Si caminas junto a alguien que ya ha “pasado por lo mismo que tú”, tendrás a alguien en quien poder confiarEste año me he propuesto leer 100 libros. Aunque la mayoría pueda pensar que es un reto exigente, la verdad es que yo estaba deseándolo. En mi recorrido de lecturas hasta ahora he encontrado muchos géneros con diferentes opiniones y enseñanzas. Un libro en particular que destacó fue Adorned de Nancy Demoss Wolgemuth. No es la primera vez que leo algo de Demoss Wolgemuth. De hecho, su libro Singled Out for Him es uno de los que más recomiendo a cualquier mujer cristiana en Estados Unidos que esté soltera.
Adorned estableció otro listón elevado para mí. En la cubierta aparece la frase “Vivir juntos la belleza del Evangelio”, que es la premisa del libro. Wolgemuth habla largo y tendido sobre la epístola del apóstol Pablo a Tito, en la que Pablo recomendaba a mujeres mayores que tomaran bajo su protección a mujeres más jóvenes para enseñarles a vivir con plenitud el Evangelio. Esta responsabilidad contribuye al crecimiento de la fe cristiana y sigue siendo necesaria hoy día.
En todos los ámbitos de mi vida, tengo o he tenido algún mentor o mentora. Hasta donde puedo recordar, ya hubiera decidido ser bióloga marina o ponerme en forma, recurrí a personas expertas en el ámbito para ayudarme. A medida que he madurado en mi vida, algunos sueños han cambiado, he cumplido con algunos objetivos y muchos mentores han entrado y salido por el camino. Pero quizás el ámbito de mi vida en el que más crítica ha sido la intervención de una mentora ha sido mi camino espiritual. Desde el momento en que me presentaron a Dios y a la Iglesia, tuve a alguien junto a mí, guiando mi camino, mostrándome quién es Dios y ayudándome a conocer Su plan para mi vida. Los efectos de esto han cambiado mi vida.
Como mujer soltera trabajando por una carrera, unas relaciones y una familia, en muchas ocasiones he dudado de si estaba en el buen camino, obedeciendo el diseño vital de Cristo para mí. Como principal cuidadora de mis padres, tenía dificultades con saber amarles como se merecen y apoyarles económicamente.
Sin la relación abierta y sincera que he tenido con la mujer de quien soy discípula, me habría encontrado en un mundo de problemas financieros y espirituales. Ella me guio sobre lo que dicen las Escrituras sobre la administración del dinero y me puso en contacto con otros recursos cristianos, siempre atenta a cada paso que daba y ayudándome incluso a resolver cómo comunicarme con mis padres. Tener a alguien que se interesa en el ámbito más importante de mi vida es un sentimiento irreemplazable y a menudo ha hecho que las travesías difíciles de la vida se me hicieran más fáciles de soportar.
Hubo incontables momentos más en los que necesité de una mujer madura espiritualmente, que ya haya experimentado la vida, para que camine a mi lado, que me ayudara a ser responsable y a encontrar respuesta a mis preguntas. Estas cuestiones son tan antiguas como la consciencia misma, pero siempre son relevantes para nuestro crecimiento espiritual: ¿Estoy representando a Cristo en todo lo que hago? ¿Estoy rezando por mí misma y por los demás diariamente? ¿Mis aspiraciones son puras y santas?
Hoy día no se escucha hablar mucho de la importancia de la orientación espiritual. En general, todos los cristianos comparten las mismas creencias, pero a menudo buscamos aplicar esas creencias por nuestra propia cuenta. Disponer de un mentor espiritual respetable es especialmente importante para los que son nuevos en la fe o quizás no hayan recibido una formación básica sólida. Aunque he sido cristiana toda mi vida y tenía conocimientos sobre la Biblia, no recibí una educación consistente hasta hace un año, cuando me uní a mi iglesia. Luego comprobé en primera persona que otros aspectos como el carácter de Dios y la correcta interpretación de las Escrituras y cómo aplicarlas requieren cierto trabajo. Caminar junto a alguien que ya ha “pasado por lo mismo que tú” no solo desafía tus debilidades, sino que además te da a alguien en quien puedes confiar. He tenido experiencias muy enriquecedoras con mis mentores espirituales y algunos de ellos han admitido que también aprendieron gracias a mí.
No tenemos por qué hacerlo todo completamente solos. Imagina que vas de senderismo a un lugar nuevo donde no conoces a nadie ni tienes ninguna referencia. Caminas en círculos tratando de encontrar tu lugar en el mapa hasta que terminas percatándote de que estás rematadamente perdido y no puedes recurrir a nadie porque te fuiste solo a este viaje para demostrar que podías hacerlo por ti mismo. Así es caminar en la fe sin nadie que te guíe. Podríamos evitarnos muchos dolores de cabeza si pidiéramos a alguien que compartiera con nosotros este camino que para nosotros es extraño e impredecible. Las mujeres jóvenes y las mayores caminando juntas dan como resultado una mujer joven más sabia y una mujer mayor más fuerte, y esto hace del mundo un lugar más sano y santo.