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¿Existe un estilo masculino de educar?

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Revista Misión - publicado el 26/03/17
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“La madre protege al hijo, mientras que el padre lo hace capaz”En el informe “La importancia de la figura paterna en la educación de los hijos: estabilidad familiar y desarrollo social” (ftw, abril de 2015), la profesora Calvo, explica que “existe una tendencia generalizada a pensar que los padres no son necesarios para el correcto crecimiento y desarrollo personal de los hijos”, o se les acepta y valora sólo si hacen las veces de “segunda madre”.

Esta exigencia proviene de la sociedad, y también “de las propias mujeres, que les recriminan no ser capaces de cuidar, atender o entender a los niños exactamente como ellas lo hacen”.

“El padre te hace capaz”

Sin embargo, datos del National Center for Fathering –citados en este informe– muestran que los niños que cuentan con un padre presente y activo en su vida académica, emocional y personal “tienen mayor coeficiente intelectual y mejor capacidad lingüística y cogni­ti­va, son más sociables, tienen mayor autocontrol, sufren menos dificultades de comportamiento en la adolescencia, sacan mejores notas, son más líderes, tienen una autoestima más elevada, no suelen tener problemas con drogas o alcohol, desarrollan más empatía y sentimientos de compasión y, cuando se casan, tienen matrimonios más estables”. Entonces, ¿qué hace al padre tan determinante en la vida de un hijo?

Osvaldo Poli, autor del libro Corazón de Padre: el modo masculino de educar (Palabra, 2013), da la clave en una frase sencilla: la madre protege al hijo, mientras que el padre lo hace capaz. Según el autor, esto ocurre porque la madre vive al hijo como parte de sí, hasta el punto de “sentir” con acierto sus deseos, y de saber protegerlo y tranquilizarlo con una misteriosa y espléndida naturalidad.

Sin embargo, Poli asegura que esta fortaleza femenina –ya que el padre no cuenta con estos “sensores tan profundos”– es, a la vez, la mayor limitación de la madre, quien suele sentir una inexplicable voluntad de sustituir al hijo en su fatiga y en su dolor. En cambio, el padre, por estar  “menos identificado” con el hijo desde el principio, puede impulsarlo a hacerse fuerte para afrontar sin miedo las adversidades de la vida. Y, a través de este empuje, lo capacita para vivir  “a pesar del dolor que inevitablemente experimentará”.

El estilo masculino de educar

María Calvo Charro explica a Misión que el estilo masculino de educar es “difícil de comprender, tanto para las madres como para los hijos, porque no está exento del dolor y de la exigencia, del sentido de la prueba, de la aceptación de la culpa y del reconocimiento de la propia responsabilidad”.

Sin embargo, la tendencia materna a adelantarse a las necesidades del hijo puede dar lugar a personalidades impulsivas, egoístas e insaciables.

“Por ello –advierte Calvo–, la intervención del padre compensando esa tendencia femenino-maternal es fundamental.

El padre tiene un papel decisivo en el desarrollo del autocontrol y la empatía del niño, dos elementos esenciales para la vida en sociedad, ya que la capacidad de controlar los impulsos es necesaria para que una persona pueda funcionar dentro de la ley”.

En su libro Padres destronados: la importancia de la paternidad (El Toro Mítico, 2014), Calvo explica que “un niño con tendencia a la tiranía comprende que no es él quien dicta la ley, sino otra instancia exterior, en este caso representada por el padre”.

Y concluye que esta labor del padre de fijar límites exige enormes dosis de afecto y amor, pues hay que amar mucho a un hijo para “limitarlo, frustrarlo y orientarlo, aun a costa de confrontaciones y enfados”.

Un tándem insuperable

Contar con el padre es clave, pero lo que el hijo real­mente necesita para madurar es la alteridad sexual, es decir, “la interacción e influencia del código femenino maternal y del masculino paternal, que se coordinan, acompasan y compensan entre sí”, advierte Calvo.

Por eso, para superar la crisis actual de la paternidad, recomienda a la mujer “acostumbrarse a no exigir imposibles al hombre” y, a la vez, “permitirle cola­borar sintiéndose respetado en sus pautas masculinas”.

Por su parte, Poli indica que el padre “debe hacer progresivamente propia, a través de un traspaso de sensibilidad, la riqueza interpretativa del amor femenino”. Esta apertura de ambos a complementarse y crecer en la fortaleza del otro favorece la integración del padre en la vida diaria de la familia y le devuelve su protagonismo en la crianza de los niños. “Cada uno a su manera enriquecen la personalidad de los hijos”, concluye Calvo.

Artículo de Isabel Molina originalmente publicado en la Revista Misión

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