Entrevista con Rodrigo Guerra uno de los nuevos miembros de la Academia Pontificia por la VidaRecientemente ha sido publicada la lista oficial de los nuevos miembros ordinarios de la Academia Pontificia por la Vida. Entrevistamos al mexicano Rodrigo Guerra, doctor en Filosofía y presidente del Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV), sobre el significado de este nuevo equipo científico al servicio de la Iglesia.
¿Qué significa para usted que el Papa Francisco lo haya nombrado “miembro ordinario” de la Academia Pontificia por la Vida?
Déjeme hacer un poco de historia. En 2006 trabajaba en la Universidad Panamericana en Ciudad de México. Había organizado un Grupo Interdisciplinario de Bioética en el que afirmábamos, con pasión, que es preciso poner al lado de la defensa del embrión humano el cuidado y acogida de la mujer que tiene un embarazo no deseado para que no se descubra sola y en desamparo. “Bioética incluyente” le llamábamos a esto.
Publicamos algunos libros y artículos. No faltaron algunas incomprensiones. Sin embargo, en marzo del año 2006 recibí un mensaje de la Nunciatura referente a que el Papa Benedicto XVI me había nombrado “miembro correspondiente” de la Academia Pontificia por la Vida. Mi corazón se estremeció grandemente. Esta fue la oportunidad de conocer y trabajar con afamados bioeticistas y me reencontré con antiguos profesores a los que estimo mucho.
Ahora que Francisco promueve abiertamente una reforma y conversión integral de la Iglesia, me honra mucho el nombramiento como “miembro ordinario”. Desde que lo conocí en Aparecida me siento especialmente en sintonía con sus preocupaciones y acentos: una Iglesia en salida; un cristianismo esencial, sin poses; una afirmación valiente de que la misericordia es método para la vida toda. Trataré, con la ayuda de Dios, de no defraudar la confianza que implica esta encomienda.
¿Qué desafíos percibe para la Academia en el momento presente?
Tengo la impresión que el Papa Francisco espera una Academia fiel, abierta y con un horizonte ampliado. Fiel a la verdad que se encuentra no sólo en algunos sino en todos. Abierta y dialogante para aprender a leer la cultura de nuestro tiempo y así atender de manera más pertinente los nuevos desafíos biotecnológicos.
Y con un horizonte ampliado en el que la bioética no se reduzca a una suerte de ética médica sino que esté en contacto con los problemas de la biojurídica, la biopolítica y del desarrollo social de los pueblos. A este respecto, la Encíclica Laudato Si` ofrece una agenda renovada que es preciso profundizar y asumir con máxima seriedad. Una ecología integral clama también por una bioética más integral.
Esto parece requerir una renovación de la Bioética, ¿es así?
El Papa Juan Pablo II y el Cardenal Elio Sgreccia sentaron las bases de la bioética personalista. El personalismo ontológicamente fundado ofrece recursos teóricos para un compromiso militante a favor de la dignidad de todas las personas, en especial, de las más vulnerables y excluidas. No es un personalismo nebuloso o débil. Es una articulación original de corte metafísico que ayuda a darle gran rigor al esfuerzo racional por redescubrir los fundamentos de la vida moral en el debate actual.
Así mismo, provee las razones para reconocer la importancia de la persona como substancia y relación, como sujeto comunional, llamado a realizarse en la solidaridad, en el amor y en la lucha por la justicia. Una bioética personalista con estas bases no basta con que sea repetida mecánicamente sino que es una invitación continua a profundizar, a encontrar nuevos argumentos, a pensar la realidad en apertura continua. Como decía Gregorio de Nisa: “los conceptos crean ídolos, sólo el asombro conoce”.
Usted ha participado en el debate sobre “Amoris laetitia” mostrando los argumentos y las razones de la enseñanza del Papa Francisco. Esta Exhortación postsinodal ¿tiene que ver con la bioética también?
“Amoris laetitia” es la sabiduría y el homenaje que hace el pastor universal de la Iglesia al amor misericordioso de un Dios que cura. Es una hoja de ruta para quien necesita encontrar un camino para los matrimonios y las familias que sufren. Como dice Rocco Buttiglione, “Amoris laetitia” es una terapia del amor herido y una guía para los perplejos.
En el ámbito de la bioética, la enseñanza de Francisco en esta Exhortación es fundamental. La más valiente defensa de la dignidad de la vida humana debe estar acompañada de la más radical compasión, misericordia y afecto por el que ha fallado. Cuando este binomio no se afirma simultáneamente surgen deformaciones que hacen de la causa “pro-vida” una ideología más.
¿Existen riesgos de ideologización en la lucha por la defensa de la vida?
El evangelio de la vida no puede ser reducido a uno o dos temas. Por ejemplo, en algunos países existen personas y/o grupos “pro-vida” que no simpatizan con el cuidado del medio ambiente tal y como *Laudato Si’* lo proclama. También existen algunos “pro-vida” que no logran entender la importancia de la defensa de los derechos de los más pobres y excluidos. Una defensa de la vida concentrada en los derechos del no-nacido y que no se conmueve con el dolor del migrante, del indígena, del indigente o del torturado, es parcial y tendenciosa.
Hoy más que nunca los bioeticistas tenemos que aprender de personajes como Oscar Romero o como Dorothy Day al momento de estudiar a Wojtyla o a Sgreccia. Más aún, debemos prestar atención a las muchas advertencias anti moralistas que Benedicto XVI nos regaló para no reducir el Evangelio a una propuesta “de valores”, aparentemente decente, pero profundamente burguesa y ajena al estilo de vida de Jesús.
¿La labor de la Academia Pontificia por la Vida forma parte, entonces, de la nueva evangelización?
La Academia es una institución científica al servicio de la Iglesia. En cierto sentido es una diaconía de la inteligencia que proclama que “la gloria de Dios es que el hombre viva”, como decía San Ireneo. Por eso, su actividad se inscribe también como un gesto evangelizador.
En la Academia tenemos que aprender a ser buena noticia para todos, anunciando con rigor intelectual y fidelidad a la fe, que no es humano lastimar la vida de nadie. En el fondo, ser cristiano es no abandonar nunca al otro en su dolor sino custodiar su vida, aún corriendo el riesgo de perder la propia. Quien pasa de largo ante el herido, ante el caído, aunque parezca decente, lo asesina.
Los miembros de la Academia tenemos, por ello, un gran reto y mucho trabajo por delante.