Durante el siglo III, nació una chica de nombre Lucía en una familia noble. Desde muy joven, Lucía consagró su virginidad a Cristo, aunque su madre no fue consciente de ello y concertó un matrimonio para su hija.
Lucía se negó, debido a su voto privado, y el hombre que supuestamente había de casarse con ella la delató por ser cristiana. El asunto terminó en un horripilante martirio por el que sacaron los ojos a la joven antes de darle muerte.
Lucía murió en Sicilia, pero su fama no tardó en extenderse por toda Europa. Cuando los misioneros cristianos llegaron a Escandinavia, llevaron consigo la historia de santa Lucía, cuya vida y muerte fascinaron a la población local.
Su nombre deriva de la palabra latina lux, que significa ‘luz’, y además, otra historia sobre la vida de Lucía cuenta que llevaba una corona de velas que le ayudaban a ver dentro de las catacumbas cristianas.
La conexión de Lucía con la luz resonaba bien en el pueblo escandinavo, que celebraba el solsticio de invierno (el día más oscuro del año) en una fecha cercana al día festivo de Lucía, el 13 de diciembre. Ella era una luz en un lugar de oscuridad y su ejemplo de fe iluminó los corazones y mentes de los escandinavos durante muchos siglos después.
Muchas canciones antiguas de Suecia subrayan este simbolismo, como en este ejemplo:
La noche pisa fuerte
por los patios y las viviendas.
En lugares donde no llega el sol,
anidan las sombras.
A nuestro oscuro hogar viene ella,
portando velas encendidas,
Santa Lucía, Santa Lucía.
De la intensa devoción en torno a santa Lucía surgieron las diversas tradiciones del día de santa Lucía. En varios países escandinavos se desarrolló la Lussibrud, una tradición en la que la hija mayor de la familia viste un vestido blanco y una faja roja con una corona de velas sobre la cabeza. Así despierta a la familia el 13 de diciembre y les sirve varios dulces.
El día de santa Lucía es una gran fiesta de preparación para la Navidad, un día que señala la llegada de la luz de Cristo el día de Navidad.