El término ruso "starets" designa ante todo a un hombre anciano. Y la imagen icónica de un viejo monje de larga barba blanca y vestido por completo de negro no está muy desencaminada.
Es un personaje central de la tradición ortodoxa, por lo general un monje reconocido por su gran sabiduría y su experiencia y a quien las personas, peregrinos e “hijos espirituales” acuden para conocer “el amor que guía”, según el padre Séraphim de Valaam.
Aunque no es necesariamente el confesor de aquellos a quienes guía, el starets es ante todo un hombre de una gran experiencia espiritual.
Siluan el Athonita concebía la dirección espiritual de un padre como una necesidad imperiosa:
Una garantía de progreso espiritual
El padre espiritual es la garantía de humildad de aquellos a quienes guía y, por tanto, de su progresión.
Y es que el cristianismo oriental ha permanecido profundamente influido por la tradición hesicasta, que trata de conocer la paz del alma en la intimidad de Dios al término de un largo camino espiritual.
Es este camino sinuoso el que ya ha recorrido el starets. Como un explorador, ha ido deshaciéndose poco a poco de todas las consideraciones mundanas para permitir actuar al Espíritu Santo, por él y también en beneficio de los demás.
Así pues, el starets es un intermediario a través de quien el Espíritu se dirige a quienes piden socorro y consuelo.
Por eso, su vida es ante todo una vida intensa de oración. En su enseñanza y su consejo, el starets revela tanto la lección de su experiencia como el producto de su oración.
En la oración auténtica, la del corazón, el padre espiritual obtiene el amor verdadero, el amor evangélico, la caridad indispensable en su relación con el prójimo.
Cultiva la riqueza espiritual de la vida monástica para entregar una pizca de su precioso fruto a quienes viven en el mundo.
Establece, pues, un vínculo crucial para la vida espiritual de los fieles, entre el mundo distante y recluido del monasterio y el mundo de los “seglares”.
Un starets… ¿para hacer qué?
La famosa obra anónima Relatos de un peregrino ruso pone de relieve una función distinguida del starets: desmitificar la vida cristiana y la obra de los Padres de la Iglesia.
Así, el starets indica al peregrino —y a través de él al lector— los pasajes de los Evangelios a los que recurrir para aprender a rezar, los de estudio prioritario en la Filocalia, etc.
La figura del starets resplandece hasta el punto de ser un personaje central de Los hermanos Karamazov, de Dostoyevski. Y esto es porque está asociada a un carisma particular, sobre todo a la capacidad de discernir las necesidades propias de cada uno, fruto de un gran conocimiento del alma humana y de sus sufrimientos.
Compasivo y sanador
Son muchos los escritos que evocan los rostros juveniles y refulgentes de estos ancianos. El starets logra llevar consigo la impronta del amor en el que vive, porque no es un director autoritario ni cruel.
El archimandrita ortodoxo francés Syméon Cossec afirma que debe ser como “el icono” de Cristo compasivo y sanador.
De modo que es exactamente lo contrario de un severo director de conciencia, frío y distante.
En la relación con sus hijos espirituales, el starets admite cargar sobre sí sus faltas para hacerles crecer, y así cumple su misión sacerdotal.
Como una familia
La relación con un starets debe pues concebirse como una forma de experimentar la acción del Espíritu. Una forma de aprender de la experiencia de un “viejo sabio” que ya ha pasado por las duras pruebas de la vida espiritual.
Es un faro, y muchos de ellos, a veces taumaturgos, han sido canonizados en la Iglesia ortodoxa.
Así descubrimos los linajes de padres espirituales. San Silouan del Monte Athos tuvo al starets Sofroni como discípulo e hijo espiritual. Y él a su vez guió a muchos más monjes en vida que se convirtieron también en starets.
Los padres espirituales de Oriente perpetúan y renuevan de esta manera una tradición viva que, más allá del mito, es una realidad esencial de la vida espiritual.
Un extracto sugerente del padre Séraphim, mencionado en el texto: