Un prodigio del pincel que nunca alcanzó el reconocimiento por el hecho de ser mujer
Ser mujer, artista y pintora de bodegones era todo un reto en el siglo XVII. Pero Clara Peeters lo consiguió.
El Museo del Prado le dedicó hace unos meses una retrospectiva. Sus bodegones conquistan por su color, armonía y composición. Se siente el sabor.
De su vida se sabe poco. Hay datos que certifican que nació en Amberes en 1594. Hija del también pintor Jan Peeters, se casó con Hendrick Joossen en Amberes y se cree que se estableció en Ámsterdam (1612) y en La Haya (1617).
Las mujeres de la época tenían prohibido dedicarse a la pintura y sólo las niñas que se criaban en familias de artistas tenían la oportunidad de aprender el oficio de sus padres y a veces dentro de los gremios de artesanos.
Fue un prodigio del pincel que desde los trece años firmaba cuadros. Fue la principal impulsora y uno de los máximos exponentes de la pintura del bodegón o naturaleza muerta de los Países Bajos.
La pintora está considerada, junto a autores como Rubens o Van Dyck, una figura clave en la pintura barroca flamenca pero nunca alcanzó el reconocimiento de sus coetáneos por el hecho de ser mujer. Algo parecido le pasó a la escultora Luisa Roldan, a Sofonisba Anguinssola… y a muchas más.
Clara Peeters se caracterizó por el uso continuo de estampados y por el retrato de banquetes lujosos con vajillas caras, aves, pescados y mariscos, motivos que posteriormente se hicieron populares. Encontraréis su firma minuciosa en el canto de los cuchillos. Los objetos se retratan con opulencia sobre fondo negro e invitan a adentrarse en el mundo de los banquetes sin fin. No se conservan más de treinta obras suya. Una lástima.
Artículo de Marisa Villén publicado originalmente en su blog Recetas con algo de cuento