El emperador católico que recurría constantemente a Nuestra Señora Mariazell es uno de los más célebres santuarios marianos de Austria.
Se sabe que el emperador alemán Leopoldo I tenía una gran devoción por este santuario. Cada vez que tenía en manos algún asunto extraordinario, peregrinaba a Mariazell – y es conmovedor releer las intenciones que iba a encomendar a Nuestra Señora.
De este modo, por ejemplo, hizo una romería para pedir que la Virgen Santísima lo preservara de pecado mortal y le diera la bendición para su futuro enlace con María Teresa de España. Al enviudar, fue nuevamente a Mariazell, en 1676, para pedir a la Madre de Dios que le encontrara otra esposa piadosa y verdaderamente cristiana. En 1679, llevando consigo valiosos regalos, allí fue de nuevo para agradecer por la esposa Eleonora y el príncipe heredero, que el cielo le había enviado.
En 1693 encomendó a Nuestra Señora su expedición militar a Hungría, pidiendo también la gracia de una buena muerte. Esta última lo alcanzó en 1705; y es interesante saber cómo murió este siervo de María. Tras recibir los santos sacramentos, se despidió de su esposa, bendijo a sus hijos y, tomando con las dos manos el célebre crucifijo de Fernando II, pronunció estas significativas palabras:
“De vos, Señor, recibí el cetro y la corona; con alegría los deposito nuevamente a vuestros pies”.
Y añadió:
“Está consumado. ¡Padre, en vuestras manos encomiendo mi espíritu!”
Y así expiró el imperial peregrino de Mariazell.
Visita virtualmente este bellísimo santuario austríaco:
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De la colección “Tesouro de Exemplos”