El feminismo ha considerado durante mucho tiempo la maternidad como un obstáculo para la emancipación de la mujer. En un momento en que se cuestionan la píldora anticonceptiva, la sociedad de consumo y la economía del rendimiento, el feminismo está repensando la maternidad.En francés, la palabra femme, ‘mujer’, viene del griego phuomai, “que nace”, luego del latín foemina, lo femenino, derivado de fœtus. Así pues, etimológicamente, la mujer encuentra su esencia en la maternidad. Sin embargo, el feminismo existencialista se basa en el desprecio a un cuerpo femenino fatalmente destinado a engendrar vida. Pero, ¿y si la auténtica liberación de la mujer pasara finalmente por la defensa de la maternidad?
La maternidad, elemento central de la identidad femenina
Simone de Beauvoir, en El segundo sexo, define la maternidad como un obstáculo para la vocación humana de trascender. Para salir de la dominación del hombre sobre la mujer, el feminismo existencialista propone sacar a la mujer de su destino biológico, rechazando la maternidad. Según Eugénie Bastié y Marianne Durano, redactoras de la revista Limite y precursoras de un feminismo “integral”, más ecológico, la paradoja del feminismo existencialista es que “deconstruye el objeto que quiere defender”.
En nombre de la paridad y la igualdad, se niega la identidad y la riqueza de la diferencia. Yvonne Knibiehler, ensayista y feminista de segunda ola (años 60-70) reconoce que, aunque apoya las luchas de los activistas por la sexualidad liberada y la fertilidad controlada, sigue convencida de que la maternidad es “un elemento central de la identidad femenina”. A las mujeres se les ha hecho creer que deben su emancipación a la píldora y al aborto.
Pero la anticoncepción química es un espejismo de liberación. Para Holly Grigg-Spall, feminista estadounidense y autora del libro Sweetening the pill [Endulzando la píldora], “una mujer que no tiene la regla es una mujer perfectamente adaptada al modelo occidental, patriarcal y capitalista.
Eso también le permite mantenerse sexualmente disponible y emocionalmente plana”. El vínculo entre el liberalismo sexual y el liberalismo económico es evidente. ¿Qué tipo de libertad depende de un medicamento, fabricado por la industria farmacéutica y recetado por un médico?
Según Thérèse Hargot, sexóloga y autora del libro Une jeunesse sexuellement libérée… ou presque [Una juventud sexualmente liberada… o casi], la píldora es un signo de sumisión. Al control químico de la fertilidad, ella enfrenta el conocimiento de la propia fertilidad por parte de las mismas mujeres. La verdadera liberación de la mujer no consiste en negar lo que es, sino en defender lo que la constituye, especialmente su fecundidad.
La maternidad, pero ¿a qué precio?
Una vez reconocido el vínculo entre feminidad y maternidad, es necesario repensar a las mujeres como un factor económico diferente. Aunque la igualdad salarial es una reivindicación legítima, deben considerarse las causas de esa disparidad. ¿Misoginia patronal, sociedad patriarcal o maternidad?
Según Iseul Turan, cofundadora del movimiento Les Antigones, la negociación de los salarios en la contratación está a menudo “sesgada por esta posibilidad, aunque algunas mujeres nunca la hagan realidad”. Asumida por el empleador, la posibilidad de embarazo conduce a la discriminación en la contratación, a las desigualdades salariales y a los riesgos de despido. Con el apoyo de la solidaridad nacional, la baja por maternidad podría ampliarse, ser más protectora y menos onerosa. Para este movimiento, “la maternidad –y no las mujeres– debe recibir un tratamiento específico en el mundo laboral”.
Mientras que la sociedad dicta que debemos ser eficientes en todas las circunstancias (maternidad, enfermedad, luto, etc.), corresponde a las mujeres, aunque también a los hombres, liberarse de dicho mandato.
A este respecto, los Evangelios condenan la sobrevaloración del trabajo. En la parábola del granjero rico, Jesús rechaza la opinión tan extendida de que el trabajo puede asegurar el bienestar en la vida: “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?” (Lucas 12,20). No se trata aquí de desvalorizar el trabajo, sino más bien de colocarlo en su justo lugar.
La maternidad ¿a cualquier precio?
En una sociedad materialista donde reina el culto al rendimiento, se insta a las mujeres a controlar su cuerpo, su imagen y a provocar un deseo mecánico. Mientras que el acto sexual se reduce al placer instantáneo o a la concepción de un hijo “cuando quiera, donde quiera y con quien quiera”, la experiencia de disminución de la libido o de la infertilidad se considera un fracaso.
¿Liberada sexualmente? La mujer se ha vuelto dependiente de la industria de la anticoncepción química. ¿Estéril? Alimenta el jugoso mercado de la reproducción asistida. ¿Fértil? Su útero se ha convertido en un producto y su embarazo es costoso y medicalizado.
Para Marie Jauffret, investigadora en biología, “el cuerpo de la mujer es una gran fuente de beneficios”. En Francia, donde la donación de ovocitos no está remunerada, la demanda supera la oferta. A pesar de los riesgos para la salud que tiene la hiperestimulación ovárica, hay el doble de donantes de ovocitos que de donantes de esperma.
En el país líder en venta de ovocitos, Estados Unidos, se elige a la “donante de felicidad” por un catálogo, en función de criterios físicos. La desviación de un “derecho al hijo” transforma así a las mujeres y a los hombres en materiales genéticos.
Por el contrario, el matrimonio cristiano invita a las parejas a abrirse a la vida. Estar “abierto a la vida” significa ante todo ponerse a disposición para recibir la vida de un niño, como un regalo y no como una obligación. Significa también aceptar la vida de pareja tal y como se presente, fértil o no, con su cuota de incertidumbre. Significa finalmente abrirse a los demás con humildad y generosidad, acogiéndolos con amor.
La mujer, esencialmente fecunda
El llamado feminismo “integral” se reconcilia finalmente con Simone de Beauvoir cuando reconoce que la mujer “solo puede consentir dar a luz si la vida tiene sentido; no podría ser madre sin tratar de desempeñar un papel en la vida económica, política y social”.
La mujer, pues, no es solo un mamífero hembra, su relación con la descendencia que trae al mundo es también de inteligencia, lo cual abre precisamente la posibilidad de autosuperación, de trascendencia. Es fecunda pero no necesariamente fértil. Su fecundidad proviene también de la abundancia de sus facultades intelectuales, de su sensibilidad, de su voluntad…
Según Natacha Polony, es fundamental redefinir los modelos identificatorios dados a las mujeres. Para ella, la fecundidad de la mujer también radica en “la ambición intelectual, el apetito por saber y conocer, el apetito por vivir”. Esto es precisamente lo que el padre Teilhard de Chardin nos invita a vivir en L’éternel féminin [El eterno femenino] cuando, bajo la figura de María, define a la mujer como una guía hacia la trascendencia: “Salí de la mano de Dios… Me fue concedido colaborar en su obra”, “por mí todo se pone en movimiento, todo se ordena”, “es mío el perfume, el encanto, mezclado con el mundo para que se agrupe. Yo soy el ideal suspendido sobre él para que se levante, yo soy lo esencial Femenino”, “soy esencialmente fecunda, es decir, inclinada hacia el futuro”.