Santa Teresa de Ávila enfrentó de todo, incluso una plaga de piojos. Se sabe que estos diminutos seres son unos parásitos muy molestos que, si no se combaten, llegan a ser una verdadera plaga muy difícil de extinguir. Y si son difíciles en esta época, no podemos imaginar como fue mucho antes que existieran los insecticidas y remedios para combatirlos. De ahí procede esta curiosa advocación al Cristo de los piojos.
Dentro de las tantas historias que surgen en torno a la santa, se encuentra una en la que cuentan que en el Convento de San José de Ávila, en 1565, las monjitas pidieron un cierto tipo de túnica a santa Teresa de Jesús, un hábito con una tela más áspera y rústica para guardar la pobreza con mayor rigor y perfección acorde a sus vidas de penitencia.
Pero sucedía que este tipo de tela atraía muchísimo a esta clase de diminutos insectos, lo que hacía que sus penitencias fueran mucho más severas y bastante insoportables, cuando esto se convertía en una verdadera epidemia.
Fue entonces, como afirma Isabel de Santo Domingo, que una noche hicieron una procesión con velas encendidas desde sus celdas hacia el coro, presididas por la imagen de un Cristo en la cruz. Iban cantando salmos e himnos, y una copla que santa Teresa había compuesto para pedir por la liberación de lo que ella llamó aquella "mala gente":
Santa Teresa:
Hijas, pues tomáis la cruz,
tened valor;
y a Jesús, que es vuestra luz,
pedid favor;
Él os será defensor
en trance tal.
Religiosas:
Librad de la mala gente
este sayal.
Santa Teresa:
Inquieta este mal ganado
en oración,
y al ánimo mal fundado
en devoción.
Mas Dios en el corazón
tened igual.
Religiosas:
Librad de la mala gente
este sayal.
Santa Teresa:
Pues vinisteis a morir,
no desmayéis;
y de gente tan cevil
no temeréis.
Remedio en Dios hallaréis
en tanto mal.
Religiosas:
Pues nos dais vestido nuevo,
Rey celestial
librad de la mala gente
este sayal.
Cuenta la tradición que la santa estuvo de rodillas ante el Santísimo hasta que Nuestro Señor Jesucristo le concedió el favor y los piojos, esa “mala gente”, dejaron los vestidos de las religiosas y nunca más volvieron a molestarlas. Y a este Cristo, guardado con amor por las descalzas, se lo llama "El Cristo de los piojos".