Alicia Vikander toma el relevo de Angelina Jolie a la hora de darle presencia cinematográfica al icono de los videojuegos de aventurasLa franquicia de videojuegos Tomb Raider no se ha caracterizado nunca por la profundidad ni por el interés de sus trazados argumentales, pues la atención de sus equipos de desarrollo –Core Design primero y Crystal Dynamics después– acostumbraba a centrarse más en afinar la jugabilidad y crear puzzles (muy) complejos. Algo intraducible al medio cinematográfico, así que, si por algo se caracterizaban las dos adaptaciones protagonizadas por Angelina Jolie, Lara Croft: Tomb Raider y Lara Croft Tomb Raider 2: La cuna de la vida, era por su aparatosa construcción visual, deudora de la serie James Bond e, inevitablemente, de las películas de Indiana Jones.
El reinicio de la saga de videojuegos que se produjo hace cinco años, bajo el escueto título de Tomb Raider, le ha dado ahora la oportunidad a Warner Bros de renovar también su traslación fílmica con una nueva Lara, Alicia Vikander, y un espíritu, en principio, menos festivo y más a ras de tierra.
El problema al que se enfrenta el largometraje, sin embargo, es idéntico al que hacía a sus antecesoras poco o nada memorables: que los esfuerzos de sus tres guionistas acreditados, Evan Daughterty, Geneva Robertson-Dworet y Alastair Siddons, por construir una trama coherente a partir del juego original –obviando, eso sí, cualquier referencia sobrenatural–, no evitan que acaben cayendo en el reciclaje de tópicos y de situaciones recurrentes. Tanto es así, que desde que la acción del largometraje se sitúa en la misteriosa isla de Yamatai, podría decirse que Tomb Raider es casi un remake alargado hasta la extenuación de la secuencia de arranque de En busca del arca perdida… Pero sin el pulso de Steven Spielberg para la aventura.
Hay set pieces muy eficaces a lo largo del metraje –sobre todo cuando el director, el noruego Roar Uthaug, abusa menos de los efectos digitales y confía más en los dobles de acción–, que sin embargo tropiezan en lo mismo que suele caer el blockbuster contemporáneo: en la práctica imbatibilidad de sus protagonistas.
Siendo Tomb Raider una ficción (supuestamente) más realista, sorprende la facilidad casi superheroica con la que el personaje de Vikander abate enemigos, esquiva trampas y salva precipicios… Lo que hace que sea mucho más difícil identificarse con ella –pese a los esfuerzos de la actriz sueca para dotar de credibilidad y, sobre todo, de humanidad a un personaje dibujado con notable torpeza– que con la humana torpeza y falibilidad de una de sus referencias principales, el Indiana Jones de Harrison Ford.
La cuestión es que, cuando Vikander tiene algo a lo que agarrarse a nivel dramático, Tomb Raider sube enteros. De ahí que lo más interesante del largometraje está en cómo toda la aventura de Yamatai puede entenderse como una proyección del proceso de duelo de su heroína y la aceptación de su necesidad de pasar página y encontrar su propio camino vital: como en tantas otras películas de maduración, Lara Croft ha de ser capaz de asimilar su herencia emocional familiar –aunque parta del dolor de sendas ausencias– para discurrir, a partir de la misma, quién quiere ser a partir de ello.
Lástima que ese apunte de dignificación de la aventura quede desdibujado por un giro final, claramente inspirado en Sospechosos habituales –hasta la planificación visual de Uthaug apunta en esa dirección–, que no intenta sino abrir el camino, de forma bastante chapucera, a una nueva franquicia.
Ficha Técnica
Título original: Tomb Raider
Año: 2018
Países: Estados Unidos, Gran Bretaña
Género: Acción/aventura
Director: Roar Uthaug
Intérpretes: Alicia Vikander, Dominic West, Walton Goggins, Daniel Wu, Kristin Scott Thomas, Hannah John-Kamen