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¿Ha dejado ya de creer la Iglesia católica en el demonio?

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Jose Luis Vázquez Borau - publicado el 11/10/17
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El misterio del hombre es incomprensible, pero sin tener en cuenta el tema de los ángeles y demonios es aún más incomprensibleEl problema del mal, en su articulación y variedades, es una cuestión que se refiere al ser humano, no a Dios. Es un problema de carácter antropológico. Por eso es necesaria una antropología adecuada.

El mal es una objeción a la posibilidad del hombre de ser él mismo. La identidad de las personas está amenazada por algo que viene a descentrar esta identidad. En su interior la persona encuentra fuerzas disgregadoras de su ser, y así el ser  humano no es el sujeto de su vida, sino que se siente objeto de manipulación del mal, pues la persona sin Dios no es más que un trozo de materia o un ser anónimo de la ciudad anónima.

El mal tiene también otra raíz, más fuerte todavía: la diabólica, la de la mentira. El demonio es capaz de hacer del mal estructura, cultura e historia, gracias a una presencia articulada y una capacidad enorme de manipulación. Esta ofensiva diabólica puede actuar en la vida del ser humano destruyendo la fe de su corazón.

Aquí es donde ataca el demonio: sobre la vida cristiana del ser humano, su responsabilidad y su maduración en la Iglesia. El diablo pretende disminuir la fe en la vida de las personas concretas y, así, de la sociedad humana. Un extraordinario programa de eliminación de la fe en el corazón de las personas es la gran alternativa del diablo al reino de Dios que viene: un proyecto universal de bien.

Este anuncio, esta promesa se consuma en la libertad del hombre. Y esta libertad se expresa en dos posibilidades opuestas: o la afirmación total del misterio de Cristo en nuestra vida (fe) o la negación, con la tentación de crear un anti-mundo, un anti-hombre, una anti-sociedad, una anti-vida.

¿Podemos creer en estos seres?

Cuando estamos formados en una mentalidad muy cercana al positivismo, que propone el paradigma científico como el único origen válido de conocimiento, ¿cuál es su significado teológico? La teología de los ángeles ayuda a descubrir la revelación de la gloria de Dios y entender que acompañan al ser humano abriéndole al mundo espiritual.

Por otro lado, quizás sin la revelación sobre los ángeles el misterio del hombre no se entiende en toda su profundidad, comprendiéndose mejor el drama entre el bien y el mal. El misterio del hombre es incomprensible, pero sin tener en cuenta el tema de los ángeles y demonios es aún más incomprensible.

En la teología protestante el liberalismo ha llevado a una postura escéptica. En ello puede haber influido también la pérdida de la sensibilidad litúrgica. Sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial algunos retoman la naturalidad con la que Lutero trataba el tema.

Karl Barth, por ejemplo, acepta la existencia del diablo, pero no lo considera criatura, sino una tercera forma de ser: “das Nichtige“, el negativo. A Dios le repugna una creación incompleta en la que existe el mal, apareciendo entonces el demonio, que desaparecerá al final de la historia.

Paul Tillich habla de ángeles y demonios como símbolos poéticos de la estructura o de la potencia del ser, imágenes del bien y del mal presentes en el mundo creado.

Rudolf Bultmann dice que ángeles y demonios son un residuo supersticioso de una mentalidad sacral que necesita ser desenmascarada y eliminada. Paul Ricoeur señala que es la figura del mal que todo hombre introduce en el mundo con el pecado. C. Westermann dice que ángeles y demonios son signos del amor de Dios o del pecado del hombre.

¿Y qué dice hoy la Iglesia católica al respecto?

La teología católica se debate entre muchos que piensan que hay que repensar su comprensión, y una minoría que acepta las posiciones liberales protestantes. Negación de su existencia, o duda, o suspensión del juicio, o aceptación crítica de la fe tradicional.

Las razones de la negación de su existencia serían cinco:

a) La Escritura presupone la existencia de ángeles y demonios pero como un dato cultural;

b) Los dogmas esenciales del cristianismo se mantienen también sin la fe en los ángeles y los demonios;

c)  Los pronunciamientos del Magisterio pueden interpretarse como enseñanzas secundarias y como la aceptación de un dato cultural más que como un dato de fe;

d) Se puede explicar la génesis de la fe en ángeles y demonios con elementos de psicología, parapsicología, sociología e historia de las religiones;

y, finalmente, e) Aceptar la fe en ángeles y demonios sería algo dañino para la credibilidad de la fe, asimilándola a una superstición.

Un autor paradigmático en esto es Herbert Haag, que en su libro El diablo. Su existencia como problema, Herder 1978, niega la existencia del diablo como un ser personal. Jesús hablaba del demonio, pero simplemente como algo simbólico.

