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La penitencia y el perdón en el arte

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Elizabeth Lev - publicado el 31/03/17
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La Iglesia se concentró en torno a la defensa del sacramento de la Penitencia dos veces durante el Concilio de Trento, y las Bellas Artes ayudaron en la argumentaciónMartín Lutero inflamó corazones y mentes con su enérgica refutación del sacramento de la Penitencia. Cargando la culpa sobre los sacerdotes, cuya “doctrina perversa y peligrosa” había dividido la penitencia “en tres partes, contrición, confesión y satisfacción”, Lutero afirmaba que habían “arrebatado todo lo que era bueno en cada una y habían establecido en ellas su propia tiranía y antojo”.

La Iglesia se concentró en torno a la defensa del sacramento de la Penitencia dos veces durante el Concilio de Trento: una vez para denunciar la Doctrina de la Justificación de los reformistas en 1547, y luego de forma más minuciosa durante la sesión XIV en 1551. Una vez más, la Iglesia recurría también al arte para ayudar a transmitir los decretos formales del Concilio hacia el cuerpo viviente de la Iglesia.

Así, se presentaba un nuevo desafío para el arte: ¿cómo representar el papel esencial del clero en el sacramento de la Penitencia? Un diálogo dinámico entre pintores y mecenas eclesiásticos dio como resultado conmovedoras obras destinadas sobre todo a entornos íntimos. Las obras, con la intención de despertar la devoción penitente entre el clero, se centraban en tres pilares del sacramento denigrado por los protestantes: contrición, confesión y satisfacción.

Y quién mejor para encabezar la carga iconográfica de la contrición que san Pedro. Pedro mismo había negado tres veces a Cristo y aun así fue este apóstol quien recibió de Cristo las llaves para atar y desatar los pecados. Pedro se convirtió en el modelo de corazón contrito en múltiples retratos pintados por artistas como El Greco, Ribera, Van Dyck y Guercino. Sin embargo, Guido Reni se convirtió en todo un especialista en esta imagen y produjo más de una docena de retratos del estilo.

Como su destino nunca fue el de la exposición en una iglesia, llenaban de gracia los aposentos privados de la residencia del prelado. Habían de incitar la imitación del Príncipe de los Apóstoles, no solo en su importante función de líder, sino también en su humilde reconocimiento de sus pecados ante el Señor.

El famoso San Pedro penitente de Reni se encuentra ahora en una colección privada en Roma. Obra ejecutada en torno al año 1600, cuando el año Jubileo predicaba la conversión de toda Europa, es una de las primeras pinturas de Reni, de pinceladas visibles y sueltas que capturan la inmediatez del momento. Pedro está representado del mismo tamaño que el espectador, sin ningún fondo ni distracción que alivie la afligida escena. El retrato es como un espejo que invita al prelado a emular el ejemplo establecido por el primer papa.

Reni iluminó maestralmente el pecho desnudo de Pedro, lo cual lleva a los ojos a posarse sobre la piel expuesta, como si Pedro abriera su corazón. Su mano extendida sobre su pecho evoca el gesto dramático preferido en este periodo, pero también recuerda la reprimenda física durante el Confiteor de “mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa.”

Las enjutas mechas de su barba y las fisuras de claroscuro de sus arrugas añaden una fuerza cinética a la contrición de Pedro; incluso mientras se somete humildemente a la justicia divina, su reconocimiento del pecado sigue activo. Su rostro se vuelve hacia arriba hacia la fuente de luz, con la esperanza del perdón mientras las lágrimas se acumulan en sus ojos y ruedan por su mejilla. Este retrato íntimo de arrepentimiento ofrece un modelo de contrición que podía hablar con persuasión al orgulloso mundo del clero romano.

 

 

Uno de los gigantes de la reforma clerical fue san Carlos Borromeo, arzobispo de Milán. Él animó a todos los sacerdotes de su diócesis, en especial aquellos con el mandato de predicar, que “primero purgaran su conciencia de toda impureza de pecado a través del sacramento de la Penitencia”. Para ese fin, en 1564 diseñó espacios dentro de la iglesia destinados a escuchar las confesiones, lugares que hoy conocemos como confesionarios.

Este confesionario de la iglesia jesuita de San Fedele en Milán, por Giovanni Taurini, es una obra excepcionalmente hermosa para el plan de Borromeo. Tallada en madera de nogal, el habitáculo incluía lugares abiertos para el penitente y una sección central para el confesor, con pequeñas rejillas que separan al sacerdote del penitente para privacidad y honestidad.

 

 

El estilo tuvo tanto éxito que el papa Paulo V adoptó la forma en su Ritual Romano, así que se pueden encontrar estos confesionarios por toda Roma, desde la basílica de San Pedro a San Carlino alle Quattro Fontane.

De esta forma, junto con la Eucaristía (el altar) y el Bautismo (la fuente), el sacramento del Penitencia recibía su propio espacio arquitectónico especial dentro de la iglesia, enfatizando su importancia como sacramento.

El elemento final de reconciliación era la satisfacción, que consiste en las penitencias ofrecidas por los pecadores que han sido perdonados. Los protestantes despreciaban particularmente esta práctica, así que la Iglesia reclutó a artistas que ilustraran la antigua tradición de la actividad penitente, con una especial atención sobre san Jerónimo.

Lutero repudió la declaración de san Jerónimo de que la penitencia era “la segunda tabla (de salvación) después del naufragio que es la pérdida de la gracia”. Por ello, este santo del siglo IV, que practicaba lo que predicaba, ofrecía una poderosa respuesta a los protestantes. Jerónimo daba severas penitencias, pero también asumió él mismo la vida penitente al trasladarse al desierto y traducir las Sagradas Escrituras al latín, mucho antes de las traducciones de Lutero. Durante el Renacimiento, Jerónimo a menudo era representado como una elegante figura en un decorado estudio, pero la Contrarreforma lo transformó en un héroe penitente inmortalizado por Caravaggio, Carracci y Veronese, por mencionar solo algunos.

De las múltiples versiones que se podrían comentar, el San Jerónimo de Barocci en la Galleria Borghese merece un análisis más detallado. Alejado de la ciudad, el santo se arrodilla en su cueva. El sol se pone en la distancia, pero Jerónimo tiene su linterna para continuar su trabajo durante la noche. El suelo es duro, la cesta de mimbre rasposa y la escasa vegetación ofrece pocos signos de vida.

 

 

Jerónimo sostiene un crucifijo ante sus ojos y sujeta una piedra en la otra mano, con la que infligirá golpes contra su cuerpo a modo de mortificación. Aunque pueda desagradar al espectador moderno, “estas prácticas penitentes”, explica monseñor John Cihak, “que hoy parecen bastante severas, también pueden interpretarse como una respuesta positiva a los tiempos disolutos”. Símbolos del paso del tiempo, desde el reloj de arena hasta la calavera, recuerdan al espectador que todos serán llamados para rendir cuentas sobre sí mismos.

Es el pincel de Barocci el que convierte a esta imagen en algo tan cautivador. El manto rosáceo se infla y cae, atrapando la luz. Como el cuerpo a punto de sangrar por las magulladuras, la tela evoca energía. Los pliegues de tela se reproducen con pinceladas anchas y rápidas, mientras que el rostro de Jerónimo parece ser el producto de una fotografía de alta definición. Los diminutos cabellos de la barba delinean los ancianos rasgos del santo —finas arrugas, párpados hinchados, labios agrietados— aunque los rasgos canosos del anciano contradicen su expresión ferviente y amorosa fija en la cruz, con su peso aliviado por su ardiente amor hacia Cristo.

La variedad de ejemplos de penitencia clerical prepararon el camino para nuevos encargos dirigidos a acercar a los fieles al sacramento de la Penitencia. En la siguiente publicación, veremos cómo los modelos de Pedro y Jerónimo dejaron paso a nuevas figuras para incitar en los fieles la contrición, la confesión y la satisfacción.

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