Una “fruta bendita” que calma los estómagos vacíos a una población sin asistenciaEn esta parte del mundo, aprendemos a comer mango desde muy pequeños. Es un sabor que llevamos en el ADN, grabado en la memoria del paladar. El mango es una fruta muy versátil, nutritiva, con alto valor antioxidante. Posee funciones medicinales pues tonifica el corazón, mejora la memoria, es bueno para la vista, mantiene los dientes sanos y fuertes, es refrescante y, gracias a su alto aporte de potasio, sirve para recuperar energías.
En Europa, el mango es casi una exótica delicatessen que solo puede ser adquirida pagando altos precios. En Venezuela, el llamado “rey de las frutas” rueda por las calles en época de temporada porque las matas son pródigas haciendo las delicias de niños y adultos. El mango resulta una “fruta bendita” que calma los estómagos vacíos a una población sin asistencia del Estado en tiempos de hambre y desnutrición.
De la misma manera que se ha convertido en parte del paisaje cotidiano ver personas hurgando en la basura con la esperanza de encontrar alimento, de mayo a septiembre, tiempo de cosecha, es común ver gente tumbando mango con la ayuda de largas varas en cualquier parte y a cualquier hora.
Es una estampa de cada ciudad y cada pueblo que describe el hermoso poema “Píntame angelitos negros” de nuestro gran Andrés Eloy Blanco:
“Si queda un pintor de santos,
si queda un pintor de cielos,
que haga el cielo de mi tierra
con los tonos de mi pueblo;
con su ángel de perla fina
con su ángel de medio pelo
con sus angelitos blancos
con sus angelitos indios
con sus angelitos negros
que vayan comiendo mango
por las barriadas del cielo”.
Ir comiendo mango es una escena típica. Y es que se trata de uno de los árboles frutales más conocidos y cultivados no sólo en nuestro país sino en todas las regiones cálidas del mundo, uno de los pocos frutos que es llamado por el mismo nombre en todas partes: mango.
Originario de la India -el mayor exportador en el planeta-, donde es cultivado desde tiempos muy remotos, aparece como una de las frutas más importantes en las ceremonias religiosas de ese país, y una poesía atribuye a Akbar, que reinó en el siglo XVI, una plantación de cien mil árboles de mango.
Se cree que los portugueses en el siglo XVI llevaron el mango a Brasil, de donde se extendió a la América tropical; otros opinan que fueron los españoles quienes lo trasladaron de Filipinas a México.
A Venezuela llegó en el siglo XVII, según la referencia que hace el geógrafo Agustín Codazzi en 1841; el naturalista alemán Karl Apunn lo ubica en las cercanías de Puerto Cabello en 1849, y el botánico Adolfo Ernst lo vio en Caracas en 1869.
En Venezuela, el árbol ha originado muchas variedades de mangos y mangas. Los primeros presentan formas más alargadas y tamaños menores que las segundas.
La Fundación Bengoa, organización social sin fines de lucro creada en el año 2000 por profesionales, investigadores y científicos venezolanos, la cual lleva responsablemente las cifras de alimentación y nutrición en Venezuela, llama al mango “un manjar siempre disponible”.
Se consume verde o maduro. Puede ser laxante o ayudar a detener diarreas. Su madera sirve para fabricar muebles. Su semilla se usa para preparaciones cosméticas.
Y hoy, en medio de la crisis que ha sometido por primera vez a los venezolanos a un flagelo desconocido, el hambre, el mango está al alcance de la mano como un regalo del cielo, de los tantos beneficios con que Dios ha privilegiado a nuestras tierras y que no siempre hemos aprovechado.