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Cómo salvar tu matrimonio cuando solo uno lo quiere

couple holding hands
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Luz Ivonne Ream - publicado el 02/08/17
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No permitas que nadie, ni siquiera un sacerdote, te diga que tu matrimonio no tiene soluciónY así me contestó con sus ojos nublados… “Sentí que el mundo se me vino abajo. Un dolor muy profundo y mucha preocupación por mis hijos. Sentí mucha tristeza e impotencia por no poder hacerle ver que estaba dejando ese lugar seguro -nuestro hogar- porque al irse yo ya no la podría proteger.

Pasó el tiempo y lo que en un momento fue tristeza se transformó en frustración y rencor. De repente me sentía muy solo y de inmediato regresaba a consolarme en los brazos de nuestro Señor y de mi Santísima Virgen.

Mi oración no se centraba en mi dolor, sino en la conversión de mi esposa. Le suplicaba a Dios que entrara a su corazón para que se diera cuenta del profundo daño que se estaba haciendo y del dolor que les estaba causando a nuestros hijos.

A pesar de que el mundo me aconsejaba que tuviera una nueva relación porque ya estábamos divorciados, siempre tuve claro que ella era y siempre sería mi esposa, que había un Sacramento entre nosotros, que la amaba, aunque en ese momento no se lo mereciera y que la promesa a Dios y a ella era seguir luchando por nuestro matrimonio.

Luché con mucha Fe en Dios y no me solté de Él. Encomendé principalmente el alma de ella a la Virgen, la confié a sus manos.

Toda la familia tuvimos apoyo emocional y espiritual. A veces la ansiedad me dominaba y mi salud se deterioró a un grado que tuve que medicarme.

También y esto fue lo que realmente me sostuvo, busqué tener una relación más estrecha con nuestro Señor a través de varios actos de piedad como participar en la Santa Misa lo más seguido posible, haciendo oración siempre teniendo presente a la Santísima Virgen y apoyo en dirección espiritual.

Tuve un profundo trabajo de perdón porque caí en cuenta que de nada me servía seguir cargando con el rencor que sentía porque este no solo me afectaba a mí, sino a mi esposa e hijos y principalmente a mi relación con Dios…”

Mientras le escuchaba yo trataba de escribir entre llanto y profundos suspiros. Cómo fui capaz de provocar tanto dolor, pensaba. Así es, él es mi esposo y la causante de tanto dolor y sufrimiento fui yo.

Por eso doy mi vida entera por defender esta verdad: todo matrimonio válido bajo el sacramento tiene salvación. A ninguno que esté bajo la sombrilla y protección de esta unión sagrada se le puede desahuciar.

Es como si Dios cuando instituyó el sacramento hubiera dicho: “Aplica restricciones”. “Hay un margen de error. Pequeñísimo, pero lo hay”. “Mi Gracia no será completa para todos, solo para unos cuantos” … ¿Te imaginas a Cristo diciendo eso? Yo no. Al contrario, Él prometió que jamás nos dejaría solos.

Es verdad que para que un matrimonio se salve se necesita de 2. También es una realidad que a veces le tocará la carga y la lucha más pesada -y quizá toda- solo a uno.

Al respecto te quiero pedir que sigas creyendo en la eficacia de la gracia sacramental, porque Dios tiene el poder de restaurar y hacer todo nuevo.

Y que no permitas a la desesperanza que entre en ti y se estacione en tu alma. Entiendo que esta pueda ser una tentación terrible y aparte de que es una ofensa contra el Espíritu Santo -ese fue el pecado de Judas Iscariote- te quita los deseo de seguir trabajando en pro de salvar tu matrimonio.

Por eso todos los días haz pequeños actos de esperanza reafirmando tu Fe a Dios y tu confianza absoluta en su ayuda por medio de Gracia sacramental.

Puede ser que a veces te invada la tristeza, entre otras cosas porque piensas que únicamente cuentas con las fuerzas humanas, en este caso solo con las tuyas y eso no es verdad.

Quizá también porque desconfías del poder de Dios pues no le ves ni derecho ni revés a tu cónyuge ni a tu matrimonio.

Pero ¿sabes? Dios sí se lo ve. Cuando sientas que el dolor te invade pide a Dios que te dé la capacidad de ver en él a otro Cristo y comiénzale a mirar con compasión y ternura, como a un niño herido porque así está, muy lastimado por su historia de vida que no ha podido -o no ha querido- sanar.

Persevera, a ti no te importe si el otro no tiene interés. Persevera porque tu oración hará que Dios toque su corazón y entonces vendrán aún milagros más grandes.

Hasta que de corazón no te postres de rodillas a Dios y le digas con absoluta confianza: “te entrego absolutamente todo de mí, mi matrimonio, mi marido, mis hijos, mis rencores, todo lo que siento y a partir de hoy tomo mi Cruz con alegría y acepto tu voluntad”, no experimentarás paz y gozo aun en medio de los peores problemas matrimoniales.

Justo eso es la Cruz, ser obediente a Dios siempre aceptando su voluntad y su voluntad es que tu matrimonio se salve. Sólo necesita que confíes en Él y que creas en sus promesas.

La Cruz en el matrimonio no es tener un matrimonio lleno de dolor y sufrimientos, ser agachón y aguantar que te rompan el alma hasta perder toda dignidad.

Al contrario, es ser obedientes permaneciendo fiel a esa Alianza de amor de 3 porque tenemos la certeza de que Dios está en control. ¡Dios nunca falla a sus promesas!!

Cuando sientas que te gana tu parte humana, te invito que hagas un profundo examen de conciencia y reflexiones un poco sobre si de verdad has soltado tu vida por completo a Dios.

