En una época en la que negar a Dios resultaba del todo incorrecto, Emma Smallwood consigue confesar una realidad con la que convive a diario: “Yo no le oigo”
En el marco de la JMJ de Cracovia el pasado julio de 2016, el papa Francisco recordaba a los jóvenes que “Jesús es un Jesús sufriente, y no de hace dos mil años, sino que sufre hoy, con cada uno de nosotros”, con todos, con “los enfermos, los que están en guerra, los sin techo, los que tienen hambre, los que tienen dudas en la vida, que no sienten la felicidad, o que se sienten con el peso del propio pecado”. Cristo siempre está, y sufre con nosotros, aunque a veces no nos demos cuenta, como es el caso de Emma Smallwood.
Sin duda, la pérdida es una de las experiencias más dolorosas y difíciles de afrontar. Cada uno de nosotros la sobrelleva de manera distinta pero lo que resulta innegable es que se establece como un momento en la que todas nuestras creencias se tambalean.
Ocurre ahora como ocurría antes; la angustia ligada a la pérdida es atemporal como podemos descubrir en la novela La hija del tutor (Palabra, 2017), con la que nos damos cuenta de que, por mucho que haya cambiado la sociedad, despedirnos para siempre de un ser querido nos hace reflexionar sobre si Dios realmente nos escucha.
“Desde la muerte de su madre, su relación con Dios no estaba en buenos términos”, son las palabras que describen a la protagonista del libro de Julie Klassen. La joven Emma Smallwood puede ser una chica de época, pero en sus tiempos ya destacaba por considerarse una amante de los libros, una literata sin remedio según la acusaban, y era consciente de las restricciones a las que se enfrentaba por ser mujer.
Culta, prudente o astuta son algunos de los rasgos que la definen, así como, previamente a la muerte de su madre, se podría haber dicho religiosa; sin embargo, desde esa circunstancia, Emma mantiene una tensa relación con su fe, a la que ha apartado cada vez más de su ser según observa cómo su padre se consume terriblemente en su viudedad.
En una época en la que negar a Dios resultaba del todo incorrecto, Emma consigue confesar una realidad con la que convive a diario: “Yo no le oigo”, le asegura la joven a la última persona a quién se le ocurriría, el señor Henry Weston, quien le replica: “¿Pero acaso le escucha?”. Pero esta respuesta resulta insatisfactoria para aquellos que, en un momento de dolor, se ven en la necesidad de buscarle un sentido a la tragedia o, en el caso de Emma, un culpable que no retuvo a su madre a su lado.
A pesar de la obstinación de aquellos que aseguran que Dios no les presta atención, o no les contesta como ellos esperan, se rescata de esta novela de Klassen la seguridad de que Éste nos escucha constantemente, “pero no siempre responde como nosotros queremos”.
El valor de La hija del tutor reside en ese transcurrir de sus páginas acompasado con el redescubrimiento de la fe. Observar cómo una joven, que prefiere desahogarse en su diario antes que rezar, recupera su relación con Dios gracias a las palabras de un amigo, nos da una lección que podemos ver cada día en multitud de jóvenes que, quizás por la pérdida, quizás sin motivo, dejan de escuchar.
La reconciliación con la fe, así como la confianza, el misterio y el romance son los temas que la autora Julie Klassen recopila en La hija del tutor, una obra al más puro estilo clásico de Jane Eyre o Downton Abbey.
Nos encontramos, pues, ante una historia de esperanza, en la que a pesar del dolor y del sentimiento de ausencia, la protagonista termina siendo capaz de experimentar el amor y misericordia de Dios, dándonos una buena lección: recibiendo las palabras adecuadas de la persona menos esperada. Emma Smallwood es, pues, un buen ejemplo de la búsqueda humana de misericordia y al mismo tiempo del encuentro a través de la humildad.
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