La representación número 174 en Ciudad de MéxicoVallas de seguridad, pantallas gigantes, dos kilómetros de recorrido, cerca de dos y medio millones de espectadores… No se trata de ninguna estrella de la farándula. Se trata de la representación número 174 de la Pasión de Cristo en un barrio al oriente de la Ciudad de México: el barrio (ya es delegación) más poblado de esta megalópolis: Iztapalapa.
Miles de trabajadores han dejado lista la escenografía y cerca de 200 actores –todos ellos escogidos de uno de los ocho barrios que conforman Iztapalapa, lo mismo que quien actúa, desde el pasado Domingo de Ramos, como Jesucristo—llegarán hoy, en punto de las tres de la tarde, hora local, al Cerro de la Estrella, donde ocurre la escena de la crucifixión.
Al lado de Jesús están las cruces de los ladrones Dimas y Gestas, en la más singular y realista representación de los sucesos de la Semana Santa que se realiza en México, y probablemente en el mundo cristiano. Todo es de verdad en Iztapalapa. Los latigazos que los soldados le propinan al actor que hace de Jesús, la cruz que arrastra y que pesa cerca de 100 kilos, la corona de espinas… Todo, excepto los clavos.
Evidentemente, los dos y medio millones de espectadores no estarán, junto a María y las santas mujeres al pie de la cruz de Cristo. Pero podrán escuchar, a través de potentísimas bocinas –otros lo podrán ver en pantallas gigantes—la siete últimas palabras del Salvador. Es el momento culminante de lo que comenzó el pasado Domingo de Ramos, siguió ayer jueves con la representación de la última cena del Señor y concluirá el sábado, con la resurrección y ascensión de Jesús.
Una tradición que no se acaba
Más de diez mil elementos de la Secretaría de Seguridad Pública, con el apoyo de dos mil 144 unidades y 200 caballos, resguardan la integridad de los asistentes. Siete helicópteros sobrevuelan la zona, para hoy viernes seguir paso a paso el viacrucis de dos kilómetros en el que participan dos mil nazarenos y mil romanos.
Desde 1843 en el Cerro de la Estrella se conmemora la Pasión de Cristo. Diez años atrás, en 1833, los pobladores afectados y preocupados por la epidemia que asolaba a su comunidad, invocaron las imágenes de Cristo que se veneraban en sus respectivas ermitas de los barrios originales de Iztapalapa para que terminara la ola de muerte que se cernía entre sus familiares.
A los pocos días, según cuenta la historia, la mortandad por el cólera cesó. Además del milagro de haber parado la epidemia, en San Lorenzo, uno de los pueblos de Iztapalapa, el Cristo invocado los favoreció con un agua milagrosa, pues del pie de un ahuehuete brotó un manantial y con el agua que de ahí emanó curaron a los enfermos y a la gente de los pueblos del sur-oriente de la Ciudad de México.
Una tradición de agradecimiento que, afortunadamente, no se acaba.