Su pasado fue duro pero ha alcanzado el éxito en España. Ahora regresa a República Dominicana para poner en marcha una escuela de cocina. María dejó República Dominicana cuando tenía 24 años y tres hijos. Dos de ellos se quedaron en aquel país y ella en España podría atender a una hija. Llegó al nuevo país en 2003 y encontró trabajo por horas como fregadora de platos y empleada de la limpieza “con toda la ilusión del mundo” en el histórico Club Allard, uno de los mejores restaurantes de Madrid situado en la famosa calle Ferraz.
Pero dentro llevaba las enseñanzas de cocina que le habían dado sus padres. Su padre cocinaba guisos en el Rincón Montañés, un modesto local de Jarabacoa, mientras su madre le había indicado cómo elaborar algo de repostería. Ella compró un cuaderno y ahí anotaba lo que veía hacer al cocinero del Club Allard y luego trataba de ponerlo en práctica en casa.
Han transcurrido más de 15 años y, María tuvo la oportunidad de ascender. Quedaron atrás las horas de limpieza y pasó a los fogones. A María la sitúan al frente de la dirección gastronómica para dar un giro innovador a la empresa.
Y aquello no pasa desapercibido para los “rastreadores” de la Guía Michelin: en 2014 se lleva nada menos que dos estrellas.
“Haciendo de madre y de padre” con tres hijos
Han transcurrido casi cuatro años desde entonces, en los que a María no se le han ahorrado las más de 12 horas de trabajo al día. Quien ha trabajado en restauración sabe lo que es. A cambio, ha podido dar una vida acomodada a los suyos en lo material, “haciendo de madre y de padre”, y sobre todo a distancia con los dos hijos que siguen en República Dominicana.
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Sin embargo, hay cosas que te hacen pensar. Manifestó recientemente a un periodista de El Mundo que su hija un día sufrió una parálisis facial y la llevó a Urgencias. El médico le dijo que debía haberla llevado más rápido al hospital porque aquello era importante. María no quiere que esto vuelva a sucederle: las estrellas son importantes pero la familia está por encima.
Esto no ha hecho más que confirmarle lo que ya tenía decidido: María regresa a República Dominicana donde va a poner en marcha un proyecto que le hace brillar los ojos (ahí estarán ahora sus estrellas Michelin): creará una escuela de cocina para mujeres sin recursos.
Los adolescentes la necesitan
Ser inmigrante no es fácil para una madre. Le duele no haber estado con sus padres en sus últimos momentos. Y sus hijos, dice, son ahora adolescentes y la necesitan porque atraviesan una época difícil.
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María es consciente de que dejar el restaurante que le ha dado las dos estrellas Michelin y marcharse de España es un sacrificio, pero está dispuesta a ello. “Uno de mis hijos me dijo un día que se había criado solo” (¿les suena esta frase, madres migrantes y trabajadoras?). Quiere un futuro mejor para ellos, pero cree que ha llegado el momento de cruzar el charco de nuevo y empezar ahí una nueva vida.
Para poner en marcha la escuela de cocina con carácter social, María ha reunido unos ahorros y los 50.000 euros del premio Eckart Witzingmann a la Innovación que le han otorgado recientemente por su trabajo en el Club Allard.
Queda grabada en la memoria de María aquella noche en que el restaurante organizó una cena para los trabajadores y en la mesa María, aún fregaplatos, dijo que ella soñaba con ser cocinera. Todos rieron pero el aparcacoches les dijo a todos: “No os riais, que en España la única mujer que tiene estrellas Michelin es Carme Ruscalleda y también comenzó fregando platos”.