Análisis de dos de las obras que pueden verse hasta noviembre de 2017
La edición número 22 de Las Edades del Hombre reúne durante el año 2017, distribuidas en tres templos de la segoviana Cuéllar, cerca de un centenar de obras de arte sacro propiedad de diócesis, museos y particulares bajo el título Reconciliare. Entre los autores representados se encuentran a Juan de Juni, El Greco, Gil de Siloé o Pedro y Alonso Berruguete.
Durante la restauración de las tres yeserías mudéjares que adornan las tumbas del presbiterio de la iglesia de San Esteban, en Cuéllar, se descubrieron cinco bulas en el enterramiento de Isabel de Zuazo.
“Alguna pertenece a las Cruzadas y hay otra que es de la rendición de Granada. Las compró esta mujer para llegar al cielo cuanto antes sin pasar por el purgatorio”, afirma el comisario de la exposición y delegado diocesano de Patrimonio de Segovia, Miguel Ángel Barbado.
Este gesto de piedad de la dama inspiró a los sacerdotes y autoridades de Cuéllar a proponer el tema de la reconciliación como hilo conductor de la 22 edición de Las Edades del Hombre, que durante todo el 2017 podrá verse en tres templos diferentes de la localidad segoviana.
La muestra, que ofrece un recorrido por cuatro capítulos que se corresponden con la historia de reconciliación entre Dios y el hombre, tiene como objetivo “destacar la urgente necesidad de perdón en una época lacerada por divisiones, guerras, odios fraticidas y la terrible lacra del terrorismo”, apuntó el obispo de Segovia, monseñor César Franco, durante la inauguración que tuvo el 24 de abril y a la que acudió la reina Sofía.
A través de 96 piezas clásicas –fundamentalmente barrocas– y contemporáneas –hay incluso una fotografía del Papa Francisco en oración en Auschwitz– Reconciliare muestra una doble realidad: «La mirada positiva, es decir, que la misericordia de Dios es más grande que el pecado, y la realista, que no podemos ocultar el mal, la división y el odio existentes», afirma el comisario.
Destaca el tríptico del Descendimiento, del pintor flamenco Ambrosius Benson (siglo XVI), que preside el templo de San Martín, pieza trasladada desde la capilla de la Piedad de la catedral segoviana. O La oración en el huerto de El Greco, cuadro traído desde el museo diocesano de Cuenca. “Yo también destacaría la Expulsión del Paraíso, un grafito contemporáneo sobre papel de Joaquín Risueño, que pintó tras un comentario de su mujer, que finalmente falleció de cáncer. Un día fueron a pasear y ella le reconoció que se sentía “expulsada del Paraíso”», añade Barbado.
Toda la información de la exposición, que incluso tiene una app para el móvil, en reconciliare.es.
Dos obras concretas: el Cristo del Perdón, de Luis Salvador Carmona, y una anónima Magdalena Penitente del siglo XVII
Para abrazar con el corazón
Se considera al escultor Manuel Pereira creador de esta iconografía, que parece derivar de una estampa del Varón de Dolores grabada por Durero. No conservamos el original de Pereira, pero Luis Salvador Carmona nos dejó tres exquisitas versiones: las de La Granja (Segovia), Nava del Rey (Valladolid) y esta, de Atienza (Guadalajara).
La talla es considerada como un itinerario de la Pasión del Señor y, aunque no fue concebida para procesionar, su expresividad mueve tanto a la devoción que ha salido como paso a la calle. Puede ser contemplada desde numerosos puntos de vista, lo que invita a rodear la imagen, a abrazarla con la mirada y con el corazón para profundizar en su iconografía.
El verdadero discípulo
La Iglesia siempre ha venerado a los personajes evangélicos próximos a Jesús, entre ellos a santa María Magdalena. Hasta la Edad Media, la tradición cristiana occidental funde tres figuras: la Magdalena, a la que Jesús expulsó siete demonios y que asistiría a su crucifixión, sepultura y resurrección; la hermana de Marta y Lázaro, que ungió con perfume a los pies de Cristo; y la pecadora desconocida que también ungió a Jesús.
Esta obra anónima, llegada de la capilla de La Magdalena de la iglesia de San Miguel y San Julián de Valladolid, se asemeja a la famosa Magdalena penitente de Pedro de Mena. Muestra que un discípulo de Cristo es quien, consciente de su debilidad, tiene la humildad de pedirle ayuda, y de ahí nace la experiencia de ser curado por Él y el deseo de ser su testigo. Sumergirnos en su presencia es lo que nos hace cambiar, como a le sucedió a la Magdalena.
Con información de Alfa y Omega y Revista Misión