Nacido en una pudiente familia judía en Francia en 1814, Alfonso Ratisbona iba a formar parte de la gran empresa bancaria de su tío.
Al principio, Ratisbona era judío solamente de nombre, pero cuando su hermano mayor se convirtió a la fe católica y se hizo sacerdote, una rabia oculta se despertó en su interior. Así lo escribió él mismo:
"Cuando mi hermano se convirtió en católico y sacerdote, lo perseguí con una furia implacable mayor que la de cualquier otro miembro de mi familia.
Estábamos totalmente desgarrados; le odiaba con un odio virulento, aunque él me había perdonado por completo".
Resentido con Dios
Además, este odio hacia su hermano se extendió hasta incluir a todos los católicos. Y Ratisbona explicaba cómo "me hizo creer todo lo que escuchaba sobre el fanatismo de los católicos y los consideraba, pues, con gran horror".
Esto también afectó a sus creencias personales y llegó a dejar de creer en Dios.
Ratisbona estaba demasiado ocupado siguiendo sus proyectos terrenales como para preocuparse por su fe judía, y su profundo odio hacia el catolicismo únicamente lo alejó más de cualquier tipo de religión.
Con el tiempo, empezó a sentir el vacío en su corazón. Al principio intentó curarlo con el matrimonio. Ratisbona estaba comprometido con su sobrina, pero debido a su joven edad la boda fue pospuesta. Durante este tiempo de espera, Ratisbona decidió viajar sin ningún propósito especial.
Roma y una apuesta clave
Su viaje empezó con Nápoles, donde permaneció durante un mes. Después, Ratisbona quiso viajar a Malta, pero tomó el barco equivocado y terminó en Roma. Allí se quedó, aprovechando la situación, y se encontró con un viejo amigo.
Cierto día, cuando visitaba a su amigo, Ratisbona se encontró con un católico converso, Teodoro de Bussieres, que conocía al hermano sacerdote de Ratisbona.
Aunque este hecho hizo que Ratisbona odiara al hombre, disfrutaba conversando con él por su conocimiento.
Más tarde, Ratisbona visitó a De Bussieres de nuevo. Mantuvieron una acalorada discusión sobre catolicismo y De Bussieres hizo una apuesta con Ratisbona:
¿Tendría el valor de someterse a una prueba inocente? Sería solamente llevar consigo un objeto que le quiero regalar. ¡Hela aquí! Es una medalla de la Santísima Virgen.
Le parecerá ridículo, ¿verdad? Sin embargo, yo doy un gran valor a esta medalla. [También deberá] rezar por las mañanas y por las tardes el ‘Memorare’, oración muy breve y muy eficaz que san Bernardo dirigía a la Virgen María.
Aunque al principio Ratisbona protestó ante la idea de llevar la medalla (que era la Medalla Milagrosa), decidió colgársela al cuello y decir cada día la oración.
Se figuró que no podía hacerle ningún daño y que demostraría a todos la naturaleza ridícula del catolicismo.
Ratisbona cumplió con su parte del trato y le resultó sencillo recitar el Memorare.
Aparición de la Virgen
Entonces, un día paseaba por la ciudad con De Bussieres y se detuvieron en la iglesia de San Andrea delle Fratte.
Cuando Ratisbona entró en la iglesia, parecía estar envuelta en una luz maravillosa. Miró a un altar, desde donde procedía la luz, y vio a la Virgen María, que se apareció al igual que en la Medalla Milagrosa.
Ratisbona salió de la iglesia bañado en lágrimas y aferrado a su Medalla Milagrosa. Varios días más tarde, fue recibido en la Iglesia católica.
Después de regresar a París, su prometida quedó impactada y lo rechazó a él y a su nueva religión. Entonces Ratisbona entró en los jesuitas y se ordenó sacerdote.
Esta sorprendente historia de conversión influiría más tarde a san Maximiliano Kolbe para fundar la Militia Immaculatae y le convenció del poder de la Medalla Milagrosa. Creía firmemente en la función de María para acercar el mundo a Cristo.