La labor de las madres mexicanas que buscan a sus desaparecidosUn extenso reportaje del periódico The New York Times (NYT) en español –firmado por Paulina Villegas—ha vuelto a poner de relieve (tras el pasado 10 de mayo, día en que en Estados Unidos y en México se celebra a las madres) el horror de muchas madre mexicanas que tienen que excavar la tierra para buscar a sus hijos, a sus hermanos, a sus esposos.
Tal es el caso de Martha González Menéndez y Rosario Sáyago Montoya, del colectivo “Solecito” del Estado mexicano de Veracruz, quienes, cada semana, con una varilla y una voluntad de hierro, buscan cuerpos en la fosa clandestina de Colinas de Santa Fe, unos 15 kilómetros afuera de Xalapa, capital del estado de Veracruz.
Han aprendido la “técnica” de la varilla. Sabe cuando “huele a muerto” y cuando solamente huele a tierra mojada. Y desde agosto de 2016, cuando se dio a conocer la fosa clandestina más grande de México, la de Colinas de Santa Fe, Sáyago y sus compañeras del colectivo “Solecito” han encontrado y ayudado a exhumar 263 cuerpos.
Un horror cotidiano
“Cada mañana, de lunes a viernes, entre cinco y diez mujeres se reúnen en un pequeño supermercado en las afueras de la ciudad (de Xalapa) y compran agua, hielos y refrescos para resistir el sol que las asedia mientras excavan la tierra para buscar los cuerpos de sus hijos y maridos desaparecidos”, describe el reportaje de NYT.
Y agrega que Rosario Sáyago, de 39 años de edad, lleva más de tres buscando a su esposo, Juan Carlos Montero Parra, un policía municipal que desapareció junto con otros siete oficiales mientras realizaban un patrullaje, presuntamente a manos de la policía estatal, seguramente en contubernio con los cárteles de la droga.
Otras mujeres, como María de Jesús Basón, quien se unió al Colectivo Solecito para buscar a su hijo, desesperan y miran la paciencia de las veteranas con respeto pero sin el menor deseo de encontrar en Colinas de Santa Fe a su ser querido. “Yo no quiero encontrarlo aquí pero, Dios mío, ¿dónde está mi hijo?”, dice entre sollozos Basón.
Un método contra la desesperación
Como en el Estado de Sinaloa con “Las Rastreadoras” o en Coahuila, o en Michoacán; como los padres de los 43 estudiantes normalistas “desaparecidos” la noche del 26 de septiembre de 2015 en Iguala, en Guerrero, miles de padres y madres de familia, muchas más mujeres que hombres, han hecho de la busca de sus seres queridos una opción de vida.
Y una repulsa callada a los más de 30,000 “desaparecidos” que reconoce el gobierno que existen en el país, la mayor parte de ellos víctimas de la guerra entre los cárteles de la droga y el crimen organizado. Tan solo en el Estado de Veracruz, colectivos como “Solecito” reconocen 2,600 desaparecidos de manera forzosa.
Para muchas de estas mujeres, dice el reportaje de NYT, golpear y enterrar la varilla una y otra vez se ha convertido en una forma de sobrellevar la angustia y la falta de respuestas. “Escarbar, chapar, me quita un poco la desesperación porque me desquito con ella, le pego con todas las ganas de mi corazón”, dice Celia García, quien busca a su hijo Alfredo Román Arroyo, desaparecido hace seis años.
El ritmo del horror
No pueden hacer otra cosa. Negligencia, impunidad, soborno, falta de voluntad política, terror y miedo en las autoridades hacen que las familias, las madres, tomen no justicia, sino varilla por su propia mano. Es el lamento desesperado y, al mismo tiempo solidario, de quienes han visto salir al trabajo o a la calle o a cargar su celular a su ser querido y no lo han recuperado jamás.
“Solecito” salto a la luz pública internacional cuando, por sus propias labores de pesquisa y ocho meses de rastreo, en febrero de este año 2017, descubrieron a Veracruz, a México y a la comunidad internacional el horror de una especia de fosa estilo Auschwitz con 253 cuerpos enterrados ahí, en Colinas de Santa Fe, de forma clandestina.
Las mujeres del “Solecito”, uno de los once colectivos que existen en el estado de Veracruz, se han convertido en un emblema de la lucha de los familiares de desaparecidos. El consuelo de la búsqueda es, para muchas de ellas, el único que que queda… Cada noche, pasan lista de cada uno de los familiares desaparecidos a través de su grupo de Whatsapp. Y casi como un ritual, antes de dormir, cada una de ellas escribe: “Él vive, y todos viven”, termina diciendo el reportaje de NYT