Surge la intuición de un tipo de cine que está en ciernes y que tiene la imagen, en este caso en un 3D en general muy conseguida
Tras ver Valerian y la ciudad de los mil planetas, última película del francés Luc Besson a partir de la novela gráfica de Pierre Christin y Jean–Claude Meziéres, entre las diversas cuestiones que suscita, surge una, ¿tendrá la misma trascendencia que, en 1997, tuvo El quinto elemento?
A pesar de la mala acogida crítica de su momento y de que, pasados veinte años, la película ha quedado algo desfasada en su planteamiento visual, aunque sigue manteniendo cierta fuerza, lo cierto es que fue, y es, una película que tuvo repercusión más allá de su estreno, permaneciendo con el paso del tiempo. Pensar que la nueva obra de Besson, con todas sus virtudes y defectos, vaya a conseguir algo similar, parece complicado.
Quizá se deba a que en estas dos décadas el cine ha cambiado lo suficiente como para que Valerian y la ciudad de los mil planetas no sea nada fuera de lo común como en algunos sentidos sí lo fue El quinto elemento.
Y eso que ambas poseen unos elementos muy parecidos, como es el asentamiento de un desarrollo visual sobre una base argumental que comienza con interés y poco a poco se desvanece.
Porque Valerian y la ciudad de los mil planetas, en general, apenas resulta relevante en cuanto a lo que propone a nivel argumental o como relato, dado que, analizado, sus más de dos horas de duración no ofrecen una historia singular o medianamente elaborada.
Esto se debe a que Valerian y la ciudad de los mil planetas es una muy buena representante de un tipo de cine en la actualidad en el que prevalece la construcción visual, la imagen, sobre el propio argumento. Por eso sus mejores momentos residen precisamente en los pasajes de la película en que la imagen, y no siempre con ella la acción, se imponen.
Por ejemplo, su arranque con un magnífico montaje para hablar de manera rápida del paso del tiempo y de la conquista del hombre del espacio y de otras especies que va encontrando, la creación visual de un planeta durante largos minutos sin diálogo o todo lo desarrollado en un mercado en el que se funden dos realidades simultáneas.
También hay momentos como la secuencia musical de Rhianna, en el plano visual y musical espectacular, pero accesoria en el conjunto de la película y, sobre todo, descaradamente insertada en la película desde una perspectiva comercial.
Besson despliega a lo largo de la película toda su imaginación visual, que es mucha, algo que ha dejado constancia ya en toda su filmografía. Sucedía, por ejemplo, en su anterior y fallida Lucy, visualmente desbordante pero sin demasiado interés, a pesar de su ambición, en su planteamiento argumental.
En Valerian y la ciudad de los mil planetas, sucede de nuevo, pero aquí su capacidad para crear imágenes puras y nuevas surge con mayor fuerza, a pesar de lo convencional de otros tramos y de tener una pareja protagonista, Dane DeHaan y Cara Delevingne, sobre todo ella, que no dan la talla a la hora de conformar a sus personajes.
Pero con Valerian y la ciudad de los mil planetas surge la intuición de un tipo de cine que está en ciernes y que tiene la imagen, en este caso en un 3D en general muy conseguida, como elemento narrativo para construir nuevas y propias realidades cinematográficas.
La todavía necesaria adecuación a un relato convencional acaba ahogando y condicionando las virtudes visuales de la película. En cualquier caso, como espectáculo y a pesar de la excesiva e innecesaria duración, merece la pena dejarse llevar por Valerian y la ciudad de los mil planetas.
Título original: Valerian and the City of a Thousand Planets (2017)
País: Francia.
Director: Luc Besson
Guión: Luc Besson, a partir del comic de Pierre Christin y Jean-Claude Mézières.
Música: Alexandre Desplat
Género: Ciencia ficción. Aventura espacial. Fantástico.
Reparto: Dane DeHaan, Cara Delevingne, Clive Owen, Rihanna, Ethan Hawke,Herbie Hancock, John Goodman.