Maryam fue capturada en febrero de 2015 en Siria y la ocultaron en Raqqa. No sufrió violencia, pero intentaron convertirla
Un año, un mes y cinco días. Tanto duró la dramática prisión de Maryam, una cristiana raptada por el Isis en febrero de 2015, en el valle de Khabur, en el nordeste de Siria, junto a otros doscientos cristianos sirios.
En L’Espresso (4 enero) ha contado ese dramático periodo vivido en un escondite subterráneo de Raqqa, en el periodo en que la ciudad fue proclamada capital del Estado Islámico.
La “división”
“Era por la mañana”, recuerda Maryam, “intentamos escapar pero el río estaba en crecida y estábamos rodeados. Capturaron a mi padre, mientras mi madre y yo nos escondimos en casa de un vecino. Después de un par de días nos descubrieron y nos llevaron a Shaddadi“. En esta localidad, a unos cincuenta kilómetros de la ciudad de Hassakeh, hombres y mujeres fueron separados.
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Pollo y verduras
Maryam (entonces quinceañera) y su madre acabaron en una casa de tres habitaciones con otras 40 mujeres. “Nos controlaban continuamente, y nuestros carceleros no querían que rezáramos. Pero no nos faltaba nada, comíamos pollos y verduras de la huerta”. Después de cinco meses en Shaddadi fueron trasladadas a Raqqa.
Se fingió enferma
En un primer momento, las prisioneras estaban juntas, después Maryam fue puesta en aislamiento mientras que sus compañeras de cautiverio eran liberadas una a una: “No imaginaba que entre tanto hubieran liberado a todas las demás. Si me lo hubieran dicho, probablemente me habría matado”.
Maryam vivía en una celda oscura. Para ver la luz del sol se fingía enferma para ir al hospital y salir así al exterior.
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Intentos de conversión al Islam
Durante su cautiverio, la joven no sufrió violencia física. También gracias a las negociaciones emprendidas por el obispo sirio Mar Afram Athneil, no la convirtieron en esclava sexual, ni la dieron como esposa a combatientes bajo el efecto de las drogas.
Pero sus captores intentaron varias veces convertirla. “Mátame, o devuélveme a mi familia”, respondía ella.
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Leer y rezar
Su jornada estaba marcada por los momentos de la comida, siempre abundante: patatas, carne, arroz, dulces. Un soldado, Abu Zinab, con quien estrechó una relación algo amistosa, se lo pasaba a través de los barrotes: “Lo dejaba caer al suelo para no tocarme las manos”.
Las únicas distracciones eran tres piezas de Lego de colores con las que jugaba en las interminables jornadas de soledad, un anillo en forma de corazón de la hija del carcelero Abu Osama, y las oraciones escritas a mano por otra prisionera, que se las dio al poco de llegar a Raqqa.
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La mañana de la liberación
La mañana de su liberación, julio de 2016, Maryam rezaba apretando en las manos esas hojas manoseadas durante meses. “Sonríe desde el corazón – le dijo Abu Zinab tras llamar a su celda – te llevamos con tu familia, te echaremos de menos”. Después fue a rezar y volvió a recogerla dos horas después.
El shock de su cautiverio fue tal que Maryam necesitó dos meses para recuperarse. Al principio se escondía en casa y salía sólo para ir a misa.