Por el centenario de la muerte de Rodin, se multiplican las iniciativas para honrar su memoria y su obra. Es la ocasión de descubrir al genio en su parte más íntima: su alma.L’Art de Rodin es la transcripción de numerosas conversaciones entre el escultor y su amigo Paul Gsell. Detrás del genio mítico, del trabajador tenaz, amigo de grandes artistas de su tiempo, se esconde un pensador refinado, contemplativo, un ser apasionado de verdad y trascendencia. Como las Cartas a un joven poeta, de Rilke, o la Carta a los artistas, de Juan Pablo II, esta obra es una magnífica oda a la profesión del artista.
“Mirar un rostro humano para descifrar un alma”
En estos diálogos, Rodin describe su misión de intérprete del mundo: “[El artista] solo tiene que mirar un rostro humano para descifrar un alma”. Para el padre del El Pensador, toda forma es espiritual. Aunque ha sido un virtuoso a la hora de celebrar la carne y modelar la forma humana, su genio extraordinario estuvo en insuflarles vida. Sus esculturas no son de una belleza plástica y realística, parecen tener alma, ya que son trascendidas por un movimiento, un impulso espiritual. Y así lo explica el maestro: “Lo que adoramos en el cuerpo humano va más allá de su forma tan hermosa, es la llama interior que parece iluminar por transparencia”.
El escultor se convierte en pregonero de la dimensión sagrada del cuerpo humano: “El cuerpo expresa siempre el espíritu en el que está envuelto. Y, para quien sabe verlo, la desnudez ofrece la significación más rica. En el ritmo majestuoso de los contornos, un gran escultor, un Fidias, reconoce la serena armonía que emana de toda la Naturaleza por la Sabiduría divina”.
La vida se vislumbra en todas las cosas, en todos los seres. Cada paisaje puede descifrarse y encontrar en él el alma de su Creador. De modo que no existe fealdad para el artista que se ocupa de las almas más que de las formas. “La Naturaleza siempre es bella: basta con comprender lo que nos muestra. (…) Incluso en el aspecto más insignificante sigue habiendo vida, un poder magnífico, inagotable materia de obras de arte”.
El artista va incluso más lejos. Detrás de la deformidad física, descubre la herida interior de la persona y de sus dedos maravillados hace brotar la compasión. Así actúa el escultor con su Bella Armera, el sacerdote con el pecador, Cristo con los leprosos. En el fondo, el artista obra con misericordia transfigurando la fealdad: “Cuanto más desgarrador es el martirio de la conciencia alojado en ese cuerpo monstruoso, más hermosa es la obra del artista”.
La constante adoración de la verdad
Rodin declara su amor a la verdad como san Francisco declaraba su amor a la Señora Pobreza. El gran maestro escultor hizo de la verdad su vocación, y de su expresión pura y a veces bruta, su alegría más intensa. Sin ilusión ni complacencia, la verdad es para el artista una fuente de maravilla: “A veces hay corazón en la tortura, pero más fuerte aún que su pena, experimenta la áspera alegría de comprender y de expresar. Su éxtasis puede ser aterrador, pero sigue siendo felicidad porque es la constante adoración de la verdad”.
Este amor apasionado de la verdad, ¿le ha conducido a lo Eterno? Al ver un gran crucifijo colgando en la pared de su dormitorio, su amigo Paul Gsell le pregunta si es religioso. Él responde que no es “practicante” de la religión. Sin embargo, ofrece una bella definición que revela la profundidad de una hermosa alma buscadora: “La religión (…) sigue siendo el impulso de nuestra consciencia hacia el infinito, la eternidad, hacia la ciencia y el amor sin límites, promesas quizás ilusorias, pero que, desde esta vida, hacen palpitar nuestro pensamiento como si sintiera tener alas”.
La marca del amor celestial
Rodin explica que, en el fondo, el mejor maestro para un escultor es el Creador mismo. El reto de la escultura no es reproducir un cuerpo humano, sino el darle vida. A través de sus ojos, él recibe una percepción más fina, más sutil, más profunda de las cosas y de los seres. A través de su talento nos la comunica, nos hace tocar con el dedo la presencia de Dios en todas las cosas. Se hace a su vez creador, siguiendo los pasos de Dios, para mostrar a los hombres el milagro de su modelo original: “Cuando un buen escultor modela un torso humano, no representa solamente los músculos, es la vida que los anima, (…) mejor que la vida, (…) el poder que los moldea y les comunica la gracia, el vigor, el encanto amoroso, la fogosidad indómita”.
Dios da la vida a todo, el genio ya ha dejado constancia de ello en la presencia en las catedrales y entonces rinde homenaje a los artistas anónimos de la Edad Media: “¿Por qué son tan hermosas nuestras catedrales góticas? Porque en todas las representaciones de la vida, en las imágenes humanas que decoran sus pórticos y hasta en las plantas que florecen en sus capiteles, descubrimos la marca del amor celestial. Por doquier nuestros suaves escultores de la Edad Media han hecho resplandecer una infinita bondad”.
“Enriquecer el alma de la humanidad”
Rodin realizó su misión principal a partir de este ir y venir entre Dios y él a través de la contemplación, además de entre él y sus contemporáneos. Al ahondar en la materia, al consagrarse a la búsqueda del sentido oculto de las formas, va al encuentro de su alma y, a través de las emociones que nos hace vivir, nos invita a un encuentro más íntimo con la nuestra: “Porque, al impregnar de su espíritu el mundo material, revela a sus contemporáneos extasiados mil matices de sentimiento. Les da motivos nuevos para amar la vida, nuevas claridades interiores para guiarse”.
Al ver lo que sus contemporáneos no ven, el artista ofrece lo que ha recibido en su alma, volviendo el mundo espiritual más accesible para todos: “El artista, al representar el Universo tal y como lo imagina, formula sus propios sueños. En lo referente a la Naturaleza, es su alma lo que celebra. Y así enriquece el alma de la humanidad”.
Descubre el tráiler de la película Rodin de Jacques Doillon, estrenada el 8 de junio de 2017 en Francia con motivo del centenario de su muerte.