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Me han dicho que tengo una enfermedad grave, ¿cómo hago para no hundirme?

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Inma Álvarez - publicado el 31/05/17
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La psicología y la espiritualidad son los grandes aliados del enfermo en los momentos más duros

Yo ya sabía que algo no iba bien conmigo: esos dolores, esa debilidad... pero ha venido el médico, y la realidad es peor de lo que yo temía. Simplemente, estoy hundido, no puedo aceptarlo...

Por mucho que nuestros seres queridos o nuestros profesionales sanitarios intenten comunicarnos de la mejor manera posible una mala noticia sobre nuestro estado de salud, este momento siempre supone un duro golpe psicológico y emocional.

Por muy equilibrado que uno sea, el dolor y los sentimientos de frustración pueden ser realmente muy profundos y existenciales. A esto hay que añadir otros factores de estrés, como ansiedad y depresión, insomnio, disfunciones sexuales, pérdida del trabajo, agotamiento, etc.

No todas las personas enfrentamos las malas noticias de la misma manera, pues mucho depende de la vida que hemos llevado, nuestra educación, cultura, costumbres y valores. También pueden producirse sorpresas: una persona aparentemente frágil puede dar muestras de una inesperada fortaleza interior, y al revés. No cabe duda que, sobre todo en temas de salud, tienen mucha importancia las bases humanas y sobre todo espirituales que las personas tienen.

Pasar por una fase de rechazo y negación es normal

Por lo general, en la psicología clínica descubrimos una tendencias comportamentales comunes en el modo de reaccionar. Es muy común iniciar con una fase de no aceptación, de negación. No queremos aceptar lo que escuchamos del medico. En esta fase se siente ira, rabia, enfado generalizado.

Son momentos de verdadero dolor humano en los que el enfermo busca negociar consigo mismo y con la enfermedad, pensando en muchas alternativas o, en el peor de los casos, cayendo en una depresión en la que la vida parece ya no tener sentido.

Esta fase es ABSOLUTAMENTE NORMAL, y no hay que juzgarse ni exigirse una aceptación de la situación hasta atravesarla. Es necesario darse un tiempo para encajar las malas noticias, tener paciencia con uno mismo. Intentar negar lo que uno siente puede producir aún más sufrimiento emocional.

Para madurar estos aspectos, se necesita tiempo, y cada persona tiene su proprio ritmo de asimilacion, en función también de los recursos de resiliencia que ha acumulado en la vida. Cada ser humano tiene un grado diverso de madurez y una capacidad diversa para gestionar el proprio dolor y los sentimientos que ocasiona.

Lo importante, una vez pasado por este duro momento, es lograr interiormente una actitud de aceptación. Debemos reconocer que nuestra mejor oportunidad de felicidad futura radica en la comprensión de nuestra enfermedad y de nuestro compromiso de vivir con la enfermedad, sin poner más limitaciones de las que ésta nos impone.

La aceptación no es resignación. Es comprender que nuestra vida será distinta a la que teníamos, pero que esa diferencia puede ser mejor, que podemos aceptar el dolor sin que sea nuestro dolor, y comprender que nuestra vida todavía puede tener un fin positivo y productivo a pesar de que nuestra energía y capacidades físicas están limitadas. La vida es un regalo, y todos lo seres vivos estamos invitados a ser protagonistas del proceso que se da entre el nacer y el morir.

La sensación de fragilidad forma parte del mundo emocional del ser humano. No hay que tener miedo a sentir la inseguridad como si fuera algo que deberíamos evitar. El hecho de no aceptar que somos vulnerables nos hace más vulnerables.

Es muy bueno, en los momentos que sentimos que no podemos sobrellevar etapas de tristezas o frustraciones, pensar en todas las personas que padecen nuestra enfermedad, con las cuales estamos en contacto, y pedirles ayuda para superarlos. Sin duda llegarán las repuestas que estamos esperando y el aliento para salir adelante. Tender nuestra mano a quienes necesitan ayuda nos hace descubrir que aliviamos la sensación de pérdida que sentimos, y nos ayuda con nuestros propios problemas, encontrándolos más fáciles de afrontar.

Dos aliados fundamentales: la psicología y la espiritualidad

Hoy hablamos de bienestar, de Medicina no solo para la biologia sino para todo el ser, para toda la persona. Esta dimensión humana en los enfermos es muy sensible, porque en los momentos de dolor, se tiende a encontrar la verdadera dimensión de las prioridades en la vida. Se descubre que la salud es un don maravilloso que, cuando falta, nos deja la sensación de no tener nada mas en las manos.

La psicología puede ayudar, al igual que la cercanía de la familia, el hablar del problema con las personas que más se quiere, el tratar de ir viviendo el día a día sin focalizarse en peores hipótesis de desenlace etc. Pero cuando hablamos del dolor, la dimensión humana no es más que una puerta de entrada para caminar en una dimensión que supera los límites biológicos de nuestro organismo, y que se llama vida espiritual.

El concepto fundamental es el de la esperanza. La esperanza en el campo de la Medicina esta relacionada con las posibilidades estadisticas de superar la enfermedad. Para el enfermo, la esperanza está también relacionada con su capacidad, si bien sabemos que es un don que hay que cultivar, de no perder nunca una visión en la vida donde se es consciente de que no todo depende de nosotros.

El realismo es el primer paso para no crear expectativas de vida que no corresponden a la realidad, y para intensificar el apoyo afectivo a quien ya sabe que su vida esta llegando a la parada final, porque el cuerpo humano tiene estos límites en su naturaleza. Para quien lo desea, el apoyo espiritual en estos momentos puede ser la mejor opción.

Artículo realizado en colaboración con Javier Fiz Pérez, Psicologo, Profesor de Psicología en la Universidad Europea de Roma, delegado para el Desarrollo Cientifico Internacional y responsable del Área de Desarrollo Científico del Instituto Europeo de Psicología Positiva (IEPP).

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