Un grupo de mujeres del siglo IV en Roma se unieron para llevar una vida de oración, estudio y trabajo sirviendo a los necesitados
La historia de la “Sociedad del Vestido Marrón” (the Society Brown Dress) comenzó de la mano de una mujer de la aristocracia romana llamada Marcela, cuya riqueza y belleza la habían colocado dentro de la clase más adinerada e influyente de la ciudad en la que gozaba de los privilegios de la educación, la cultura y todo lo mejor que el dinero podía comprar: finos vestidos, joyas, maquillaje, banquetes y bailes.
Marcela se casó joven con un rico aristócrata, pero luego de siete meses de matrimonio, su esposo murió repentinamente y la vida de Marcela dio un giro radical: decidió dedicar el resto de su vida a la caridad y a la oración estando convencida de que Dios la guiaba a una vida de pobreza y servicio.
Abandonando su costosa gala, Marcela comenzó a utilizar una prenda de color marrón y aunque no era su intención buscar agitar la controversia, su acción fue chocante y hasta considerada vergonzosa en su ambiente. Pero ¿por qué eligió el marrón?
El color marrón había sido el color característico de la cultura monástica y la vida que ella llevaba era muy similar a ésta. De hecho a ella se le atribuye la fundación del primer convento de la iglesia occidental.
Además, el color representaba una vida simple y movida por el deseo de llevar una vida así, Marcela dejó atrás la moda extravagante para ponerse una simple prenda de color marrón.
Lo que ocurrió después fue que a medida que pasó el tiempo, otras mujeres en Roma empezaron a seguir su ejemplo hasta formar una comunidad que luego tomó el nombre de la Sociedad del Vestido Marrón.
La sociedad del Vestido Marrón fue así un grupo de mujeres viudas y vírgenes jóvenes del siglo IV en Roma que se unieron para comenzar a llevar una vida de oración, estudio y trabajo sirviendo a los necesitados.
Estas mujeres estaban “adelantadas” de alguna manera para la época en la que vivían y ¡lograron hacer mucho!.
Sabemos que hablaban más de un idioma, que eran cultas, dedicaban tiempo para el estudio de la Biblia y que gracias a ellas, mucha gente recibió ayuda. De hecho, Santa Marcela perteneció al círculo de San Jerónimo y el mismo santo había recibido hospitalidad de estas mujeres como peregrino en Roma.
San Jerónimo escribió una larga serie de epístolas que no sólo hoy nos revelan la historia de esta gran santa, sino que también evidencian la importancia que él le dio a Marcela en la comunidad de Roma. Marcela estaba encargada de dirigir las tareas de lectura, estudio, trabajo y oración que se realizaban en su palaciega casa que se había convertido en un refugio para los peregrinos y para los pobres.
Otra mujer que también hizo su contribución fue Santa Paula. Cuando San Jerónimo regresó a Tierra Santa, Paula se trasladó allí y como mujer devota y académica se convirtió en el viejo contraparte intelectual de San Jerónimo. Además entre las mujeres más conocidas, a ese grupo se incorporó Fabiola de Roma quien luego de su conversión pública, fundaría el primer hospital de Occidente.
Entre otras mujeres encontramos a Santa Asela, Santa Principia, Santa Eustoquia y Bresilla, la hija de Paula y muchas otras cuyos nombres permanecen en el anonimato pero sabemos que han aportado profundamente a la sociedad de ese tiempo.
La vida de estas mujeres hoy nos hacen reflexionar no sólo sobre su actitud de renuncia por una causa mayor cuyo centro era poner en práctica las enseñanzas de Cristo sirviendo a los demás, sino por su imagen sencilla, corazón humilde e ímpetu con el que abrazaban la formación tanto espiritual como académica. Hoy las recordamos como aquellas mujeres que bajo el color marrón, se unieron para crear una obra de bien llevando un mensaje concreto y sencillo de amor.