Y temo más que mi muerte la muerte de quien más amo. Temo al final la partida. Y me duele lo que he amadoMe da miedo la muerte. ¡Qué difícil es morirse y dejar todo lo que me ata, todo lo que amo, todo lo que me queda aún por hacer! ¡Qué complicado soltar al que está muriendo y dejarle marchar libremente! Hablo tantas veces con ligereza del encuentro con los míos en el cielo. Allí todo será pleno, lo sé. Pero luego, cuando se acerca el momento de partir, tiemblo.
Hoy escucho: Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina.
¡Cuánto me cuesta mirar la eternidad que me espera sin miedo y pensar en la plenitud de la que predico sin temblor! Hoy ha muerto Juan Bautista. Injustamente. Y Jesús sufre la pérdida. Se siente solo. Cuesta tanto perder al que muere. Cuesta tanto la muerte.
Pienso siempre que el cielo puede esperar. Lo confieso, me da miedo la muerte. Mi propia muerte. Creo en ese Dios que me espera feliz al final de mi camino. Sonríe, me abraza y yo confío. Es verdad que me lo creo con la cabeza. Pero no sé si he llegado a tocar el corazón.
Creo en la eternidad y en la presencia espiritual de los que se han ido en medio de mis días. Puedo hablar con ellos. A veces no los siento. Sé que amo la carne y el presente tangible en el que vivo y quiero. Amo lo que soy y lo que tengo. Lo que hago y sueño en este instante que vivo.
Temo la muerte fría que me aleja para siempre de todo lo que me ata. Temo la muerte que no controlo y aparece cuando menos la espero en medio de mi vida, de la vida de los que amo. Me da miedo la muerte y volverme viejo. Y dejar de soñar. Y dejar de tener fuerzas.
Decía Bernard Shaw: No dejamos de jugar porque envejecemos. Envejecemos porque dejamos de jugar. Me da miedo envejecer sin un sentido. Dejar de estar presente teniendo vida en mi piel. Temo acabar mis horas sin que hayan acabado. Decidir que ya he vivido lo suficiente y no hay nada más que inventar. Me da miedo dejar de ilusionarme con los sueños, dejar de amar y trabajar por Dios.
Leía el otro día una poesía: Tiene algo extraño el tiempo cuando parte presto. Deja huellas pesadas en mi alma que ha amado. Pues lo sé. Cuanto más quiero, más temo perder. Más me asusta el final del camino. Y más miedo me da la muerte que se acerca. Cuanto más amo, más sufro. Y he pensado a veces no amar, para no sufrir.
Pero luego, cuanto más lo pienso, más miedo me da no amar. Y no por el sentimiento. Que sé que viene y que va. Es más por la hondura dentro de la vida que ahora vivo. Es más porque mis raíces llegan donde ya no veo. Son profundas. Y me duelen. Y temo más que mi muerte la muerte de quien más amo. Temo al final la partida. Y me duele lo que he amado.
Me da miedo amar muy hondo. Porque sé que cuando amo más miedo me da la muerte. Entiendo que, a quien lo ha perdido todo, le importe poco morir. Es verdad. Es tan humano. A mí me da miedo morir. Y dejar que se vayan aquellos a quienes amo. Y parece que todo importa menos cuando no están los que quiero.
Y a la vez me da miedo el tiempo fugaz. Y romper con todo lo que ha sido mío. Dejar atrás mis sueños y mis deseos. Dejar de respirar los ambientes de siempre. Olvidar las caricias de la piel que se seca. El calor del sol. El frío del invierno. La humedad de la lluvia.
Callar tantas palabras que me hablan de vida. Dejar de hablar guardando silencio para siempre. Dejar de caminar por caminos nuevos, yo que tanto he andado. Un punto final a la vida que he amado. No está hecho el corazón para la muerte. No la quiero. No la deseo.
Quiero amar aquí en la tierra y para el cielo. Amar en la carne sembrando semillas eternas. Amar y dejar que el amor ate a muchos a Dios. Un amor para siempre. No quiero que el temor de la muerte me quite las ganas de vivir. Aun habiendo visto partir a quien más amo.
No quiero que la soledad de haber amado me llene de amargura y de tristeza. En el dolor de la pérdida levanto la mirada. Quiero reinventarme en medio de mis temores cada mañana. Empezar otra vez sujetando mis pérdidas. Amar de nuevo echando raíces. Temiendo siempre mi muerte y la de los míos.
Pero sabiendo que en esta vida lo que cuenta no es el tiempo que tengo. Sino la forma cómo uso los minutos que ruedan por mis manos. No quiero pensar que todo se acaba un día en una oscuridad sin tiempo. En un vacío negro sin luz. Se llena el corazón de luz al pensar en un amor eterno que me espera a la vuelta de la esquina. No dejo de amar aunque me duela. Aunque el temor de morir me duela dentro.
Empiezo de nuevo. Me reinvento. Echo hondas raíces que me atan a la vida. Me importa más la calidad del tiempo. La hondura de mis pasos. La densidad de mis palabras. La alegría de mi mirada. Me importa más el amor que siembro. Aún sin ver los frutos de mi vida entregada. Me importa más vivir aunque me asusta la muerte.
Vivo en presente. No vivo angustiado por lo que ha sido y ya no es. Me da miedo la muerte. La mía. La de los que amo. Pero no dejo de amanecer cada mañana. Con el corazón lleno de sueños. Y las mismas ganas intactas de vivir plenamente.