Amar significa aceptar al otro con sus virtudes y sus defectos.
Amar es poner en una balanza todo lo bueno y lo no tan bueno de una persona y aceptarla. El amor, ya lo hemos comentado en otras ocasiones, es una decisión consciente: te quiero amar y aceptar con todo lo que eres, con todo el equipaje que traes.
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Amar al otro, con lo bueno y lo no tan bueno, implica recorrer un camino que no siempre es de rosas. La convivencia provoca roces en la pareja y suele ser habitual buscar instintivamente corregirlos. Por eso, por respeto al que nos ama, no podemos tener una actitud comodona y conformista con nosotros mismos. Eso de “así soy y que el mundo se aguante” no es bueno para nadie.
Busquemos pues ser cada día mejores personas. Es la clave de la felicidad.
Para ello, te invito a identificar la motivación que te impulsa al cambio. No es lo mismo querer mejorar en nuestras áreas de oportunidad, educar nuestros defectos de carácter y actitudes poco agradables para ser mejor persona que para ser amado y aceptado.
Son dos fines totalmente distintos. Con el primero queremos cambiar para ser la mejor versión de nosotros mismos y para vivir juntos de manera más armoniosa y agradable. Con el segundo nuestra actitud hacia el cambio está fundamentada en el miedo inconsciente a perder el amor y la aceptación del otro.
En lo personal me cuesta muchísimo vivir el orden. Soy más bien limpiamente desordenada. Yo puedo hacer un tiradero de lo más lindo en menos de 10 minutos, pero recogerlo o volverlo a ordenar me puede llevar 3 días. Por el contrario, mi esposo es el hombre más ordenado, pulcro, meticuloso y controlador que he conocido.
Durante nuestros primeros años de matrimonio mi desorden y su control nos causaron grandes problemas hasta que tocamos fondo. Él dejó de empeñarse en que yo cambiara y cambió la táctica de guerra por una de amor y aceptación.
Él aceptó que yo soy así. Y aún más importante, reflexionó que yo soy mucho más que mis defectos. Dejó de fijarse tanto en lo que no hacía bien y comenzó a fijarse más en mis virtudes y cualidades que en mis debilidades.
Es verdad, soy desordenada, pero él eligió enfocarse aún más en mis otras bondades y no darle tanta atención a mi desorden. Pudo más su amor por mí que su quererme cambiar. Y no solo eso. Aún hoy cuando ve que tengo desorden, en vez de enojarse o comenzar a sermonearme va y lo ordena. Es decir, valora más mi ser, mi persona, que a lo que hago o dejo de hacer.
Al darme él este ejemplo de amor, yo me sentí impulsada a hacer lo mismo cuando veo que hace algo que a mí me puede molestar. Y digo “puede molestar” porque uno solo es quien decide si algo le va a molestar o no. De hecho, mi esposo me cuenta que cuando “eligió” que mi desorden no le molestaría sintió haberse quitado de encima una carga muy pesada.
Hay que saber elegir las batallas. A medida que vamos madurando menos importancia le daremos a ciertas cosas.
Si a día de hoy te enfadas al ver abierta la pasta de dientes, reflexiona: ¿De verdad es tan importante? ¿Merece la pena discutir? Te puedo asegurar que llegará el momento en que se te hará más sencillo y te supondrá menos desgastarte cerrar la pasta de dientes cada vez que la veas abierta.
¿Cómo sabes cuando realmente estás amando una persona? Cuando has pasado esa fina línea de no empecinarte por quererle cambiar y simplemente le aceptas tal y como es.
Eso no significa tirar la toalla. Al contrario, con amor y muchísima inteligencia y paciencia podemos ayudar al otro a cambiar. Querrá ser una mejor persona por propio convencimiento y no tanto porque a ti te molesta.
Nadie tiene el poder de cambiar a nadie. Pero lo que sí podemos es, con amor y paciencia, ayudarle a mejorar.