La humildad no está reñida con el liderazgo
Fe, esperanza y caridad (1Co. 13, 13): estas son las llamadas virtudes teologales, conceptos clave que deben guiar la vida de todo cristiano. Pero, bien mirado, las tres necesitan de una virtud que no es menos importante: la humildad.
Cultivar la virtud de la humildad es, sin duda, la mejor manera de abrir nuestro corazón a la acción directa del Espíritu Santo en nosotros, y por ende a “los frutos del Espíritu: el amor, la alegría y la paz, la magnanimidad, la afabilidad, la bondad y la confianza, la mansedumbre y la templanza” (Ga. 5, 22-23).
Pero ¿qué es la humildad? ¿Es, acaso, una suerte de buenismo que nos hace ir por la vida poniendo buena cara a todo lo que nos rodea? ¿O es una actitud de tibieza que nos hace pusilánimes y bien mirados por todos? ¿O es, simplemente, “poner la otra mejilla”? No es, en efecto, nada de eso. No es ni parecido a nada de eso.
La humildad es la actitud por la que uno se sabe salvado y redimido, necesitado y pecador… herido. Por ello la humildad sólo puede comprenderse verdaderamente a los ojos de Cristo y su sacrificio. Únicamente.
El que alguien venda su coche deportivo y se convierta en monje budista no le hace a uno humilde. Carecer de recursos económicos no nos hace humildes. Y el hecho de hacernos llamar católicos, o cristianos, tampoco nos hace humildes. La humildad es una actitud interior que sólo Dios puede conocer, y que debe vertebrar todas nuestras acciones.
Humildad es, por ejemplo, cuando corregimos con amor y cariño en lugar de con altivez, sabiendo que el otro es Cristo. Humildad es querer lo mejor para los demás antes que para uno mismo. La humildad es, en definitiva, el sacrificio del yo en aras de algo más grande: el amor de Dios.
Sabiendo esto, ¿podría decirse que la humildad entra en conflicto con el liderazgo? Muchos no tardarían en responder “¡Sí, sin duda!”. Lo cierto es que nada más lejos.
Efectivamente, ya en el siglo I d.C. el poeta de origen hispano Lucano afirmaba que “se alejase de los palacios aquel que quisiera ser justo, pues la virtud y el poder no se hermanan bien”, pero esta aseveración está basada en un determinismo contrario a la libertad humana, e incluso a la razón.
Dios nos ha creado libres y con conciencia tanto cuando detentamos grandes responsabilidades como cuando carecemos de ellas. De hecho una persona con responsabilidad sobre otras tiene las mismas posibilidades que el resto de practicar la virtud.
No olvidemos que el mismo Cristo fue un líder, y que, por ejemplo, algunos de los santos más venerados de la cristiandad fueron líderes y a la vez humildes, entre los que destacan fundadores de órdenes y movimientos religiosos, obispos y papas, e incluso reyes y militares.
Y es precisamente en esta cuestión, la de hermanar el liderazgo y la virtud, en la que se ha centrado Alexandre Dianine-Havard. Este jurista, abogado de profesión, e hijo de exiliados rusos y georgianos en Francia a causa de la Revolución bolchevique, ha dedicado muchos años y esfuerzo a transmitir las ideas que expone en el libro Liderazgo virtuoso (Palabra, 2017).
En esta genial obra, Havard hace un repaso de las virtudes clásicas aplicándolas al contexto del liderazgo, poniendo de manifiesto el error en que había caído Lucano, hace casi dos mil años, al creer que la persona era determinada por la corrupción que conllevaba el poder, sin atender a su libertad.
Havard aborda así todas las virtudes clásicas: las cardinales (fortaleza, justicia, prudencia y templanza) y las paulinas (cf. 1Co. 13, 13 y Ga. 5, 22-23), configurando un perfil de “líder” que guía, y no de “jefe” que ordena, sumamente iluminador para todas aquellas personas que tengan responsabilidad sobre los demás. En definitiva, un liderazgo cristiano. Además, algunos de los ejemplos en los que Havard se inspira son incontestables, como Aleksandr Solzhenitsyn o san Juan Pablo II.
Fundador del Havard Virtuous Leadership Institute, Alexandre Havard recorre el mundo impartiendo seminarios y congresos sobre el liderazgo virtuoso, como el que recientemente ha impartido en Zaragoza con el título: Think Tank Virtuous Leadership entre el 15 y 17 de junio.
Para dar una idea global de la propuesta de Havard, cabe destacar una frase contenida en el preámbulo del libro: “Cuando comprenden que el liderazgo es un servicio –¡virtud en acción!–, veo que sus almas vuelan como si tuvieran alas”.
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Por Antonio Miguel Jiménez Serrano