Para los niños ningún drama es pequeño. ¿Cómo responder a su sufrimiento sin herirles más?Hace poco estaba en casa de unos amigos cuando su hijo de ocho años volvió de su partido de fútbol completamente abatido. ¡Su equipo había perdido! Tuvo dos ocasiones de marcar y las había perdido. La primera vez, el balón había rebotado contra el poste, y la segunda chutó demasiado alto. Su madre trató en vano de consolarlo: la próxima vez irá mejor… El padre lo intentó también: bueno, se te da bien el inglés, no se puede ser bueno en todo.
Pero el futbolista en ciernes no salía de su enfado; recorría la casa con la mirada baja, golpeando sillas y chocando contra las paredes… Hasta el momento en que su rostro se ensombreció, se giró contra la pared y se deshizo en lágrimas. Los padres no paraban de repetir que solo era un partido, que no valía la pena disgustarse tanto, que podría enfermarse de seguir así.
Es cierto que hicieron lo que pudieron y que eran conscientes del sentimiento de desesperación de su hijo, pero a ninguno de los dos se le ocurrió sencillamente tomarlo en brazos para consolarlo. Su hermanita, por el contrario, en cuanto lo vio en ese estado fue directa hacia él y lo abrazó con fuerza. Desde la sabiduría de sus cuatro años, había permitido que hablara su corazón. El pequeño se sintió inmediatamente aliviado.
La compasión no es solamente percibir el dolor en los demás
El muchacho estaba consternado y expresó su angustia y sus sentimientos, pero sus padres reaccionaron de modo racional. Para consolarlo usaron argumentos racionales; le hablaron como a un adulto y no captaron la dimensión dramática que había revestido la situación para el niño, que vive las cosas con toda intensidad y en el instante. Le hablaron desde la posición del que sabe que, en la vida, hay tragedias mayores…
– “Tú te lamentas por un partido perdido mientras que los niños mueren de hambre en África…”.
La intención pudo ser buena, pero si el objetivo era el de consolar, no fue muy acertada…
Se puede sentir empatía y al mismo tiempo permanecer indiferente al sufrimiento ajeno
En ciertas circunstancias, los intentos de consolar a alguien están llenos de buenas intenciones, pero solo alejan más que acercan y enfatizan más la distancia entre dos personas. Este tipo de reacción suele provocar un sentimiento de soledad en el niño y de impotencia ante su tristeza. ¿Quién ha dicho que las pequeñas penas de los niños son menos importantes que las grandes injusticias del mundo de los adultos?
El niño todavía no ha adquirido los mecanismos psicológicos que le permiten afrontar la derrota, el fracaso…
Un drama pequeño también es un drama
Hay que respetar lo que siente el otro, sin ponerse nunca en una posición de superioridad de quien sabe y se burla: “¡Deja de actuar como un niño! ¡Basta ya de tonterías! ¡Ojalá tuvieras problemas así de pequeños en la vida! Mira tu hermana pequeña qué bien se porta…”. La implicación es que tú eres peor que una niña pequeña.
Sin saber muy bien cómo, queriendo consolar y poner fin a los lamentos, terminamos maltratando emocionalmente al niño. Nuestras palabras habían de ayudar al niño a recomponerse, cuando de hecho impactan y hieren más que la derrota del partido. Así se crean las bases de un sentimiento de inferioridad profundamente arraigado.
No nos corresponde juzgar el grado de sufrimiento
No juzguemos, no invirtamos las proporciones, simplemente estemos presentes. Seamos testigos bondadosos, atentos, dispuestos a escuchar sin prejuzgar. Cada uno hace frente a sus fracasos como puede y quiere. Es el derecho de cada uno. No digáis a vuestro hijo que no se deprima. Los niños tienen derecho a llorar. Es cuando no lloran cuando, frecuentemente, hacen llorar a los otros.
Basta con un simple gesto de ternura para que el niño se sienta amado y aceptado incluso cuando se siente mal. Cuando ya sea adulto, no temerá mostrar sus debilidades o su vulnerabilidad, ya que no tendrá miedo a ser rechazado.
La empatía es encontrarse juntos en el mundo de las emociones
Lo importante no es solo lo que hacemos, sino también lo que olvidamos hacer. Para ayudar a que un niño madure, no basta con explicarle las reglas que rigen en el mundo que le rodea, hay que interesarse por sus emociones y hablarle de ellas. No hay que utilizar únicamente los sermones y apelar a su razón; el niño necesita calor humano para aprehender el mundo y adentrarse en él.
En la empatía, lo más importante es lo que se esconde entre las palabras
Para actuar bien con un niño triste hay que saber cuándo dejar de hablar, dejar de hacer lo que estemos haciendo (lavar los platos, mirar la tele…) y simplemente inclinarse hacia el niño apenado para consolarle. “Siéntate en mi regazo, voy a darte un beso y decirte cosas bonitas para hacerte olvidar todos tus males”.
Incluso los niños grandes y los adultos tienen necesidad de afecto y de ternura para poder recuperar su seguridad después de una adversidad.
La empatía es esencial, pero no solamente hacia la persona maltratada
Recuerdo un día que estaba sentada en el bus junto a una madre y su hija de cuatro años. La madre le leía una historia que hablaba de la ira. Era un libro para niños muy bien escrito y que usaba palabras de las que yo solo había oído hablar en el primer año en la facultad de Psicología. Emociones. Sentimientos. Rechazo. ¿Qué sientes cuando te enfadas?
La madre leía y la pequeña le daba sin parar golpecitos con el codo.
– ¡Mira el perrito! ¡Tiene calor porque saca la lengua!
La madre no veía nada porque continuaba infatigablemente su lectura.
– Mamá, ¿qué es lo que tiene esa señora en las manos?
La madre no apartaba la vista del libro y continuaba imperturbable su lectura.
Comprendo la buena voluntad de la madre, concentrada en su deber de “buena madre”, pero al mismo tiempo sin vínculo con su hija ni con aquello que la estimulaba emocionalmente.
Si no percibimos las emociones y los sentimientos de nuestros hijos, si no estamos atentos, siempre podremos darle una educación intelectual perfecta y hablarles de la ira de manera racional, pero eso no impedirá que, años más tarde, exploten de cólera delante de nosotros.