No apta para todos los estómagos, pero aún así tiene una moraleja interesanteHideo Suzuki es un dibujante de manga que, a sus treinta y cinco años, se siente fracasado. Quince años atrás era una joven promesa del cómic japonés. Sin embargo, su presente es la pesadilla de los millenials actuales: nadie le quiere comprar sus viñetas, no tiene dinero para pagar el alquiler y parece tener una depresión, lo cual provoca que su novia lo eche de casa.
Esta dramática situación personal supone el pistoletazo de salida de su historia de superación, que casualmente coincide con el estallido de una epidemia de ZQN, una especie de virus que convierte a los habitantes de Tokyo en zombis de lo más variopintos.
Poco a poco, vamos a ir viendo cómo un hombre cobarde y con la autoestima por los suelos se va a convertir en nuestro ídolo. Lo que empieza siendo su defecto, no tener lo que hay que tener para matar a nadie, se va a convertir en su valor, en su capacidad de entrega al otro y, en una trepidante escena final temporalmente increíble (aunque el realismo es lo que menos importa entonces), en la encarnación de un héroe reventa-cráneos nivel videojuego.
I am a hero (2015) es una zombie comedy que podríamos leer como una especie de revisión típicamente japo de la mítica Shaun of the Dead (2004), en castellano Zombies party, lo cual la convierte en algo tremendamente original, aunque no estoy seguro de que esa originalidad vaya a ser algo apreciable en positivo por parte de buena parte de la posible audiencia.
Sin ánimo de destripar el filme, diré que asistir a su proyección es una experiencia que no deja indiferente. Como buen producto nipón, la producción lleva el sello indeleble de la imaginación creadora del anime. Shinsuke Sato, el director, no se ahorra ni un solo efecto capaz de convertir la sección de una arteria o el estallido de un cerebro en una casquería portentosamente espectacular.
El humor que se respira nos resulta familiarmente extraño. Nos hace retroceder a una querida serie de programas de televisión de nuestra adolescencia, Humor amarillo (1986-1989), en la que Takhesi Kitano nos enseñó a reírnos de otro modo, de cosas orientalmente ridículas, que no sabíamos ni que existían.
La inventiva que se pone en juego a la hora de caracterizar a cada uno de los zombis resulta de todo punto excesiva e incluso incómoda. Los muertos vivientes suelen actuar mecánica y repetitivamente de acuerdo con sus hábitos pre-infección (los que eran hombres de negocios hablan por el móvil, las fashion victims intentan entrar en las tiendas de un outlet, etc.) hasta que se aceleran para atacar, convirtiéndose en rápidos y peligrosos depredadores que se contorsionan como alimañas, con una plasticidad que literalmente evapora cualquier rastro de humanidad de su figura.
El retablo de bichejos es difícilmente olvidable. La fauna grotesca se multiplica: el antagonista zombi, saltador de altura sin colchoneta que tiene la cabeza abollada por los sucesivos impactos; la carrera del luchador de sumo decapitado tras explotarle el cerebro a cámara lenta; el harakiri con cúter, rebanando el propio cuello, de un compañero de trabajo de Hideo que no quiere convertirse en un engendro; el podrido, interpretado por el mismo director de la película, metiéndose los dedos en la cuenca de los ojos y cegándose en una especie de éxtasis terrorífico; etc.
El filme no es pues recomendable para la mayor parte de la población mundial, que si la ve quedará ineludiblemente impactada. Puede, sin embargo, ser de provecho para un colectivo especializado a la caza de cierta frescura en un subgénero últimamente demasiado frecuentado. I am a hero no se conforma con la fórmula segura, sino que, en un registro a la vez muy tarantiniano y muy manga (no hay que olvidar el origen del guión), se entrega a ensayos gore nada convencionales y, por si fuera poco, tras el The End queda un cierto rastro de esperanza en el aire.