En cuanto a los exorcismos de Cristo, el autor señala que Jesús nunca confirmó expresamente la existencia del diablo. Sus exorcismos serían signos simplemente, signos de la resistencia humana al evangelio, o del poder de Dios sobre todos los poderes de la creación, incluso los más oscuros. Satanás sería simplemente el símbolo de la debilidad y del límite de los hombres, símbolo de los peligros que amenazan a la fe. Para Haag la fe en Satanás no es bíblica. La renuncia a la “satanología” no supone una traición al Nuevo Testamento. Se trata de una creencia anacrónica que no responde a nuestro tiempo.

Frente a esto, el Magisterio de la Iglesia, en la época contemporánea afirma:

a) Pablo VI en su homilía “Resistite fortes in fide” (29/06/72) dijo sus famosas palabras: “da cualche fessure è entrato el fumo di Satana nel tempio di Dio. El contexto era que en el Concilio Vaticano II no se produjera la primavera esperada. Pablo VI alude a elementos preternaturales que turban y sofocan los frutos del Concilio;

b) Pablo VI: “Liberaci dal Male” (audiencia del 15/11/72). Habla del demonio como “un agente oscuro y enemigo. El mal no es sobre todo una deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa y temible”. Además, “el demonio está en el origen de la primera desgracia de la humanidad. Es el enemigo número uno”;

c) El Concilio Vaticano II es el concilio que más cita al demonio en el sentido de la tradición de la Iglesia;

d) Juan Pablo II en su catequesis sobre la caída de los ángeles (13/08/86), une el anuncio de la Palabra y la expulsión de los demonios en la instauración del Reino.

¿Cómo se realiza el poder de la Iglesia sobre el mal?

La Iglesia tiene poder sobre el mal, el mismo poder de Cristo sobre el mal. Ha sido llamada a ejercer este poder. La batalla contra el demonio que tienta con la negación de la fe tiene que asumirla la Iglesia, ejerciendo el poder de Cristo sobre el mal, que no es la destrucción del mal, sino la caridad. El poder de Cristo sobre el mal es la caridad. La caridad contra el mal, con un juicio contra el mal y con una acogida en el perdón para una vida nueva.

Extraordinaria imagen del diálogo de Jesús con la samaritana. No podemos afrontar un problema específico como el de acompañar a los hermanos que sufren la posesión diabólica si no lo hacemos dentro de un camino de caridad que hace la comunidad con estos hermanos. La Iglesia tiene una alternativa que se llama caridad.

El primer aspecto de esta caridad es la verdad, que es su alma. No es simplemente un comportamiento práctico, sino que es algo infundido en el alma por Cristo. Es un juicio sobre el mundo y el hombre: sólo Cristo salva al hombre, ahora y siempre. Con un anuncio explícito.

Lo mejor que se puede hacer al hombre poseído es el anuncio de la fe: anunciar a Cristo como salvador, frente a un pensamiento único dominante que sustituye a Dios por el ser humano. Los instintos, aunque estén equivocados, se reconocen como derechos a sostener, y se les da relevancia social. Así el ser humano no sabe quién es, de dónde viene y adónde va.

Nuestra sociedad razona según el demonio, no según Dios. Una sociedad que hace que veamos el bienestar en el centro y que veamos al otro como un objeto que puedo utilizar para mi bienestar, no como un sujeto. Esto es el demonio hoy. Los males más profundos no los resuelve ni la historia ni la ciencia. Es falsa la idea que nos han enseñado que el progreso acabará con todos los males. El arrancar la fe del corazón del hombre trae consigo el desequilibrio, y éste es el camino para la posesión.

Después, el camino del exorcismo, con las normas de la Iglesia, se ha de hacer en este contexto del camino de la caridad, dentro de la comunidad. Son necesarias competencia, profesionalidad y sensibilidad. La caridad con el poseído se expresa sobre todo en el exorcismo, dentro de este camino de caridad, como la expresión última y definitiva de este camino de caridad y el exorcista es quien debe afrontar estas situaciones difíciles dentro de la comunidad.

Como la Iglesia ha enseñado siempre, el pecado no es sólo un bien defectuoso, sino la ausencia del bien. Con el pecado y con la esclavitud que deriva de él no es posible tener un compromiso. Se compromete el destino eterno de las personas.

En el caso de la posesión, el demonio muestra la voluntad de matar y de poseer, de engañar y de usurpar, de humillar y de ofender. Quiere condenar a los seguidores de Cristo. De modo particular ataca a los pastores de la Iglesia para oscurecer el brillo de la creación y la salvación. La buena batalla de la fe tiene en el ministerio del exorcismo una especial fuerza.

El Magisterio de la Iglesia reafirma con claridad y decisión, según la fe católica y la Tradición: el demonio existe, es una realidad personal y no metafórica, que ataca al hombre para separarlo de Dios. Hace mucho mal con las tentaciones, vejaciones, infestaciones y posesiones. Está en la base del mysterium iniquitatis que atraviesa toda la historia. Sabemos que este ser oscuro, con astucia, es el enemigo oculto que siembra errores y desventuras en la historia humana.

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