La mujer que siempre estaba estudiando el sermón de la montaña
Dorothy Day comprendió que el ser humano necesita formar comunidad y buscar lazos de amistad. Con su lucha y con su ejemplo mostró al mundo que es posible luchar por el bien común, por la justicia y por los demás dentro de una sociedad y un modelo de vida individualista.
Ella luchó contra este sentimiento de soledad y por eso titularía “La larga soledad” a su autobiografía. En ella explica lo siguiente:
“Estaba sola, mortalmente sola. Y no tardaría en comprobar una y otra vez, como ya había hecho en otros ocasiones, que las mujeres especialmente son seres sociales que no se contentan únicamente con tener un marido y una familia, sino que han de tener también una comunidad, un grupo, un intercambio con otros. Un hijo o una hija no es suficiente. Un marido y unos hijos, por muy ocupada que la tengan, tampoco lo son. Nosotras las mujeres, lo mismo las jóvenes que las viejas, somos especialmente víctimas de la larga soledad, incluso en los años más activos de nuestras vidas”.
Periodista y activista social
Dorothy Day nació en Brooklyn, en Nueva York, el 8 de noviembre de 1897. Su hogar era un lugar modesto. Sus padres eran protestantes y se casaron por la Iglesia Episcopaliana. No fue bautizada ni frecuentaban la devoción ni la piedad.
Un suceso la marca con 8 años: el terremoto de San Francisco: “Mi recuerdo más nítido del terremoto es el calor humano y la bondad generalizada que lo siguieron (…) Después del terremoto la caridad cristiana ensanchó los corazones” (Dorothy Day, Mi conversión). Este acontecimiento, lo vivido, será el germen de su gran fundación Catholic Worker donde acogería a los desheredados de la tierra.
Comienza sus estudios superiores en la Universidad de Illinois y allí conoce los ideales del proletariado. Se enamoró del poder de las masas gracias a las ideas marxistas: “Eran los pobres y los oprimidos quienes se sublevarían: ellos eran colectivamente el nuevo Mesías que redimiría a los cautivos perseguidos, azotados, encarcelados y crucificados”. (Dorothy Day, Mi conversión)
Con 18 años abandona la Universidad y comienza a escribir y llevar acciones activistas en Nueva York. Trabajaba en el periódico y vivía en una pequeña habitación donde sólo acudía a dormir tras largas jornadas de trabajo. En esta época fue muy beligerante. Celebró la Revolución Rusa, fue encarcelada por reclamar el derecho al voto femenino y comenzó una huelga de hambre por la que fue aislada e incomunicada.
En esos días pidió una Biblia a un guardia (era lo único que la permitían tener) y comenzó a sentirse atormentada por el tema de Dios. Intentó ocultarlo pero poco a poco fue adueñándose de ella. Llegó a escribir que incluso después de pasar la noche en una taberna se colaba en una Iglesia y se arrodillaba en el último banco.
Su vida sentimental tampoco fue sencilla. Conoció a un chico judío, Lionel Moise, y se enamoraría de él. Quedaría embarazada y se sintió forzada a abortar. Poco después se casaría con Barkeley Tobey, pero su matrimonio no duró más de un año. Volvería a enamorarse, esta vez de Foster Batterham y contrajo matrimonio civil con, según ella afirmó: “un anarquista de ascendencia iglesia y biólogo de profesión”.
Conversión y el mundo de los trabajadores
Quedó embarazada y vivió con gran felicidad. “Me sorprende el hecho de haber empezado a rezar a diario” explicaría en su autobiografía. Bautizó a su hija Tamar y tras mucho meditarlo y sabiendo que su marido las abandonaría, decidió también ser bautizada. Se confesó y comulgó por primera vez.
A partir de ese momento profundizará en su vida religiosa y conocerá a Peter Maurin. Junto a él realizaría una obra colosal en pro de las clases sociales desfavorecidas: “The Catholic Worker”. Peter Maurin tenía el poso intelectual católico y ella la fuerza desmedida y al amor por los más pobres inspirado en el Evangelio. Ambos hicieron historia.
The Catholic Worker llegó a ser un periódico con más de 150.000 ejemplares y gracias al impulso de Dorothy se creó una red de casas de acogida que se convirtió en un referente social y caritativo en Estados Unidos. Actualmente tiene 227 comunidades.
No paró de luchar por los trabajadores. Conoció y visitó a Madre Teresa en Calcuta y en su ochenta cumpleaños recibió una cariñosa felicitación de Pablo VI. Papa Francisco citó su ejemplo en su primer discurso en Estados Unidos y, ahora Sierva de Dios, está a la espera de algún día llegar a los altares.
Ella quiso que siempre se la recordara con estas palabras: “Como una humilde creyente que hacía cuanto podía para vivir de acuerdo con las enseñanzas bíblicas, que seguía estudiando; por ejemplo, el sermón de la montaña”