De líquido a líquido, el recién nacido encuentra en la piscina un medio que le resulta muy familiar desde que estuvo en el vientre de su mamá.El agua es un medio fabuloso para la salud del niño. Tendemos a buscar todos los beneficios posibles en el suelo: jugar, gatear, caminar… pero olvidamos que antes estuvimos en el líquido amniótico y esto nos dio habilidades especiales para desenvolvernos en el medio líquido.
Los especialistas en Pediatría recomiendan introducir este valor a muy temprana edad, cuando todavía el instinto hace que el niño se encuentre, y nunca mejor dicho, como pez en el agua. Por eso recomiendan la matronatación, una especialidad que incluye a especialistas, al padre y la madre y, cómo no, al propio bebé.
Entre los expertos mundiales en matronatación, se encuentra la española Noemí Suriol, que dirige el centro Lenoarmi en Barcelona. Lenoarmi es pionero ya que desde 1971 trabaja con un método propio creado por su madre, María Rosa Puigvert.
Si en un primer momento -y todavía hoy- hay quien creyó que introducir a los bebés en una piscina “era poco menos que ser una mala madre”, recuerda Suriol entre risas, enseguida hubo médicos pediatras que vieron lo favorable que podía ser para la salud del recién nacido.
El doctor Santiago García-Tornel, del Hospital San Juan de Dios de Barcelona, es uno de ellos. Asegura: “Estimular al bebé a edades tempranas y en un entorno adecuado es importante y muy beneficioso para su salud”. De ahí que sea partidario del lema “¡Bebés al agua!”, que en el caso del método Lenoarmi incluye el elemento lúdico.
Suriol, que enseña anualmente a cientos de bebés (a partir de la tercera semana de nacer), resume en algunos puntos los beneficios más importantes de la piscina para los bebés:
- Aumenta la habilidad de los músculos, los huesos y la coordinación corporal.
- Estimula el autoconocimiento del cuerpo.
- Estimula el sentido del tacto. Por el chapoteo, por el movimiento en las inmersiones y en cada acción que desarrollan los papás, por los ejercicios…
- Enriquece las experiencias motrices de los niños. Incluso pueden hacerse con música, que facilitará el ritmo y la coordinación, y es capaz de estimular o tranquilizar al pequeño en la relación con el agua y con sus papás.
- Ayuda a mantenerse en forma y a mejorar la tonicidad muscular.
- Fortalece la capacidad respiratoria. Que nadie se asuste: no se trata de hacer inmersiones desde el primer día. Todo tiene un proceso y para ello es necesaria la confianza en el medio acuático. Así que hace falta paciencia y que los papás transmitan buena sintonía con el agua.
- Enseña a adaptarse a los cambios.
- Aumenta la resistencia: a cierto cambio de temperatura, a la fuerza del agua…
- Les ayuda a la relajación.
- Estimula la conciencia y la habilidad para salir de las dificultades. Aprenden a responder con prontitud ante un estímulo.
- Ganan en seguridad y confianza. Al dominar su cuerpo en un medio tan inseguro, el niño se siente muy satisfecho. Y si lo consigue gracias a sus papás, esto fortalece su apego.
- Fortalece el vínculo entre el papá y/o la mamá y el bebé. Un papá o una mamá que deja el móvil y entra en el agua con el bebé es un papá o una mamá que gana en calidad de vida para él y para los suyos. ¡Ni siquiera en el salón de casa pone tanto los cinco sentidos con el pequeño y desconecta de todo lo demás!
¿Cuándo puede empezar un bebé a establecer relación con el agua?
Noemí Suriol asegura que el bebé está preparado para empezar en cualquier momento en la bañera de casa, desde los primeros días, una vez esté curado el ombligo. En el caso de la piscina, muy pronto podrá hacerlo siempre y cuando esta reúna las condiciones adecuadas en cuanto a temperatura, tratamiento del agua…
También hay que tener en cuenta que si el bebé va con la mamá, no es lo mismo que el parto haya sido natural o que haya habido cesárea.
¿Y nadarán enseguida?
Pues no. Pero si el niño se desarrolla en el agua desde poco después de nacer, enseguida aprenderá a moverse armónicamente, a desplazarse en distancias cortas desde muy pequeño, a valorar los peligros de hacer algo a solas, a girarse y flotar… Algunos aprenden estas habilidades a partir del años y medio, otros a partir de los dos. Hablaremos de nadar, en sentido estricto, a partir de los 3 años. Si un bebé no ha crecido con el agua, aprenderá a los 3 y medio o los 4.
Más de un niño se ha salvado de morir ahogado en una piscina gracias a que ha aprendido a flotar. “Entre los 4 y los 6 meses es la mejor edad para que el bebé empiece a reconocer la flotación y aprenda a flotar”, explica Suriol.
Si quieres dejarte sorprender por cómo se desenvuelven los bebés en el agua, puedes ver este vídeo:
Puedes encontrar más información en el libro de Noemí Suriol “Bebés al agua” (Editorial Luciérnaga Nova, 2013).