Verdaderamente rico, es quien sintiéndose amado y aceptado da lo mejor de síMi padre y sus hermanos jugaban de niños con los hijos de Don Fernando, el patrón de mi abuelo, hasta que al crecer y por las diferencias de medios dejaron de tratarse.
Iniciando dos diferentes historias.
En la nuestra, vivimos las bondades de una educación que seguramente explican el pasado y presente de ambas familias.
Mis abuelos
Aceptados y amados
Mis abuelos, con algunas estrecheces y siempre con lo necesario, tuvieron los hijos suficientes para que no se les pudiera aplicar aquello de: “pocos hijos para darles más”. Los que si les dieron sin limitarse, fue un exigente cariño por el que mi padre y mis tíos siempre se sintieron aceptados y amados, desarrollando una sólida autoestima.
Ambos solían usar la expresión: “todos servimos para algo”, y bajo este principio , todos aportaban coordinándose y colaborando en las tareas familiares sin igualdades mal entendidas, porque no todos sabían hacer una buena salsa, arreglar un desperfecto eléctrico o planchar las camisas.
Les decían que todas las personas nacen con un talento natural, que educado y desarrollado con la práctica, se llega a convertir en una verdadera fortaleza de la que no se debe dudar, aun cuando los resultados no fuesen lo esperado.
También, que las personas son superiores a las cosas, por lo que se debe invertir en ellas para que estas crezcan, y no al revés, por lo que se gastaban todos sus recursos en proporcionarles la oportunidad de estudiar, diciéndoles que si bien no todos nacemos para genios, el que lo pudiera ser que lo fuera, sin olvidar que lo verdaderamente importante era ser cada vez mejor persona.
Y que a cada quien le correspondía libremente elegir desarrollarse en aquello para lo que era bueno, haciéndose responsable.
Mi padre
La superación a través de la virtud
Mi padre, trabajando y estudiando logró terminar la carrera en finanzas, se empleó unos años y luego formo su propia empresa logrando ser exitoso, y no por ello cometió el error de darnos las cosas que el no tuvo.
Austero, al igual que el abuelo se condujo siempre con la obligación de educarnos, diciéndonos que si bien era legítimo e importante luchar por alcanzar el éxito que la sociedad celebra, más importante lo era alcanzar la plenitud que exigía no conformarse con una vida fácil, y ver siempre por los demás.
Por ello, al igual que hicieron con él, nos educó en la voluntad del logro de las cosas y la búsqueda del sentido de nuestras vidas a través de la virtud.
Nos recordó siempre que el verdaderamente pobre es quien no saca partido de sus capacidades, y que tanto los que la sociedad señala como ricos, como los que denomina pobres, pueden encontrarse en un verdadero estado de miseria humana, si tales personas no dan de si lo que pueden dar.
Nos advirtió por ello que no nos dejaría bienes materiales tratando de asegurarnos la vida o hacérnosla más fácil, pues tal cosa podría ser nuestra ruina.
Nosotros, la tercera generación
Con esfuerzo, hemos hecho crecer la empresa que fundó mi padre, sin olvidar el principio de que, en la empresa familiar, debe existir una separación entre la propiedad y dirección de la misma.
Sin embargo, nuestro mayor legado lo han sido otros principios como:
- Los padres somos los únicos responsables de la educación de nuestros hijos, y es la empresa más importante en nuestra vida.
- Los hijos deben ser tratados cada uno de manera distinta y por lo tanto justa.
- Cuando de esa manera se saben aceptados y amados, su disposición siempre será a dar lo mejor de sí mismos.
- Que no hay que darles todo hecho, sino enseñar a hacer esforzadamente, despacio y acabando bien las cosas. Con esfuerzo, porque sin este nada vale la pena, ya que lo que poco cuesta, en poco se tiene.
- Que la buena educación posibilita la plenitud, por la cual el hombre virtuoso practica libremente el bien.
La otra historia
Recientemente se presentó en nuestra empresa familiar solicitando trabajo para cubrir la vacante en un modesto puesto, alguien cuya cara me resultaba familiar, y al entrevistarlo, tras un primer análisis de sus datos, resulto ser un nieto de Don Fernando quien había sido el patrón de mi abuelo.
No hacía mucho había liquidado los últimos bienes familiares, se encontraba en franca bancarrota, y sabiendo de nosotros había acudido en busca de empleo.
Hablamos largamente de la amistad de nuestros padres y abuelos. Tristemente, por lo que me contó, deduje que la empresa familiar creada con ilusión y esfuerzo por su abuelo, los hijos tan solo habían logrado mantenerla, y los nietos, la habían arruinado.
Comprendí que en las dos historias familiares se ejemplificaba claramente, que desde la perspectiva del amor de familia y una buena educación, pueden existir pobres ricos y afortunados pobres.
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