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Aprender a vivir con optimismo, la lección de un padre que nació sin piernas

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Orfa Astorga - publicado el 10/04/18
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El secreto de quien descubre que es mucho más que un cuerpo con una sana psicología.—Samuel, es tu cuerpo el enfermo, no tu espíritu. Podrás doblarte pero no romperte.

Recuerdo haber escuchado a mi  padre decírmelo durante una de mis crisis de asma. Sus palabras podrían parecer a simple vista un tanto insensibles  a un joven asmático que solía autocompadecerse cuando se sentía limitado por su  enfermedad.

Más no era así.

Mi  padre que nació sin ambas piernas y  durante sus primeros días se debatió entre la vida y la muerte.  Con esa frase descubría un reducto de su ser del que manaba una fuerza por la que fue capaz de vivir una vida de superación y esfuerzo  que desbordaba siempre optimismo.

Daba testimonio de que el espíritu tiene poder para superar las limitaciones y condicionantes que le  impone lo corporal y psicológico.

Por ello afirmaba  convencido de que por el hecho de salvar la vida cuando nació, aunque careciese de piernas, era  como si siendo millonario hubiera perdido solo unas pocas monedas.

Logró caminar por la vida sobre prótesis y a trancos rígidos, pero con una gran soltura en el alma. Terminó la universidad logrando una brillante carrera  y conquistando a mi madre para formar una numerosa familia.

Era el optimismo hecho persona. Más no siempre fue así.

Nos contaba que aprender a vivir siendo optimista fue un arduo y doloroso aprendizaje que comenzó en su niñez, al verse sin piernas y sin poder jugar como sus amiguitos, recuerda haber pedido de regalo  a Dios y a los Reyes Magos, tan solo una pierna para poder jugar futbol, usando una muleta.

En el duro despertar de la mañana siguiente, de cierta manera  perdió su infantil fe, decidiéndose entonces  a aceptarse  a sí mismo dentro de su realidad, y para ello  empezó a recurrir intensamente a la automotivación, asistiendo a cursos sobre la temática y cubriendo la pared de su habitación  de frases  estimulantes contra la adversidad.

Pretendía conformarse una sana y fuerte psicología con frases como:

  • “El optimista ve una oportunidad en cada calamidad y el pesimista una calamidad en cada oportunidad”
  • “Los buenos recuerdos pueden salvarte la vida, acumúlalos como tesoro”
  • “Es mejor ser un optimista loco antes que un pesimista sensato”…

Cuando conoció a mi madre supo que a ella le encantaba bailar, y consideró imposible que se fijara en él. En sus profundos y agitados sueños se veía con ella bailando vals como un profesional, mientras disfrutaba de su arrobada mirada.

Fue cuando se dió cuenta de que las frases de automotivación no decían ni “el cómo” ni “el para qué” sobre la manera de enfrentar las pruebas en la situación concreta de su persona concreta, quedando solo como bonitas frases en la pared.

Y descubrió que no sería bailando como conquistaría a mi madre.

Esforzándose por vivir con optimismo y sin recurrir  ya a una artificiosa automotivación, volvió los ojos a su interior y reconoció que había en él un “además”  que  “sobreabundaba”,  por el que, si quería, podía ver la vida como  muchas personas no la ven, por falta de decisión,  temor, conformismo o pereza.

Y de esa manera ver el mundo y a sí mismo, de forma nueva cada día.

Decidió entonces encarar su existencia con la finalidad de buscarle y encontrarle un sentido, pero un sentido singular, único: no el sentido de la vida en general, sino el sentido de su propia vida, y fue cuando descubrió  la riqueza de su espíritu como una realidad tal, que se situaba muy por encima de el hecho de existir.


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Esa era su “sobreabundancia”, una realidad sin límites, y esas fueron las verdaderas piernas sobre las que se decidió a caminar con nuevos bríos por la vida, consciente de que la existencia humana acontece esencialmente en  y desde la dimensión espiritual.

Lo hizo sin olvidar unas verdades que abarcarían para siempre toda su vida.

  • Que lo corporal y lo  psicológico, no se trata en las personas como si estas fueran una maquinita a la cual solo es cuestión de apretarle un tornillo aquí y otro allá, pues en todas ellas existe ese “además” el que puede estar la respuesta.
  • Por lo tanto, en su caso ciertamente carecía de piernas y tenía una gran voluntad por ir hacia adelante, pero que como persona era más que solo cuerpo o solo psicología.
  • Que hasta entonces se había ocupado y preocupado solo del “cómo” lograr las cosas dejando de lado el “para que” de su verdadero sentido, y este se encontraba siempre en la dimensión espiritual, y es ahí donde debía aplicar toda la voluntad.

Tales verdades no lo sustraerían a la realidad de sus dificultades,  pero le creaban la posibilidad de asumirlo todo de manera diferente, y de esa forma realizar con verdadero optimismo su proyecto de vida.

Fue cuando mi madre se enamoró de él.

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