Fue la noche del 18 al 19 de abril, un jueves santo y el pistoletazo de salida lo dio: un canónigo
Desde la infancia, en las escuelas, se nos enseña a valorar el episodio del Jueves Santo en la historia de Venezuela como “los primeros pasos en la gesta emancipadora”. Y es que fue justo un Jueves Santo, cuando todo comenzó.
Era la noche del 18 al 19 de abril de 1810, cuando los patriotas venezolanos se reunieron para organizar los últimos detalles de la maniobra del día siguiente. Sería Jueves Santo y el Capitán Vicente Emparan debía asistir al Cabildo y luego a la catedral para celebrar la festividad religiosa. Lo vieron como el momento perfecto para discutir la libertad de Venezuela.
Pero Emparan conocedor de tales movimientos, decidió dirigirse directo a la Catedral, sin pasar por el Cabildo, cosa que Francisco Salias, revolucionario caraqueño y edecán de Francisco de Miranda no permitió, pues fue quien atajó al capitán general Vicente de Emparan y Orbe a las puertas de la catedral de Caracas y conminarlo a volver al Cabildo, gestó que contribuyó a la ruptura definitiva con el orden colonial. Lo obligó a dirigirse de nuevo al Cabildo, acompañado de los alcaldes y del clero de la capital. Poco a poco la Plaza Bolívar se llenaba de gente Era obvio que algo iba a suceder.
La sala del cabildo estaba a su mayor capacidad y a pesar de ello, no se llegaba a ningún acuerdo, es así cuando Emparan desesperado decide asomarse por el balcón y hacer aquella pregunta que está hoy en día en todos nuestros libros de historia:
“¿Desean que continúe gobernando?”
El sacerdote chileno José Cortés de Madariaga, parado detrás del gobernador, hizo señas al público para que contestara que no. Con su dedo, dibujó en el aire la señal negativa. Fue así como se alzó un coro en la multitud diciendo “No, no lo queremos”. De esta manera llegó esa primera frase que nos llevaría poco a poco a nuestra independencia absoluta:
“Pues yo tampoco quiero el mando”, dijo
En pocos minutos ya se estaba constituyendo una Junta Suprema Conservadora de los derechos de Fernando VII y se redactaba el acta donde se establecía el nuevo gobierno y el cabildo de Caracas tomaba el poder junto a los representantes del clero.
Un Jueves Santo de hace más de dos siglos que nos permitió ser la República independiente con la que hoy las actuales generaciones tenemos una deuda: devolverle la democracia y la libertad que le ha sido arrebatada, bochornosamente, por un grupo de venezolanos aferrados al poder con la bandera del socialismo del siglo XXI.
Todo comenzó un Jueves Santo y, como en aquella ocasión, es la Iglesia la que acompaña y la que recuerda, a cada paso, que la dignidad es un don de Dios, que no se puede entregar, que hay que conquistar una nueva libertad y que la seña sigue siendo la misma: no al poder omnímodo que atropella y que degrada la condición humana y ciudadana.