Un documental de Weiwei sobre la incapacidad moral del primer mundo para seguir luchando por los derechos humanos que tanto pregona Ai Weiwei tiene una rara desenvoltura a la hora filmar el mundo de las migraciones. Cuando tenía un año ya fue llevado a un campo de trabajo chino junto a su familia. Su delito fue ser hijo de su padre, el poeta Ai Quing. Tardaron casi 20 años en volver a Pekín. Después él mismo se convirtió en artista y activista por los derechos humanos, cosa poco recomendable en China. Quizá por eso acabó viviendo en Berlín, desde donde ha pensado y elaborado este monumento documental titulado La Marea Humana (2017).
La película es preciosa y larga. Retrata uno de los problemas más acuciantes hoy en día: la creciente aceleración a nivel mundial de las migraciones. Las posibles razones son muchas: el petróleo, las guerras, la globalización neoliberal, las crecientes desigualdades, la pobreza, el hambre, los social media, la mejora de los transportes, etc. Todas ellas conectadas entre sí en una especie de bucle que, por su extrema complejidad, se antoja ineluctable.
Sin embargo, el acento no está puesto únicamente en la denuncia o en el mero análisis de un hecho apabullante y cada vez más innegable como es el incremento de movilidad de la especie humana en el planeta tierra. Lo que tras ver el largometraje se te queda clavado en el pecho es la incapacidad moral del primer mundo para seguir luchando por los derechos humanos que alumbró.
Es verdad que vemos retratados también campos de refugiados en el Kurdistán, Jordania y Bangladesh. Allí las diferentes entidades luchan noche y día para acoger con la mínima dignidad a cientos de miles de refugiados afganos, iraquíes, sirios o rohinyas que huyen del furor genocida en Myanmar.
Sin embargo, el peso del relato gira en torno a la infidelidad del primer mundo a sus propios principios y declaraciones –léase, principalmente, la Unión Europea y los Estados Unidos de América, por no mencionar a Israel y su cruenta historia en Gaza, por ejemplo.
El documental es un enorme carrusel de imágenes extrañamente arrebatadoras, por su belleza y por su desnudez. El tempo del desfile de impresiones es pausado y constante. La realidad se fotografía como perezosa y ralentizada. Se usa la inmovilidad, la lentitud y el silencio para rehumanizar las cifras. El relato se libera de la pesadez y de la gravedad del tema, sosteniéndose en una ligereza imposible, que nunca cae en el nihilismo o en la banalización. Por el contrario: comunica una irreductible positividad acerca de lo humano.
Ai Weiwei deviene un astronauta audaz, capaz de avistar la humanidad desde increíbles planos cenitales (selvas, desiertos, mares). Combina la nimiedad del ser humano con su condición de enjambre nómada. Convierte barcazas repletas de inmigrantes clandestinos en curiosas flechas enmarcadas en el blanco de la espuma marítima. El petróleo incendiado por el ISIS en Mosul se acaba sintetizando en un cielo dantesco e infernal y en una mugrienta vaca que renquea entre ruinas. Desfilan ante nuestros ojos poemas ancestrales, los titulares de Newsweek y Der Spiegel, y multitud de spin-doctors que pespuntean este ballet narrativo, extravagante y tierno.
Sin rebajar un ápice el drama del que se habla, Ai Weiwei retrata la destrucción. Y lo hace ingeniosamente. Asistimos a escenas durísimas: restos de naufragios en Lesbos o en los desiertos del mundo, gases lacrimógenos en Idomeni, demolición en Calais, supervivencia y destrucción del ISIS, la todopoderosa Alemania mostrando su fragilidad en un irónico intento de cuadricular la vida en el aeropuerto de Tempelhof, un guardia fronterizo norteamericano acercándose en su quad a controlar al equipo de grabación.
Pero quizás lo que más sorprende es que nunca desaparece del encuadre la solidaridad. Testimonios. Expertos. ONGs y agencias haciendo su trabajo. Y, sobre todo, la convivencia del director con los refugiados, una de las claves de esta producción. Weiwei, junto a su familia y sus ayudantes, se cuela constantemente delante del objetivo, juega y protagoniza extravagantes rituales en los que se deja rapar el pelo por un refugiado o le corta él mismo el pelo a otro, y atiende a niños, mujeres y hombres desesperados o enloquecidos.
El resultado destila conmiseración, picardía y alegría. Más de dos horas de deleite estético e intelectual.
Ficha Técnica
Título: La marea Humana
Año: 2017
Países: Alemania, USA y China
Género: Documental
Director: Ai Weiwei
Duración: 144 min.