Marina Loshak, responsable del Museo Pushkin de Moscú, elogia el trabajo de los expertos que acumulan años de experiencia y propone más atención a las personas con necesidades específicas.Existe un museo donde lo más importante no es atesorar obras de arte, sino transmitir el saber a las personas. Donde un anciano de 80 años que sabe mucho de una civilización antigua es un “tesoro irreemplazable”, donde alguien reparte té caliente a las personas que hacen cola para entrar, y donde los niños pueden aprender la belleza de la danza renacentista… bailando. No es un sueño: existe.
Marina Loshak se graduó en Filología Clásica por la Universidad Nacional Mechnikov de Odessa cuando esta ciudad -hoy enclave de Ucrania- pertenecía a la Unión Soviética. Muy pronto orientó su derrotero profesional hacia la gestión cultural (a los 19 colaboraba en el museo de literatura de su ciudad) y en la actualidad dirige el Museo Pushkin de Bellas Artes de Moscú.
Marina Loshak tiene un perfil poco común porque a pesar de haber nacido en 1955 en la Unión Soviética, ha crecido profesionalmente en la mentalidad de la perestroika, la apertura; y porque dirige el segundo museo público de la capital rusa sin actitud funcionarial o burócrata.
Deja a un lado los papeles que le ha preparado su asistente para la conferencia en Caixaforum de Barcelona y explica cómo ha de ser el museo del futuro: “No suele ser un lugar donde se conecta con la vida real, en cambio en el futuro vamos a percibirlo como una plaza o una calle“, asegura.
“Algunos mayores son irreemplazables”
El Pushkin responde a patrones antiguos: arquitectura neoclásica, grandes dimensiones, escalinatas, mármoles, cierta política megalómana por parte de la aristocracia de la antigua Rusia, que se mantuvo durante la URSS.
Pero en medio de “la piedra”, Loshak subraya que su gran tesoro son los trabajadores de la casa, y más concretamente los trabajadores mayores: “Algunos tienen más de 80 años y son personas irreemplazables -dice-. Uno de ellos, por ejemplo, es experto en interpretar inscripciones sumerias. No existe otra persona como él”. Un criterio muy diverso al que experimentan muchos museos occidentales, abocados a las prejubilaciones con 55 años y a priorizar el trabajo precario.
Otra trabajadora, de 76 años, experta en Renacimiento, consiguió autentificar como obra de Tiziano un óleo que hasta entonces estaba considerado una copia. Tardó para ello 6 años. Loshak lo cuenta como un capitán cuenta la victoria de la batalla: viajes al Museo del Prado (Madrid) para contrastar con otra versión del tiziano que se encuentra allí, estudio de la pintura y de cada capa…
Pendiente del marketing, pero más de formar expertos
A su vez, la directora del Pushkin, no se niega a dar paso a los jóvenes. Pero de una manera especial: “Yo entiendo que hay que hacer animación para los visitantes y hay que estar pendiente del marketing, pero me parece más importante aún descubrir y formar expertos. Hace poco ha comenzado en el museo un chico de 18 años. Sabe 5 idiomas y eso está muy bien, pero sobre todo espero que sea un gran experto en los maestros antiguos, que sepa ver y mirar”.
El Museo Pushkin es inmenso y lo será aún más. “Va a convertirse en un British Museum a la rusa“, dice Loshak. Su fondo alberga importantes colecciones de Egiptología, Impresionismo, pintura alemana, holandesa, copias de grandes maestros de la pintura en el XIX…
Su plan de ampliación en los próximos años alcanzará los 105.000 metros cuadrados (algo así como 25 campos de fútbol) “para hacer un barrio museístico que conectará nuestros 29 edificios rehabilitados”. Solo uno de ellos servirá para contener la colección de pintura impresionista, al estilo del popular Museo d’Orsay de París, sin necesidad de que el visitante se pasee por las demás salas de otras épocas”.
Café y mantas para el público que hace colas
Loshak no se pierde, sin embargo, en las cifras. Sigue pensando que lo importante es la función didáctica del museo (por eso es partidaria de exponer el mayor número posible de obras) y cuidar al visitante. “Me siento culpable cuando veo las colas, porque en el museo el confort debe ser un prioridad; por eso les llevamos café, té, paraguas cuando llueve o incluso mantas cuando hace frío. En ocasiones hemos organizado servicios de animación o danza con niños”. Estamos hablando de Moscú, donde la temperatura en la calle en los meses fríos puede alcanzar los 25º bajo cero.
Solo un 10 por ciento de los rusos tiene pasaporte
Pero si alguien cree que el Museo Pushkin está pensado para los turistas, Marina Loshka asegura que ella tiene muy presentes a sus compatriotas: “Quizá se puede pensar en el mundo que los rusos viajan mucho y siempre uno encuentra turistas rusos. Pues bien, tengan en cuenta que solo un 10 por ciento de la población rusa dispone de pasaporte, así que en nuestro caso también hemos de pensar mucho en el papel que desempeñamos como museo hacia nuestro propio país“.
Conquistar a la generación Z
La generación Z no queda al margen de sus proyectos. ¿Cómo hacer que los más jóvenes se impliquen? “Entre otras actividades, les hemos propuesto una jornada en la que vienen al museo y son trabajadores por un día. Se hacen selfis, entran en zonas prohibidas… También ideamos, junto con una artista, pantallas en las que se ve el cuadro pero no de golpe: estos muchachos, que todo lo ven corriendo, tenían que esperar a que la obra fuera apareciendo en la pantalla; se iba iluminando por fragmentos y a lo mejor había que esperar hasta 7 minutos“.
Loshak no pudo contener la risa al ver desde su despacho que algunos tocaban la pantalla como si estuvieran pasando el dedo por encima de la de su tablet, “a ver si aceleraban la aparición del cuadro completo”.
La mejor definición de museo
La directora del Museo Pushkin de Moscú considera que la mejor definición de museo es la de “lugar que emite señales humanísticas”. Y concluye que esto en el futuro se plasmará en “atender a las personas con necesidades específicas”.
En este sentido, imitó la acción del Museo del Prado y la ONCE (Organización Nacional de Ciegos de España) en favor de personas con alguna discapacidad visual y ha generado una colección de 20 “cuadros táctiles” que viaja por 6 ciudades. Esta experiencia ha enriquecido también la “vida interior” del propio Museo Pushkin: “Hemos decidido -dice Loshka- que por cada exposición temporal propondremos 3 cuadros para estas personas”.