Nuestras discusiones y desacuerdos no han desaparecido, pero nuestro hogar es un lugar más tranquilo.Imagina la escena: es de noche, estoy escribiendo un artículo, haciendo alguna compra en Internet o quizás cocinando una sopa para otro día. ¡Es tan tarde!
Estoy cansada y enfadada por no haber tenido tiempo de hacer todo lo que tenía previsto durante el día, en un día “normal”. Estoy molesta, enfadada y buscando culpables. Y ¿quién podría ser más culpable que mi marido?
Otra vez viene tarde…
Después de todo, si él hubiera llegado a casa de trabajar a una hora decente, yo habría podido terminar todo. Pero en vez del sonido de una llave en la puerta, escucho el de un mensaje de texto: “Llego tarde a casa, no me esperes despierta”.
Como dueño de su propia empresa, no le ata el horario común de oficina o un límite de horas semanales. En vez de ocho horas al día, trabaja tanto como sea necesario.
Así que, cuando escucho pasos en la entrada y miro la hora, quiero tener una discusión seria o, por lo menos, mostrarle una cara ofendida y golpearle verbalmente con una lista de quejas porque no se preocupe por su salud y no tenga tiempo para la familia, por no decir tampoco para mí.
Y eso es exactamente lo que solía hacer, hasta el día en que las cosas cambiaron.
Transformación
Un día, en un arrebato de creatividad, estaba trabajando en una sorpresa fantástica (en mi opinión) para los niños. Estaba tan metida en mi tarea que ni me enteré de la hora que era.
En torno a la 1 de la madrugada, todavía de un humor estupendo, recibí a mi marido, que llegaba a casa en ese momento, con una radiante sonrisa al levantar los ojos de mi tarea.
Un vistazo a su reacción me bastó para entender muchas cosas e, incluso, ensombrecer un poco mi magnífico ánimo. Vi cómo mi marido cambiaba completamente, y aquello me impactó.
Al mirarle sonriente, sus músculos tensos se relajaron y su sombría expresión quedó sustituida por un suspiro de alivio y palabras de gratitud.
Una nueva norma
Eeem… ¿qué acaba de suceder? ¿Mi marido me agradece que no le reciba con comentarios airados? Esto es una señal clara de que algo tiene que cambiar.
“Empezando hoy mismo, ¡nos recibiremos siempre con una sonrisa!”, decidí, ya en ánimo de cambios, dado que era el inicio del Adviento (del año pasado).
Establecimos esta norma en casa: cuando alguien regrese a casa, todo el mundo le recibirá en la puerta con abrazos y besos.
Pura alegría
En ese primer momento cuando alguno llega a casa, no nos abrumamos mutuamente con cosas importantes, tareas o problemas.
Es importante compartirlo todo, pero habrá tiempo para eso más tarde, y no precipitadamente nada más quitarse el abrigo y lavarse las manos.
El primer momento cuando se llega a casa debería ser de pura alegría: la alegría de ver a la familia y estar juntos de nuevo.
El o la que acaba de llegar recibe un rápido estallido de información: que le queremos, que le añorábamos y nos alegra que esté aquí.
Para los niños, no es nada nuevo. Si no están dormidos, siempre corren entusiasmados gritando “Papááááá” y, dependiendo de su edad, justo en el rellano de la puerta saltan a colgarse de su cuello o a agarrarse de sus piernas.
¿Y mi marido y yo? Hace un año que establecimos esta norma en casa. Admito que a veces la sonrisa de bienvenida parece más una mueca amarga, pero seguimos haciéndolo. Nos ceñimos a nuestra decisión porque sabemos todo el bien que generamos con ella.
Parece un cambio muy pequeño, pero se ha convertido en algo grande. No hemos dejado de discutir del todo, claro, pero nuestro hogar se ha convertido en un lugar diferente, más tranquilo y protector.
Sencillamente, ahora es un sitio al que nos gusta volver porque sabemos que siempre somos bien recibidos. Como consecuencia, volvemos a casa más felices y, a veces, incluso más temprano.
Este artículo se publicó originalmente en la edición polaca de Aleteia y ha sido traducido y/o adaptado aquí para los lectores anglohablantes e hispanohablantes.