No se puede despreciar la vida corporal. Al contrario, debemos estimar y honrar el cuerpo. De este modo podremos cumplir la misión que se nos ha encomendado en la vidaLos ángeles sólo tienen espíritu y los animales sólo tienen cuerpo. El ser humano es una síntesis perfecta y maravillosa de ambos. La persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser al mismo tiempo corporal y espiritual. El relato bíblico expresa esta realidad con un lenguaje simbólico, al afirmar que “el Señor Dios plasmó al hombre con la arcilla del suelo, insufló en sus narices un aliento de vida y el hombre se volvió un ser viviente” (Gn 2,7). Por lo tanto, el hombre en su totalidad es querido por Dios.
El cuerpo del hombre también participa de la dignidad de la “imagen de Dios”: es toda la persona humana que está designada a volverse, en el Cuerpo de Cristo, templo del Espíritu Santo.
El Concilio Vaticano II explicó que “la unidad de cuerpo y alma, el hombre, por su propia condición corporal, sintetiza en sí los elementos del mundo material, que en él alcanza su plenitud y presenta libremente al Creador una voz de alabanza (GS 14,1).
Por lo tanto, no se puede despreciar la vida corporal, al contrario, debemos estimar y honrar el cuerpo, porque fue creado por Dios y destinado a la resurrección en el último día.
De esta forma, debemos evitar todo tipo de vicios y malos hábitos que puedan hacer mal a la salud y perjudicar el cuerpo. Todas las formas de vicios acaban afectando la salud; el vicio del cigarro, la bebida alcohólica, y las drogas, de modo especial, hacen mal a la salud.
Es necesario cultivar la virtud de la templanza pues nos ayuda a evitar toda especie de exceso, el abuso de la comida, del alcohol, del humo, de las medicinas usadas de manera equivocada.
Todo lo que pueda hacer mal al cuerpo es considerado por la Iglesia algo mal e indebido. Por ejemplo, aquellos que, en estado de embriaguez o por gusto inmoderado por la velocidad, ponen en peligro la seguridad ajena y la propia en las calles, en el mar o en el aire, se vuelven gravemente culpables. Cuántas personas perdieron la vida a causa de accidentes de carretera causados por motoristas borrachos o incluso drogados.
No es lícito tampoco poner la vida y la salud en riesgo sin necesidad, sólo por el deseo excesivo de la aventura.
La Iglesia nos recuerda que “la vida y la salud física son bienes preciosos confiados por Dios. Debemos cuidar de ellas racionalmente, tomando en cuenta las necesidades ajenas y el bien común. El cuidado de la salud de los ciudadanos requiere la ayuda de la sociedad para obtener las condiciones de vida que permitan crecer y alcanzar la madurez: alimento, ropa, vivienda, cuidado de la salud, enseñanza básica, empleo, asistencia social”. (Catecismo 2288)
Especialmente en relación a los jóvenes, los padres necesitan estar alerta sobre los vicios, pues sabemos que es en la juventud que se inicia y pueden volverse un gran mal. Cuántos jóvenes perdieron sus vidas a causa de las drogas.
Conjuntamente con la salud física es necesario cuidar de la salud mental. Si la persona no tiene una vida equilibrada, puede buscar en los vicios una forma de compensar las frustraciones y las carencias afectivas, etc. Podemos y debemos buscar ayuda profesional y espiritual para tratar los males de nuestro espíritu. Hoy, la depresión es causa de mucho sufrimiento e, incluso de la muerte. Es necesario tratarla con médicos, psicólogos, psiquiatras y con ayuda espiritual.
También las condiciones de trabajo inadecuadas pueden hacer mal a la salud. Afortunadamente los gobiernos están hoy más alerta a esto, pero de todas maneras existen casos de falta de respeto en este campo.
En relación al trabajo, es necesario recordar también que no podemos ser sus esclavos. Muchos se matan trabajando, sin el necesario reposo y vacaciones. Esto perjudica la salud física y mental, sin hablar del mal que puede hacer a la familia. Cuántos padres y madres abandonan a sus hijos para dedicarse exageradamente al trabajo. El dinero ganado de este modo puede después tener que se usado para doctores y psicólogos para compensar los males producidos por la ausencia de los padres juntos a sus hijos.
Desafortunadamente nuestra sociedad concede al cuerpo un cuidado exagerado en el sentido de dar culto a la belleza a toda costa. Existe hoy una verdadera “dictadura de la belleza” que esclaviza especialmente a las mujeres. Los medios de comunicación muchas veces les impone un patrón de belleza; y hace sufrir a aquellas que no alcanzan este patrón.
La Iglesia enseña que “si la moral pide respeto por la vida corporal, no hace de ella un valor absoluto, oponiéndose a una concepción neo-pagana que tiende a promover el “culto al cuerpo”, sacrificando todo para idolatrar la perfección física”. (Cat 2289)
Cuidar del cuerpo y la salud es algo importante y necesario, pero caer en el error del culto exagerado del cuerpo, como si fuera más importante que el espíritu, es un error que pone al hombre patas arriba.