Y cuando digo por completo es entregarle a tus hijos, tu marido, tu matrimonio y todo tu ser.

¿Que áreas crees tú que debas soltar para que de verdad Dios tome el control de tu situación? Medítalo y desátale las manos a Dios para que pueda obrar sus milagros en ustedes.

A rezar mucho, cada vez más… Puede ser que el corazón del cónyuge este completamente cerrado y esa misma cerrazón le haga abandonar a la familia y creer que es feliz con alguien más. La ceguera espiritual es real. Tan real que yo sé cómo se ve y se siente.

Tengo tan presente la imagen de mi parada delante de un cuadro de la Virgen María. Casi a diario y por mucho tiempo fue la misma rutina y oración.

Después de comulgar tenía un diálogo con Ella más o menos así. “Madrecita, tú sabes que mi vocación es al matrimonio. Te suplico que me mandes a un señor san José, a un esposo como el tuyo, casto, bondadoso, lleno de virtudes y que me ame profundamente”.

Prometo que de manera inmediata me contestaba porque al pedirle eso me ponía la imagen de mi esposo en la cabeza. Claro, yo ni tarde ni perezosa y por la ceguera espiritual tan profunda que traía le regresaba el favorcito a la Virgen diciéndole: “Really?”

Porque hasta en inglés se lo decía mientras volteaba mis ojos al cielo en señal de desilusión y apuntando con mi dedo índice hacia mi cabeza del lado derecho donde salía su imagen.

“No Madre, ese no. Mándame otro”, le seguía diciendo. Había segundos de lucidez en mi cabeza porque yo alcanzaba a recapacitar sobre esto.

“A ver, para que me mande otro y yo pueda seguir comulgando tengo que quedar viuda, este se tiene que morir y tampoco le deseo la muerte. Pero Dios es Dios y seguro Él obrará un milagro para que yo pueda tener todo, comunión y marido nuevo”. ¡Qué tal yo! Así o más absurda y demandante…

Seguía parada delante de mi Virgencita y la imagen de mi esposo no se iba de mi cabeza.

Era verdaderamente molesto el saber que para mi vida no pudiera haber otra opción de marido que él. Y así terminada mi conversación con ella: “Está bien Madrecita. Si tú quieres que vuelva con él te voy a obedecer. Solo te quiero suplicar 2 favores. Primero, enséñame a verle a través de tus ojos y a amarle a través de tu corazón. Y segundo, quítame el asco que le tengo porque bien sabes que tan solo tenerlo cerca hace que me muera de la náusea”.

Mi esposo me había puesto en las manos de nuestra Señora y yo no lo sabía. Y la Virgencita ya estaba trabajando y de qué manera.

Los milagros existen y tú puedes ser uno. A veces pareciera que nuestra oración no tiene éxito, pero es porque no estamos sabiendo pedir.

Porque estamos concentrados en nosotros, en el dolor que traemos, en si nos sentimos heridos, tristes y desilusionados.

Pero, cómo hacer si tu cónyuge ya no quiere luchar por su matrimonio. Es más, ya hasta les abandonó. La oración por la conversión del cónyuge debe concentrarse y centrarse en Cristo y en la Gracia del Sacramento.

Cuando su corazón esté cerrado al amor de Dios suplícale a Jesús que lo mueva diciéndole algo así: Jesús, sé que mi esposo (a) tiene su corazón cerrado para ti. Sé que está ciego y no lo quiere abrir para recibir tu amor. Yo, en nombre del sacramento que nos une, y sabiendo que delante de tus ojos somos “una misma carne”, te doy permiso a que entres a su corazón por medio del mío porque ante ti somos uno mismo. Yo te abro las puertas de su corazón para que entres a través de mí. Mi Señor y Padre bueno, confío en Ti. Pasa y haz morada en él. Que te conozca y se enamore de Ti. Que te ame a ti más que a mí y que a nada ni nadie de este mundo. Que se dé cuenta que sin ti y sin tu amor no puede vivir. Tengo la certeza de que, si él te conoce y te ama a ti más que a mí, se dejará envolver por tu amor porque en ti siempre encontrará la alegría, la fortaleza y la sabiduría para darse cuenta y aceptar todo lo que hay en ti para él y de mí para él. Si él te ama a ti más que a mí abrirá su corazón al manantial de gracias que tú derramaste en nosotros el día de nuestro matrimonio”.

Ábrele las puertas de su corazón a través del tuyo porque espiritualmente son “una misma carne”. Dios entrará, te lo aseguro. Esto es uno de los maravillosos regalos y ventajas de cuando estamos casados bajo la alianza sacramental.

Por favor, cuida mucho de las personas que te rodeas y a las que les compartes tu situación. No permitas que nadie, ni siquiera un sacerdote, te diga que tu matrimonio no tiene solución porque eso sería tanto como desconfiar del poder de Dios y de la eficacia de sus sacramentos.

El mundo te va a decir que si no tienes dignidad, que lo mandes allá muy lejos, que te busques otra pareja porque tienes derecho de rehacer tu vida, que hagas eso y aquello porque Dios te quiere feliz.

Muchos consejos vendrán con muy buena intención. Sin embargo, todo esto que estas tentaciones te sugieren solo te darán satisfacción momentánea. Solo reflexiona que aquí lo que está en juego es una familia entera y el alma de cada uno de ustedes.

Ten siempre presente que el divorcio nunca será la solución para ninguna crisis matrimonial. La solución siempre será la conversión de los corazones por medio de Cristo y su gracia sacramental que es santificante.

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