¡Verás con otros ojos los huevos y los conejitos de este año!
Los que me conocen saben que amo los dulces, sobre todo el chocolate. ¡Denme una barrita de chocolate y les seré fiel! Una de mis muchas bendiciones es la de vivir temporalmente en Europa y descubrir que este continente es el que toma más en serio el chocolate.
Me gustó mucho un espléndido artículo de Sara Maitland en The Tablet, en el que la autora hacía un análisis espiritual del chocolate como nunca leí anteriormente.
Debo darle las gracias por haber combinado dos cosas que amo muchísimo: el chocolate y el catolicismo.
En Pascua (incluso antes) encontrarán las tiendas llenas de huevos y conejitos de chocolate de varias dimensiones.
Pero cuando vemos cómo se fabrica el chocolate, nos recuerda de tal manera lo que significa la Pascua que resulta totalmente apropiado para celebrar el amor providencial de Dios por nosotros.
“En Pascua, Dios nos ofrece Su don más grande, y por tanto celebrar esta alegría con chocolate es totalmente apropiado. El chocolate es ‘fruto de la tierra y del trabajo del hombre’. Transformar el haba del cacao natural en chocolate es un proceso complicado y laborioso que implica fermentación, desecación, limpieza, tostadura, descascarillado, molienda y calentado, todo esto sólo para producir chocolate genuino de forma basta, que después tiene que ser refinado y aromatizado” Sara Maitland, The Tablet, 22 abril 2017.
El chocolate implica, por tanto, mucho trabajo, y esto nos recuerda el sudor y las lágrimas de Jesús durante su Pasión y muerte. Una semilla tiene que caer en tierra y morir antes de dar fruto. Lo mismo pasa con el haba del cacao.
La Pascua cambia nuestro humor. Durante el periodo cuaresmal estuvimos introspectivos, penitentes y doloridos, pero en Pascua nuestra alegría explota recibiendo la Buena Noticia de la victoria de nuestro Salvador sobre el pecado y la muerte. También el chocolate mejora el humor. No es necesario recordar cuántas veces recurrimos al chocolate cuando nos sentimos tristes. Levanta nuestro ánimo y nos hace sentir mejor, nos quita algo el dolor y nos consuela.
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El chocolate es insólitamente “maleable”, porque puede asumir formas y aromas distintos. Como la gracia viva de Dios en nuestro corazón, puede ser “distinta” para cada uno, pero siempre unificada en un solo cuerpo. Hay tipos de chocolate para niños y para adultos más sofisticados, y puedes elegir el aroma que prefieres. Esta “adaptación” individual a nuestras necesidades y deseos muestra cómo Dios actúa en la vida de cada uno, qué tan es generoso y sensible.
El cacao sin refinar es extremadamente amargo, como el vinagre que le ofrecieron a Jesús en la cruz. Sólo tras un largo processo se vuelve dulce. El haba debe ser recogida, (arrestada), secada (“tengo sed”), descascarillada y molida (flagelada y crucificada), fermentada (puesta en la tumba) y así transformada en dulzura y alegría (resurrección).
Por esto, el chocolate es un símbolo muy apropiado para la Pascua. Así que la próxima vez que se lancen sobre un trozo de chocolate, no se sientan culpables. ¡Dejen que les recuerde el gran amor de Dios por ustedes, “gusten y vean qué bueno es el Señor”!
O, como dijo Forrest Gump, “La vida es una caja de chocolates”.