Pide recordar al Señor y no encerrarnos en nosotros mismosQuien encuentra sus raíces es un hombre alegre mientras que “el auto-exilio psicológico”, hace mucho daño. Es la profunda reflexión que el papa Francisco hizo esta mañana en la homilía de la misa en la Casa Santa Marta.
Francisco exhortó a encontrar la propia pertenencia, a partir de la Primera Lectura del Libro de Nehemías. Se describe “una gran asamblea litúrgica”: es el pueblo que está reunido ante la puerta del Agua, en Jerusalén. Era también el fin de una historia que duró más de 70 años – observa Francisco – la historia de la deportación a Babilonia y, por lo tanto, una historia de llanto para el pueblo de Dios.
Después de la caída del imperio babilonio por obra de los persas, el rey persa Artajerjes al ver a Nehemías, su copero, triste mientras le servía vino, empezó a hablar con él. Nehemías expresó su deseo de volver a Jerusalén y “lloraba”: tenía “nostalgia de su ciudad”.
El papa Francisco se centró en el Salmo que dice: “Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos a llorar”. No podían cantar, sus cítaras colgaban de los sauces pero no querían olvidar. Y el Papa piensa también en la “nostalgia de los migrantes”, aquellos que “están lejos de la patria y quieren volver”. Francisco recuerda, en particular, el gesto del coro de Génova al final de la misa: el canto Ma se ghe penso, “como recordando a todos los migrantes que querían estar ahí, en la misa del Papa, pero estaban lejos”.
Nehemías, por lo tanto, se preparó para volver y conducir al pueblo de Jerusalén. Se trataba de “un viaje difícil”, observa Francisco, porque “tenía que convencer a mucha gente” y llevar las cosas para reconstruir la ciudad, “pero sobre todo era un viaje para re-encontrar las raíces del pueblo”. Después de muchos años, las raíces “se habían debilitado” pero no se habían perdido. Recuperar las raíces “significa recuperar la pertenencia a un pueblo”, explica el Papa. “Sin las raíces – prosigue – no se puede vivir: un pueblo sin raíces o que pierde sus raíces, es un pueblo enfermo”:
“Una persona sin raíces, que ha olvidado sus raíces, está enferma. Encontrar, redescubrir sus raíces y tomar la fuerza para seguir adelante, la fuerza para dar fruto y, como dice el poeta, ‘la fuerza para florecer porque – dice – lo que el árbol ha florecido proviene de lo que ha enterrado’. Precisamente esa relación entre la raíz y el bien que nosotros podemos hacer”.
En este camino sin embargo – observa el Papa – han habido “muchas resistencias”:
“Las resistencias son de aquellos que prefieren el exilio, y cuando no existe el exilio físico, el exilio psicológico: el auto-exilio de la comunidad, de la sociedad, quienes prefieren ser un pueblo desarraigado, sin raíces. Tenemos que pensar en esta enfermedad del auto-exilio psicológico: hace mucho daño. Nos quita las raíces. Nos quita la pertenencia”.
El pueblo, sin embargo, sigue adelante y llega el día en que la reconstrucción se lleva a cabo. Se reúne para “restaurar las raíces”, es decir – afirma el Papa – para escuchar la Palabra de Dios, que el escriba Esdras leía. Y el pueblo lloraba pero esta vez no era el llanto de Babilonia: “era el llano de la alegría, del encuentro con las propias raíces, el encuentro con la propia pertenencia”. Al finalizar la lectura, Nehemías los invita a hacer fiesta. Se trata de la alegría de quien ha encontrado sus propias raíces:
“El hombre y la mujer que encuentra sus raíces, que son fieles a su pertenencia, son un hombre y una mujer en gozo, de gozo y este gozo es su fuerza. Del llanto de tristeza al llanto de gozo; del llanto de debilidad por estar lejos de las raíces, lejos de su pueblo, al llanto de pertenencia: ‘Estoy en casa’. Estoy en casa”.
Por lo tanto, el Papa invitó a los presentes a la misa a leer el capítulo octavo de Nehemías de la Primera Lectura del día. Y a preguntarse si no se “deja caer el recuerdo del Señor”, si se empieza un camino para encontrar las propias raíces o se prefiere el auto-exilio psicológico, encerrados en sí mismos.
Y, finalmente, Francisco dijo claramente que si se tiene “miedo de llorar”, se tendrá “miedo de reír” porque, cuando se llora de tristeza, después se llorará de alegría. Es necesario, por lo tanto, pedir la gracia del “llanto arrepentido”, “triste por nuestros pecados”, pero también del llanto de la alegría porque el Señor “nos ha perdonado y ha hecho en nuestra vida lo que ha hecho con su pueblo”. Finalmente, la gracia de ponerse en camino para encontrarse con las propias raíces.