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La fascinante historia del obispo rescatado de la tortura por una prostituta

Mgr Xavier de Maupeou © DR

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Sylvain Dorient - publicado el 03/07/17
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Desde hace más de medio siglo, Xavier de Maupeou vive junto a los sin tierra en Brasil

Su actividad al servicio de los más pobres le valió una reputación de comunista por la dictadura militar que gobernó Brasil entre 1964 y 1985.

En efecto, este sacerdote no tenía pelos en la lengua cuando denunció la “pasividad” de una parte de la Iglesia ante los problemas que sufrían los más pobres: campesinos sin tierra, habitantes de favelas y descendientes de esclavos…

Así que esperábamos encontrar a un aventurero con la piel llena de cicatrices y la boca llena de historias, pero Xavier de Maupeou se muestra poco elocuente cuando tiene que recordar su carrera.

El día que fue nombrado obispo, exclamó: “Están locos, ¡no tengo capacidad para eso!”. Una actitud que nunca le ha abandonado, más afanado en responder sobre la situación actual de Brasil que en relatar sus recuerdos, reunidos en un libro por su sobrina Isabelle Colson.

Los sacerdotes rojos en el punto de mira

De Maupeou llegó a Brasil en 1962 y fue testigo del golpe de Estado de 1964. Rápidamente constató que la dictadura militar estaba obsesionada con el comunismo y veía en la obra de sacerdotes como él una acción peligrosa.

Él, por su lado, animaba a los campesinos a formar comunidades para no enfrentarse solos al apetito de las grandes explotaciones agrícolas.

En el Brasil de los años 60, muy pocos agricultores poseían prueba escrita que demostrara que eran dueños de la tierra que trabajaban.

Lo más normal era que llevaran viviendo allí desde generaciones y, aunque en teoría tenían derecho a un certificado, no veían la utilidad de ir a reclamar uno.

Uno de esos agricultores, a quien el padre De Maupeou recomendó ir a pedir este documento, le respondió de inmediato: “¡Demuéstrame primero que la camisa que llevas es tuya!”.

El mecanismo de los ladrones de tierras

Esta despreocupación, antes o después, se volvería contra ellos.

Los campesinos debían hacer frente a unos explotadores muy hábiles, que les confiaron unas cabezas de ganado a cambio de una remuneración mensual y luego reivindicaron a la administración la propiedad de la tierra, apoyándose en este estatus de “empleadores”.

Con el respaldo de una administración plagada de corrupción, resolvieron, por ejemplo, la supresión de la escuela de un pueblo. Los niños tuvieron que desplazarse a la ciudad y sus madres alojarse en la periferia. Los padres, cuando iban a visitar a su familia, perdían el derecho al disfrute de sus tierras en cuanto se marchaban un momento para ver a sus seres queridos.

Frente a estos “trucos” infames, la solidaridad de los campesinos representaba el único medio de resistencia.

De Maupeou guarda vivo el recuerdo de una citación de dos delegados del pueblo que no se desarrolló del todo como estaba previsto.

La justicia se disponía a expulsarles por “comunistas”, pero todo el pueblo se presentó a la citación como un solo hombre y la sentencia prevista fue suspendida.

Registro de la casa parroquial

Algún tiempo después, denunciada por subversiva y “comunista”, la casa parroquial del padre De Maupeou fue registrada.

Él escapó a la captura gracias a la complicidad de su arzobispo, pero decidió entregarse a la policía para demostrar su inocencia.

Entonces, su superior recibió el aviso de una prostituta de que otro sacerdote, el padre Antonio, acababa de ser torturado durante una noche entera.

Esta mujer, vinculada a la Iglesia por el movimiento del Nido, había escuchado a un policía jactarse de haber dado una paliza a un “cura”…

El padre De Maupeou se dirigió igualmente a la policía al día siguiente, aunque le acompañaba el arzobispo, que advirtió: “Les entrego al padre Xavier en buena situación física y mental”. “Este aviso y la actitud de mi arzobispo me salvaron de la tortura”, asegura el sacerdote.

Sin embargo, no escapó a las escandalosas condiciones de su arresto. Para ir al servicio, era acompañado de un soldado que lo tenía a punta de bayoneta.

Uno de los policías le preguntó: “¿Se acuerda usted de mí? Me casó el año pasado. Tengo un hijo y, cuando salga usted, habrá que bautizarlo”.

La lucha continúa

El antiguo “sacerdote rojo” se ha convertido en obispo emérito. Y continúa advirtiendo a nuestros contemporáneos contra las amenazas presentes en Brasil, donde no ve una mejora notable.

Profundamente unido a su país de adopción, se muestra indignado por la actitud del gobierno hacia los más pobres, en particular hacia los quilombos, descendientes de esclavos que están estancados en lo más bajo de la escala social. “El desprecio de los poderosos es todavía mayor que antes”, denuncia el obispo.


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Aunque los años de Lula en la presidencia de Brasil (2003-2011) trajeron una mejora de la condición de los parroquianos más pobres, todas las victorias están actualmente en riesgo, asegura.

Y aventura que llevar a cabo la reforma de la seguridad social prevista por el presidente braseileño Michel Temer sería “un desastre”.

De Maupeou alaba la actitud del papa Francisco, quien respondió con un telegrama muy poco diplomático a una invitación del presidente, a quien observa con recelo.

Conocedor de “la crisis que atraviesa el país”, Francisco ha destacado que “no corresponde a la Iglesia o al Papa dar una receta concreta para resolver algo tan complejo”.

La actualidad confirma que la “guerra de la tierra” no ha terminado. Una serie de masacres de campesinos ha tenido lugar en Mato Grosso, al oeste de Brasil.

Las circunstancias de la muerte de nueve campesinos, enterrados el 22 de abril de 2017, acusan al agronegocio brasileño, todopoderoso en esta región del país.

Según los datos de la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT), vinculada a la Iglesia católica, 61 personas fueron asesinadas en Brasil durante los conflictos rurales de 2016, año con más muertes desde 2003.


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