El filme no está a la altura de la magistral interpretación de Jake Gyllenhaal Entre los misterios de la distribución cinematográfica española está el de estrenar algunas películas con varios años de retraso: llegan a nuestras salas cuando ya las ha visto casi todo el mundo, primero en screeners de pésima calidad, luego en ripeos de blu-ray o dvd y en alquiler en los videoclubs o en las plataformas de demanda. Es el caso de este largometraje de Antoine Fuqua, que data de 2015, y que precede a su particular revisión de Los siete magníficos.
Otro de los misterios es el de asignarle un título español totalmente distinto del original (Southpaw significa “Zurdo”). Y, si ese título lo encontramos repetido en otros estrenos, esto despista por completo al espectador. Porque tenemos la Redención (Slave Ship) de Tay Garnett, la Redención (Tyrannosaur) de Paddy Considine y la Redención (Hummingbird) de Steven Knight, sin olvidar una película mexicana de 2010 (Redención) o las variantes: Redención (Los casos del Departamento Q) o Invicto 3: Redención, entre otras.
El cinéfilo sabe de sobra que uno de los grandes temas del cine contemporáneo es la posibilidad de redimirse, pero quienes traducen y distribuyen los títulos sienten la necesidad de insistir en ello para darnos un cebo comercial.
Pero vayamos con la película. Southpaw empieza de manera arrolladora, como es habitual en el cine sobre boxeadores: Billy Hope (un impresionante Jake Gyllenhaal, demostrando por enésima vez que es uno de los grandes actores de nuestro tiempo) se desenvuelve en el ring ante las miradas temerosas de su mujer (Rachel McAdams) y en mitad de una marea de sangre, sudor y cicatrices reabiertas, que revelan el gusto por la violencia de su director. Los filmes sobre boxeo saben extraer cierta belleza, incluso cierta poesía visual, de los bailes, las enganchadas y los puñetazos que se dan los contendientes.
Hope gana el combate, pero no tardará en sufrir una tragedia (SPOILER), perdiendo a su mujer y viendo cómo lo alejan de su hija, lo que le sitúa en el pozo al que suelen ir a parar los boxeadores del cine: fracaso, soledad, falta de seguridad en sí mismos y ganas de contar con otra oportunidad para ascender de nuevo.
Pero lo primordial de ese ascenso es recuperar lo único que le queda. Cuando se busca a un entrenador para que le ayude (interpretado por Forest Whitaker), Billy Hope es claro: Esto es por mi familia. No puedo perder a mi hija. Su meta consiste en volver al ring para ganar dinero, aunque deba sufrir por ello. El mensaje es evidente: para redimirse, a veces hay que someter el cuerpo a un sacrificio. El cuerpo como depositario de una penitencia.
Southpaw es predecible, pero contiene dos ingredientes que merecen la pena: el ritmo tenso y trepidante que le proporciona Fuqua y el trabajo físico y dramático de Gyllenhaal. Aunque empieza bien y logra momentos de altura, es una de esas películas que se caerían si despojamos al actor principal del proyecto. Cuando termina, nos queda la sensación de que le falta algo, de que no es un producto tan consistente como creíamos al principio, quizá por culpa de un guión que contiene demasiados clichés.
Le falta esa grandeza y esa profundidad que tenían Rocky, Toro salvaje o Million Dollar Baby. Antoine Fuqua ya rodó su obra maestra hace 16 años (Día de entrenamiento) y es difícil que pueda volver a ese nivel, aunque con Los amos de Brooklyn casi lo logra. Recomiendo al espectador que, si ve Southpaw, vea también Creed, un filme parecido y del mismo año, pero mucho más sólido.
Ficha técnica
Título original: Southpaw
País: Estados Unidos
Director: Antoine Fuqua
Guión: Kurt Sutter
Música: James Horner
Género: Drama / Deporte
Duración: 124 min.
Reparto: Jake Gyllenhaal, Forest Whitaker, Rachel McAdams, Oona Laurence, Victor Ortiz, Naomie Harris, Curtis ’50 Cent’ Jackson