Más 90 años adorando al Señor sin siquiera poder verlo en las Sagrada FormaPronto cumplirá cien años una obra brotada del corazón de Don Orione, que la ofreció al mundo como “una flor ante el trono de la Santísima Virgen para que ella misma, con sus benditas manos, la ofrezca a Jesús Sacramentado”. Se trata de las Hermanas Adoratrices No Videntes, una rama de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad.
Visten un hábito blanco y rojo, que resalta a la altura del corazón con una forma de una Sagrada Eucaristía. Es bellísimo, y hace que en comunidades, como el Cotolengo de Claypole, Argentina, sean fáciles de identificar, pero gran parte de ellas no pueden siquiera verlo. Estas hijas de Don Orione o tienen la visión muy disminuida, o no pueden ver.
Allá por 1927 el hoy santo, fundador de la familia orionita, daba forma al anhelo de algunas jóvenes con vocación y que no podían sortear algunas reglas para consagrarse, y creaba esta comunidad de las Hermanas para “personificar la oración”.
Como se dice en su constitución, para “sostener con la adoración la acción apostólica de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad y de los Hijos de la Divina Providencia, ofrecen a Dios la privación de la vista por los hermanos que no conocen todavía la verdad, a fin de que puedan llegar a Dios luz del mundo”.
A la Argentina llegaron en 1952, en lo que sería la primera fundación en Hispanoamérica, con dos vocaciones nativas y otras arribadas desde Italia para apoyo a la Fundación.
Hoy son una suerte de pulmón espiritual en el Cotolengo de Claypole, en la que conviven 450 personas con capacidades diferentes.
Entre las hermanas está la hermana María Fe, una de las cuatro fundadoras en el país, y la de mayor edad entre las latinoamericanas.
En una entrevista a la agencia AICA hace unos años explicaba:
“Yo no soy de vida apostólica, pero soy misionera, porque voy detrás de cada sacerdote, de cada hermana o cada joven que está evangelizando. Ahí estamos nosotros, como decía Don Orione, para apoyarlos y pedir para que ellos puedan evangelizar y catequizar a los demás”.
En la comunidad de hermanas cada hermana tiene su don y reza por algo específico: por los niños, por los matrimonios, por los sacerdotes.
“Cada una tiene un por qué. Pero juntas damos la fuerza a esa oración”, relata una de las hermanas de la comunidad de Claypole. “Nosotros lo que damos es la fuerza para poder ver el mundo con otros ojos”, asegura.
Visitan hogares, hacen jardinería e incluso manualidades, como rosarios, y sobre todo rezan. Adoran al Señor presente en la Eucaristía, lo adoran sin siquiera poder verlo en las Sagrada Forma.
Su oración, como se titula un libro sobre los trapenses, sube como incienso quemado al cielo para interceder por la misión de otros. Lo hacen en América Latina, Europa, África, y Asia.