendo de un conjunto de personajes que, cada uno de ellos, representa de manera clara un arquetipo social para, así, poner en su sitio a cada uno, si bien queda la figura del mendigo, esencial para el sentido de la película, que presenta un lugar incierto en una narración en la que, al final, queda claro que vivimos en una sociedad egoísta, sin valores, falta de escrúpulos y deshumanizada en la que, una mujer casi sin ropas, deambula por las calles sin que nadie tenga la decencia de ayudarla.
Aunque muy fallida, El bar puede ser un serio intento de hablar de algunos peligros sociales y humanos en los que estamos inmersos, creando una sociedad en la, ante la necesidad de supervivencia, todo vale y quedamos reducidos, ante los demás, a la nada.