Shelley Marshall ha abierto su espacioso ático a completos desconocidos que padecen enfermedades mentalesComo yo misma he luchado contra una enfermedad mental gran parte de mi vida, siempre me siento agradecida cuando veo que otras personas crean espacio en el mundo para los que sufrimos estas enfermedades invisibles, sobre todo cuando el propósito de ese espacio no es “arreglar el problema”, sino reconocer y apoyar la dignidad humana de los que sufren.
En Toronto, la comediante Shelley Marshall ha hecho eso mismo al dar la bienvenida varias veces a la semana en su propio hogar a cualquiera que padeciera una enfermedad mental:
“Conocido como el Ático del bienestar mental, el hogar de Shelley es un lugar abierto precioso, equipado con sofás, mesas y un espacio libre para actividades como el yoga o el baile. Si no te atraen de inmediato los colores brillantes que iluminan su loft, te encantará la mesa de productos de pastelería acomodada junto a la puerta frontal. Preparar galletas y otros postres se ha convertido en una especie de tradición para algunas de las compañías regulares de Shelley en sus horas sociales”.
Me sorprende especialmente el hecho de que haya creado este espacio dentro de su propio hogar. Incluso hoy día, con tantísimos avances significativos a la hora de desestigmatizar la enfermedad mental, todavía hay cierta vergüenza asociada.
Todavía me avergüenza hablar de “mi enfermedad mental”, en primera persona… A nadie le gusta ser considerado inestable, y las “enfermedades mentales” todavía se asocian a ese ligero matiz de inestabilidad. Algunas personas piensan en las enfermedades mentales como algo impredecible, histérico, quizás incluso peligroso.
Así que cuando Shelley Marshall invita a absolutos desconocidos con enfermedades mentales a su propio hogar, es mucho más que un acto de misericordia y compasión para los desconocidos que puedan ir, es también un anuncio de compasión a los desconocidos del mundo entero: proclama que los que conviven con las enfermedades mentales son bien recibidos, que confía en ellos y que los ama.
En Estados Unidos especialmente, durante mucho tiempo hemos sido reticentes a hablar abiertamente sobre las enfermedades mentales. Nuestra particular mezcla de individualismo y cristianismo ha creado un ethos cultural que ve con malos ojos la debilidad, en particular la debilidad espiritual o emocional.
Y aunque la comunidad científica ha contribuido mucho a educar al público sobre las causas físicas y los efectos de las enfermedades mentales, a la sociedad en general le sigue costando reconocerlas como auténticas enfermedades.
La Iglesia católica, y las organizaciones benéficas católicas en particular, ha estado en primera línea del creciente movimiento para conceder apoyo y tratamiento a los que padecen una enfermedad mental, sobre todo entre los sectores más vulnerables.
En Oregón y Minnesota, las charities católicas se han asociado hace poco con hospitales y centros profesionales sanitarios para extender el alojamiento y la atención sanitaria de los sintecho, con la ayuda de profesionales médicos de la salud mental, mientras que la rama de las organizaciones benéficas católicas de Texas ha respondido a las necesidades únicas de su población ofreciendo servicios de asesoramiento bilingüe y a bajo precio en la ciudad de Bryan.
Sin embargo, el mayor impulso en pos de la concienciación pública y el apoyo a las necesidades de las enfermedades mentales ha venido de la mano de los padres de los que las sufren.
Rick y Kay Warren son unos padres famosos por crear una iniciativa por la salud mental en su iglesia, pero sin duda no han sido los primeros.
Jerry y Jo Ann Pyne crearon el primer grupo de apoyo a la salud mental en su diócesis del condado de Orange, California, después de que a su hija por fin le diagnosticaran un trastorno bipolar después de 30 años de “montaña rusa emocional”.
Su hija Jana era rebelde, abusaba del alcohol y las drogas y pasaba largos periodos sin ser capaz de conservar un trabajo. No sabían qué le sucedía y sentían que habían fracasado como padres.
¿Pueden imaginarlo? Treinta años de un trastorno bipolar sin tratar. Treinta años de enfermedad sin nadie que reconociera que estaba enferma. Treinta años de síntomas y automedicación confundidos con rebeldía y malas elecciones. Treinta. Años.
Hay personas que, literalmente, mueren cada día a causa de una enfermedad mental, y muchas más sufren en silencio, temerosas de pedir ayuda para una enfermedad que no puede verse.
Como sociedad, debemos dejar de ignorar a estas personas. Como católicos, debemos empezar a amarlas y recibirlas en nuestros hogares y nuestras vidas.
Por esta razón el Ático del bienestar mental de Shelley es un regalo, un regalo no solo para los que recibe en su casa, sino para todos los que la ven hacerlo y entienden el ejemplo de amor que supone.