Tanto agobio… ¿no será que pretendes controlarlo todo, que salga todo perfecto y te cargas demasiado?
Muchas veces me quejo de mi carga ante los hombres, ante Dios. Estoy cansado. Me canso con todo lo que me toca hacer. Tal vez he puesto mi seguridad en el mundo. Mi paz en las cosas que pasan y cambian. Y no tanto en Dios. Al final del curso el cansancio se acusa y me cuesta encontrar tanta alegría en lo que hago. Llego desfondado y necesito descansar.
Decía el padre José Kentenich: “¿De dónde proviene que mi alma esté tan cansada, con las alas quebradas? ¿No habrá sucedido también en mi vida que he visto demasiado las fuentes de alegría como fuentes de alegría sensible? Es posible que, como sacerdotes modernos, nos hayamos ido quebrando cada vez más por ese motivo. ¿No me habré acostumbrado demasiado poco a concebir también las alegrías espirituales-naturales y espirituales-sobrenaturales como las que más me llegan y más se ajustan a mi condición? ¡Redefinición de los valores!”.
El descanso en Dios siempre es el más importante. Leía el otro día: “Lo más sensato es asumir la actitud de un niño. No tienes que hacer nada, sólo descansar en los brazos de Dios. Es un ejercicio de ser, más que de hacer. Probablemente podrás llegar a lo que quieres como mayor efectividad y gozo”.
Una actitud filial para abandonar mi vida en los brazos de Dios. Es el sueño que persigo. A veces veo a tantas personas que están siempre cansadas y agobiadas. Tal vez pretenden controlarlo todo, que salga todo perfecto y se cargan demasiado.
Tantas veces escucho este grito en el alma de las personas. Me parezco yo también a ellos. Necesito descansar. Y hoy oigo que Jesús me dice que vaya hasta Él. Que le cuente lo que me pasa. No quiero que me deje solo.
Quiere hacerme libre, quiere que descanse en Él, que le entregue las riendas. Él me aliviará. Quiero ser como ese niño que descansa en su padre.
Sé que necesito cambiar de actividades cuando se acerca el verano. A veces no es posible descansar y dejar de lado lo que me pesa. Lo compruebo con frecuencia, cargo con todo.
Tal vez lo que me pesa forma parte de mi vocación, de mi camino, de mi realidad familiar. ¿Cómo se puede cambiar lo que me toca vivir y aceptar, cargar y sobrellevar? No se puede cambiar la realidad a mi antojo.
Ese descanso en el que dejo de sufrir el peso que llevo sobre mis hombros tal vez no es posible. Pero sí necesito encontrar formas de descansar que me ayuden a coger fuerzas.
¿Dónde cargo el corazón de energía para el próximo curso? ¿Dónde me recupero pensando en el comienzo del próximo año?
A veces las vacaciones no me descansan. ¿Por qué? Tal vez enfoco mal este tiempo libre. A lo mejor no sé descansar y no sé hacer lo que realmente me conviene, lo que me relaja y libera.
Quiero aprender a descansar en las pocas o muchas vacaciones que tenga. Hacer algo distinto. Cambiar de hábitos, de costumbres. Hacer cosas diferentes. Cuidar los vínculos. Desconectar de todo lo que me estresa.
A lo mejor las vacaciones son una oportunidad para hacer cosas diferentes. Aprovechar el tiempo para estar con los que más quiero. Con los que más me quieren.
¿Y dónde entra Dios en mi descanso? Dejo la rutina del invierno y me cuesta colocar a Dios en vacaciones. Parece que no tengo tiempo para Él. Ya no cabe en mi tiempo libre. No sé descansar en su presencia.
¿Cómo hago de la oración un tiempo de descanso en Dios? ¿Cómo aprovecho la lectura para descansar? Tendría que elegir las formas que más me ayudan. El tiempo libre se me escapa de las manos, pasa rápido. Me cuesta entenderlo. Pero es así. Pronto llega de nuevo el invierno.
Tengo que aprender a llenar los pulmones de aire fresco. Renovarme en mis ideales. Anhelar ser más santo de lo que he sido hasta ahora. Confiar más en los planes de Dios que no entiendo.
Son las vacaciones una oportunidad para hundirme más en el corazón de Dios. Su yugo es llevadero. Su carga es suave. Y yo a veces veo la oración como una obligación, como una carga. Quiero descansar en el silencio.